Amoxexelistli⁶

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La estancia en la capital mexica fue más que maravillosa para Cortes, solo llevaban 5 días en Tenochtitlan y ya podía decir que fueron los mejores de su vida.

Cada día podía caminar con Moctezuma por la ciudad, cosa que ya parecía una costumbre entre ellos dos, le daba pequeñas clases sobre la vida diaria en la capital y contestaba todas sus preguntas. Además de sus caminatas rutinarias, habían participado en una gran cantidad de actividades en conjunto, lo acompañaba en sus tareas con la nobleza, a presenciar juegos de pelota, observar a los niños jugar en las escuelas e incluso habían comido juntos.

En el transcurso de esos días descubrió varias cosas, al parecer los habitantes no tenían permitido mirar al Tlatoani a los ojos, eso explicaba porque la niña que ayudó en el lago evitaba su mirada a toda costa; otra cosa era la gigantesca reputación que portaba el noble, todos parecían temerle y amarlo por igual. Un ejemplo perfecto de esto era ese preciso momento, se encontraba observando como la gente bajaba la mirada al ver pasar a su gobernante, admiro la atmósfera de respeto en cada habitante, aunque su líder solo estaba buscando un lindo regalo para él.

-¿Le gusta esta?- Volteo a mirar cómo el Tlatoani le extendía una pulsera roja tejida con hilos delgados, portando piedras preciosas y plumas coloridas.

-Claro, me gusta.

Moctezuma y Hernán llevaban 3 horas caminando por el tianguis, el nativo le mostraba cada objeto que parecía llamarle la atención, detrás de ellos iba una pequeña cuadrilla de guerreros que llevaban una gran cantidad de artefactos que ahora eran posesión de Cortes por cortesía de Xocoyotzin.

-¿Qué tal este?- Le tendió una figurilla de obsidiana con la forma de una águila.

-Es realmente bella- Él español miro fascinado la figura que resplandecía con el sol.

Moctezuma sonrió complacido, tomo la mano de Hernán y colgó la figura de la pulsera roja que acababa de adquirir.

-Se complementan.

El extranjero asintió feliz, la figura era pequeña así que no molestaba ni pesaba demasiado.

-Tienes razón.

El noble Tlatoani ya contaba con otro pasatiempo: hacer sonreír a Hernán.

Sin esperarlo, Hernán fue tomado de la mano para comenzar a correr.

-¿Qué sucede?.

-Es hora de comer.

Se detuvieron en un puesto grande lleno de gente, se acercó a observar que consumían, era un extraño platillo de caldo rojizo con maíz hervido y carne, el español torció la boca en confusión.

-¿Qué es?.

-Pozolli, es delicioso, tienes que probarlo.

Mentiría si dijera que ver al español quemarse con una cucharada de pozole no le causó gracia, fue extrañamente encantador.

-Oh, es muy picante para mi- Hernán entrecerró los ojos, el platillo si era muy rico, pero su lengua era sensible al picante.

-Con el tiempo te acostumbraras.

Su contrario le miro con sorpresa, ¿Acaso el Tlatoani planeaba que estuviera más tiempo aquí? Algo raro de pensar si llevaba todo ese tiempo tratando de ahuyentarlo. Lo mismo pensaba Moctezuma, era una estupidez decir algo así si se supone que su objetivo era hacer que se fueran.

Ninguno dijo nada en todo el tiempo que pasaron comiendo.

Siguieron caminando en silencio, se daban pequeñas miradas cada cierto tiempo, ninguno se daba cuenta de que el otro lo miraba.

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