Pedazo de... cazzo.
Christopher Miller
—Que no, pesado. Cómprala con tu dinero. Yo invité la vez pasada.
—Anda, tú eres millonario, yo no.
—Dije que no. —Respondí a Aaron a través del celular.
—Vamos, Chris. Es solo una pizza.
—Que no.
—¿Por favor?
—No.
—No tienes corazón.
—Pues no... cómprala tu.
—Bien , ya la compro yo. Solo porque me muero por pizza... imbécil. —Dijo el cansado y luego me colgó.
Vi el teléfono con una cara de fastidio pensando en mandarle un mensaje pero al final lo guardé en mi bolsillo para seguir caminando. Tenía solo una clase más antes de irme y Aaron me había llamado porque quería comprar pizza con mi dinero... Le dije que no, claro está. Me acerqué a las escaleras pero me recordé que eran cuatro pisos los que tenía que subir. No, ni loco. Me di la vuelta y caminé hacia el elevador. Ya suficiente ejercicio hacía en el gimnasio.
Llegué al ascensor y como cosa rara no había nadie esperando. Presione el botón para subir y espere... Espere... ¿Qué tanto se tardaba? Yo estaba en el segundo piso y el elevador, según la pantallita de arriba, estaba en el sótano dos. Y no se movía. Al fin vi la pequeña flecha encenderse indicando que el elevador empezaba a subir. Las puertas se abrieron y... Joder. ¿En serio?
Alexandra Bianchi estaba justo enfrente mío con una cara que se tornó, primero en confusión, después en entendimiento y por último sorpresa. Estaba sola. La recorrí con la mirada cuando ella hizo lo mismo, probablemente queriendo asegurarse que fuera yo el que estaba enfrente suyo. Vestía un pantalón negro con hoyos, un cárdigan de color café, unos tenis blancos, una pequeña bolsa negra colgada de su hombro y unos cuadernos en ese mismo brazo. Tenía un moño desordenado en la cabeza que dejaba dos mechones sueltos a cada lado de su cara. En su cabello había unos lentes de sol, no tenía maquillaje pero sus labios estaban un poco rozados y brillaban...
¿Qué? Sus labios son parte de su cuerpo y los vi de casualidad... Seguía viéndome con cara de sorpresa.
—¿Q- Que... ? —Me reí y entré al elevador antes de que las puertas se cerrasen. Se volteó hacia mí y se pegó a la pared del elevador lentamente, como si fuera un explosivo a punto de activarse, esbocé una sonrisa.
—No pensé que fueras a reaccionar así, la verdad. —Comenté casualmente.
—¿Qué diab... ? ¿Christopher?
—Efectivamente, ese soy yo.
—¿Qué...qué haces aquí? ¿No estabas en California? —Las puertas del ascensor empezaron a cerrarse mientras me recostaba al lado contrario, cruzando mis brazos a la altura de mi pecho. Al parecer se dirigía al mismo piso que yo porque el número ya estaba marcado.
—No. Para tu mala suerte y la mía voy a estar aquí por cinco meses más.
—Ay no... ¿Por qué? —Murmuró, el elevador empezó a subir.
—No estés tan feliz, eh.
—Obviamente no voy a estar feliz. La única vez que te vi fuiste un completo imbécil conmigo así que...
—No me llames imbécil.
—...no voy a estar feliz. Alto, alto, no respondiste. —Puso sus manos en sus caderas y enarco una ceja.
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Las malas decisiones de Alexandra.
RomanceAlexandra Bianchi, una italiana de 19 años, tenía una vida que era bastante sencilla, ir a la universidad, bromear con sus amigos y pasar tiempo con su novio. Le gustaba oír música e investigar crímenes. No le gustan los ruidos fuertes ni las cosas...