Capítulo 1: La niebla prohibida

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No recordaba mucho ni cómo había llegado hasta allí, recuerdo haber vuelto de mi trabajo con el señor Philip Wittebane y dormirme sin querer. Cuando abrí mis ojos, no solo estaba en movimiento y en un lugar totalmente desconocido para mí, sino que también estaba en un barco. Fueron los primeros rayos del alba lo que me despertaron, corriendo hacia la borda intentando adivinar dónde me encontraba. Estábamos lo suficientemente lejos del puerto de la ciudad como para no ver tierra firme en millas, totalmente rodeados de agua salada, profunda y dios sabe qué cantidad de monstruos marinos. El sacerdote siempre hablaba de lo peligroso que era el mar y de la cantidad de monstruos que albergaba, desde krákenes a sirenas que embaucan a los marineros para alimentarse de su alma gracias a la lujuria.

Nunca me consideré una fiel, más bien consideraba que era improbable que todo eso existiera si es que existía un ser superior que nos amaba y protegía, escondiéndome bajo mi cama cada vez que comenzaban las ejecuciones públicas y torturas de brujas. Las mujeres no teníamos suficiente con soportar comentarios, abusos, golpes, ser consideradas menos que cualquier animal del cual sacar provecho, ahora también éramos cazadas como lobos o zorros por el simple hecho de demostrar inteligencia o perspicacia, ya que eran rasgos exclusivos de los hombres y eso iba en contra de la doctrina sagrada, o eso decían. Sin embargo, ¿no fuimos creados a imagen y semejanza de ese ser superior y ambos géneros mordieron de la manzana del conocimiento? ¿Por qué eran los hombres los fuertes e inteligentes y nosotras solo servíamos para traer descendencia y cocinar? De hecho, incluso en esas escrituras benevolentes estaba presente cómo una mujer independiente e inteligente fue desterrada, Lilith, la primera bruja y amante del diablo, para ello crearon a Eva de una costilla de Adán.

Toda la religión era complicada y una pura contrariedad, una excusa detrás de otra para justificar las atrocidades cometidas por el género masculino con alcohol o no de por medio, hasta por el propio sacerdote. Vivíamos con el pavor en el cuerpo, porque ellos no distinguían entre niña o mujer, una mujer era una niña cuando convenía y las niñas eran mujeres que disciplinar y educar para la vida adulta mientras nos abusaban brutalmente. Volteé, dejando escapar un largo y pesado suspiro, el único motivo por el que no me dispuse a saltar de la nave, es que mi madre estaba ahí conmigo. Debía estar agotada, no le dije nada, me dediqué a pasear por la cubierta, encontrándome con una cara familiar al timón, se trataba de Salty.

Aquel hombre extraño siempre me contaba historias dignas de épicas o baladas de trovadores, unas islas lejanas y desconocidas con criaturas mágicas, bestias y personas humanas en apariencia, pero con poderes mágicos y nada que ver con lo que supuestamente nos hacía ser brujas a ojos de la Iglesia o la Inquisición. Los sacerdotes se sentían tan inútiles mientras que los templarios, reyes y nobles se embarcaban en empresas de reconquistar Tierra Santa y asesinar a herejes, ellos solo podían rezar y escuchar problemas o dilemas sin importancia de los pueblerinos; quizá por ello intentaban calmar sus ansias de grandeza quemando vivas, metiendo en la doncella de hierro, ahogando, asfixiando, lanzando por acantilados o despedazando en vida a todas esas mujeres inocentes... Cuyo único crimen fue nacer en la época equivocada y no querer fingir ser idiotas y dóciles frente a las bestias en piel de hombre.

—¡Al fin despiertas, grumete! Tu madre insistió en salir de la ciudad mientras todo el mundo dormía.

—¿Fue idea de mi madre todo esto? —pregunté curiosa, admirando momentáneamente el amanecer reflejándose en las aguas bravas.

—Desde que regresé de mi viaje no dejó de pedirme ayuda. Con la ausencia de tu padre, el aumento de los abusos y robos, la creciente inestabilidad derivada de las guerras y la forma tan abusiva en la que te trataban en la finca Wittebane... Todo eso hizo mella en su instinto maternal y quiso dejarlo todo atrás. Parece que no solo tú crees a este viejo bobo lobo de mar —me dijo, dedicándome una sonrisa complicada y algo forzada, revelando algunos de sus dientes de oro.

—No sé dónde podremos empezar de nuevo, ni siquiera tenemos suficientes ahorros para ello —murmuré preocupada, tomando uno de mis brazos para autocompadecerme.

—Siempre hay una manera de empezar de cero, pequeña —animó, colocándome sobre la cabeza un pañuelo de tela de color azul marino—. Si tanto quieres ayudar a tu madre, empieza fregando la cubierta y preparando las redes para pescar, te pagaré.

Utilizó la palabra mágica, no me consideraba una persona materialista, pero el dinero movía el mundo y sin dinero, ahorros o un techo, no teníamos nada. Me dispuse a hacerlo inmediatamente, poniendo todo mi empeño y energía para dejar de ser una carga para mamá. Le demostraría que no necesitaba ser protegida, que podíamos apoyarnos la una en la otra en esta nueva vida. Mi madre me lo había dado todo, hasta lo que no tenía, hasta trabajar y desfallecer o caer enferma, hasta para ayudarme a superar la pérdida de mi padre y tener que ir en su lugar a la finca que le causó la muerte. No era ninguna novedad ni sorpresa que Philip era un sádico falso e hipócrita, siendo capaz de apalearme si no era lo suficientemente fuerte para cargar con cajas o llevar a cabo todo tipo de trabajos pesados. No era trabajo de mi devoción, pero era lo que teníamos y tampoco podía negarme, ya que mi padre era propiedad del señor y por tanto, sus hijos lo serían y tomarían su lugar.

Mi cuerpo estaba adolorido, malnutrido, lleno de marcas y heridas, pero no podía dejar de trabajar ni hundirme. Mi madre me necesitaba, mi madre necesitaba un apoyo ya que lo había arriesgado todo para darme una mejor vida.

—No te decepcionaré, mamá... 

Mientras me aseguraba de deshacer cualquier nudo que dejase el suficiente espacio para que los peces huyeran y de que la red no tuviera ningún agujero, la cubierta comenzó a cubrirse de un blanco espeso. Alcé la vista, no solo era la cubierta, estábamos inmersos en una niebla densa, tan densa que hacía imposible que pudiera ver mis propios dedos de las manos, tan densa que costaba respirar. Era una niebla caliente, hirviente más bien, usando el pañuelo para filtrarla y respirar por la boca, buscando a mi madre para compartirlo con ella. Respirar aire húmedo a tal temperatura no debía ser bueno, ¿acaso estábamos dentro de la niebla prohibida? Una niebla que solo era visible una vez cada tres meses en los días más despejados, visible como un cumulonimbo espeso a ras del horizonte y el mar, la misma niebla de la que nunca había regresado ningún navío ni navegante. Fuente de leyendas urbanas y tabúes...

—¡Capitán Salty! ¡¿Qué está pasando?! —grité, desorientada, palpando cada milímetro para no tropezar ni caer por la borda. Estaba ansiosa.

—Permanece quieta y respira con el pañuelo en la boca. Este aire contiene mucho amoniaco y otros gases en alta concentración, saldremos en unos minutos y verás ante ti un nuevo mundo.




The Human and The Beast (Lumity Medieval AU)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora