Eclesiastés 7:10

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"No te preguntes por qué

cualquier tiempo pasado fue mejor,

pues esa no es pregunta de sabios"

Eclesiastés 7:10

Leviatán podía extender su ilusión hacia Van Hai, por lo que durante un rato estuvo vestido con el atuendo ceremonial de la casa Kim en el Festival de las Hadas

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Leviatán podía extender su ilusión hacia Van Hai, por lo que durante un rato estuvo vestido con el atuendo ceremonial de la casa Kim en el Festival de las Hadas.

Van Hai sonrió, haciendo que algunas lágrimas se le escapasen al achicar los ojos, y agitó las largas mangas con hilo de oro. La ilusión era tan buena que lo sentía muy vívido, muy realista. Esa era la textura del hilo, de las telas daonesas enterradas en sus memorias.

—Lo recuerdas —musitó.

Él sabía cómo era su atuendo, porque siempre fue un solo diseño en versiones que se ajustaban a su talla, pero Leviatán recreó exactamente el mismo. No encontraba el menor error.

Elle, que sólo lo observaba en silencio mientras disfrutaba de la ilusión, asintió.

—Recuerdo bien cómo te veías.

Van Hai paró de juguetear con las mangas y se sintió cohibido por un momento.

Él también recordaba bastante bien el primer momento en que vio a Leviatán. Ahora se avergonzaba de ese príncipe de diecinueve años y sus obvias reacciones. Debió darse cuenta de todo.

—¿Recuerdas lo que tú llevabas? —preguntó, curioso.

Leviatán lo consideró, torciendo la boca.

—Perlas. Tu...—Hizo una pausa, viendo la reacción de Van Hai con atención—. Me dijeron que pensarían que era un dragón del mar, las perlas ayudarían. Y me gustaban.

Van Hai asintió con una sonrisita.

Viéndolo en retrospectiva, todo tenía sentido. Su madre era muy lista. No tenía la culpa de que las personas del otro bando hubiesen sido tan crueles.

Van Hai le hizo un gesto para que caminase con él y avanzó a través del puente, dando vistazos de aquí para allá, como si fuese un extranjero que quería que todo se le quedase grabado. Recogió una de las linternas de papel a los pies del palacio del mar y se la ofreció a Leviatán.

—Era la forma en que el rey dragón saludaba a su amada desde la distancia —explicó, encogiéndose de hombros—. Se supone que ayudar a los amantes traía suerte para el siguiente año.

Leviatán la aceptó. Van Hai eligió otra, la sopesó impresionado por lo buena que era la ilusión y la soltó en el agua, indicándole paso a paso cómo se hacía.

Luego tocó su puño con la palma de la otra mano dos veces, ahuecó el puño y bajó la cabeza.

Leviatán ladeó la cabeza al verlo. Van Hai lo notó, recordó que era un demonio con miles de años que no podía seguirle el ritmo a cada gesto humano, y sujetó sus manos para mostrarle lo que se hacía.

Envidia (Pecados #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora