La ultima y nos vamos.
Alexandra Bianchi.
El día anterior habían regresado mis papás de su viaje a Las Vegas, y yo todavía tenía que comprar un vestido y zapatos para el almuerzo, porque no tenía que ponerme y menos si iba a ser formal, como me había comentado mi hermano en un mensaje. Luego debía hacer la maleta y prepararme para hacer un viaje de 3 horas a la casa de mis papas, en Rochester. Mi hermano, Gabrielle, ya estaba en casa de mis padres, había tomado un vuelo directo de San Francisco a Rochester y había llegado el miércoles.
El viernes, un día antes del almuerzo, me levanté temprano para ir a la universidad, luego me duché, cambié y cuando salí de mi habitación me encontré con Ali cocinando alegremente con música en sus audífonos. Ya estaba lista, con unos jeans flojos de cintura alta y un crop top azul que combinaba inconscientemente con sus ojos. Unos tenis blancos y el pelo rubio, recién lavado, lo tenía atado en una cola alta. Se dio la vuelta, después de agarrar el queso derretido y ponerlo encima de un pan, lo cual hizo que mi estómago sonara. No había comido, todavía.
—¡Buenos días! —Gritó, haciendo que arrugara las cejas.
—Shhh, no hay necesidad de gritar... ¿Por qué tanta energía?
— ¡¿Cómo que, "por qué tanta energía?! —Grito, otra vez. La vi con cara de pocos amigos y me senté en las banquitas de la isla de la cocina mientras le hacía una seña para que se quitara los audífonos y hablara en un tono normal. Se los sacó, apago la estufa y se acercó a la barra—. Ya, perdón... Olvídalo ¡Estoy feliz, no lo puedo evitar gritar!
Soltó un chillido y yo me tapé los oídos, porque algo que no soporto por nada del mundo, son los ruidos fuertes. Desde que tengo memoria, cualquier ruido fuerte como: los aplausos, los silbidos, los chillidos, los gritos, los pitidos o cosas por el estilo me molestan mucho. Todo menos la música fuerte, claro. Lo demás me causa unas terribles ganas de agarrar una silla y, accidentalmente, estrellársela en la cabeza a la persona que ocasionó el ruido.
—¡Pues no lo hagas! —Grité molesta.
—Pero si ahora eres tú la que está gritando. —Exclamó mirándome con los ojos entrecerrados.
—Ya, pero tú empezaste.
—Y tú seguiste.
—Pues sí, pero para que te callaras.
—Pues gritándome no vas a hacer que me calle.
—Nunca voy a hacer que te calles...
—Entonces deja de intentarlo.
—No, porque quiero que te calles.
—Pues no lo vas... —La interrumpí antes de que terminara.
—Ya, esto es ridículo. —Dije, cansada.
—Estoy de acuerdo. —Me vio, volviendo a adaptar un gesto feliz y apoyando los brazos en la encimera.
Mis discusiones con Ali siempre eran así, absurdas y muy cortas. Discutimos por las cosas más tontas del mundo y nos arreglábamos a los 5 minutos porque sabíamos que la discusión era estúpida. Al final solíamos reírnos y cambiar de tema, como ahora.
—En fin, buenos días, Ali. ¿Por qué tanta felicidad?
—Porque te vas mañana. —Fruncí el ceño.
—¿Estás feliz porque me voy?
—¿Qué? ¡No! No quería decir eso. Me refiero a que mañana te vas y esta tarde tenemos que elegir tu outfit para mañana. Lo que significa... —Me vio esperando que terminara la oración.
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Las malas decisiones de Alexandra.
Storie d'amoreAlexandra Bianchi, una italiana de 19 años, tenía una vida que era bastante sencilla, ir a la universidad, bromear con sus amigos y pasar tiempo con su novio. Le gustaba oír música e investigar crímenes. No le gustan los ruidos fuertes ni las cosas...