Tito 1:15

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"Todo es limpio para los que viven limpiamente; todo es sucio, en cambio, para los manchados y los incrédulos, pues tienen manchadas su mente y su conciencia"

Tito 1:15

Mammón, el gobernante del infierno de la avaricia, residía en el interior de una gigantesca cueva llena de todo tipo de tesoros perdidos o robados de civilizaciones antiguas

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Mammón, el gobernante del infierno de la avaricia, residía en el interior de una gigantesca cueva llena de todo tipo de tesoros perdidos o robados de civilizaciones antiguas.

Y no se llevaba muy bien con Leviatán.

—Tú...—Leviatán carraspeó al ver a Van Hai parado detrás de elle ante la puerta doble que daba a la cueva de la avaricia—. Quédate aquí, ¿de acuerdo?

Van Hai asintió. El infierno de la avaricia y el de la envidia tenían un pasillo que los conectaba directamente por la gran relación entre ambos pecados, pero rara vez se usaba, por lo que Mammón sabía que Leviatán iba hacia allí y preguntó qué quería en un tono malhumorado nada más verle asomarse.

Leviatán le echó un vistazo a Van Hai, luego ingresó y cerró la puerta a medias detrás de sí. Van Hai se inclinó para ver por la rendija entre ambas puertas.

Los tesoros formaban montones empinados desde las paredes de la cueva hacia el centro, casi cubriendo los túneles que llevaban al resto del infierno. En el medio del lugar, se alzaba un trono con un respaldar de más de tres metros de oro puro. Quien se encontraba sentado allí tenía el cuerpo inclinado hacia un lado y sus piernas pasaban sobre el reposabrazos contrario.

Leviatán y Mammón tenían un gran parecido como ángeles de la misma generación. Incluso a pesar de que la forma favorita de Mammón tenía el cabello con rizos más desordenados y llevaba un atuendo holgado y dorado, existía algo en la manera en que ladeaba la cabeza, en cómo miraba, en su expresión pensativa con la boca torcida, que Van Hai siempre veía en Leviatán.

Sólo que donde Leviatán solía tener una gran calma y voz suave, Mammón no sabía ser educado.

—Te pregunté que qué querías —Mammón echó la cabeza un poco hacia atrás y emitió un largo sonido gutural que dejó en claro que la presencia de elle lo fastidiaba.

Leviatán se paró ante ese trono y consideró sus palabras con cuidado.

—Estoy buscando un tesoro, Mam.

Mam apoyó su codo en el reposabrazos más cercano a la parte superior de su cuerpo y la mejilla en su palma. Una de sus piernas seguía pasando sobre el otro reposabrazos.

—Bueno, tengo muchos de esos —Agitó su mano desocupada—. Como me trajiste el último que te pedí hace más de cien años, al menos oiré qué quieres.

—Los guantes dorados de Kim Ly Cuong —especificó Levi.

Mam arrugó el entrecejo.

—Sí sabes que no son de oro real, ¿verdad? Son dorados, eso sí, y tienen unos detalles bastante bonitos, pero no son de oro. Me sentí muy estafado —añadió, más agudo—. Son sólo unos guantes de pelea bonitos para un príncipe.

Envidia (Pecados #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora