Las mañanas en la estación de tren no son mi momento favorito de venir por una ducha, demasiada gente agobiándome, corriendo, bloqueando mi salida. Mi frente brota en calientes y frías espinas de sudor que imagino como ríos de pánico. Si tengo éxito, sigo caminando, no miro hacia arriba.
Un empujón a mi izquierda, y tropiezo y casi caigo bajo el peso de mi mochila.
—Maldita sea— Gruño, antes de que tenga tiempo de reconsiderarlo. Un chico se arrodilla y mueve su mano como para tocarme. ¡No tocar!
Regla: no tocar.
Todas las reglas le advierten a mi cerebro de este peligro —escapa, escapa. Me alejo del chico, me devuelvo y empiezo a correr hacia la salida. No sé y no me importa si la gente me mira mientras tropiezo y salgo corriendo. La gente, las caras, las tiendas y los coches, todos se vuelven borrosos en mi pánico.
Las reglas. Debo apegarme a las reglas y salir de aquí.
Las reglas.
Sólo me permito detenerme cuando estoy lejos y temblando por el esfuerzo. Veo una vieja tienda, clausurada y vacía y me dirijo a la puerta. No hay nadie en esta parte de la ciudad. Mi respiración viene en resoplidos y jadeos mientras me siento, tratando de calmar y detener mi palpitante corazón y manos temblorosas.
Tengo que correr todo el tiempo porque es la única manera de mantenerme a salvo, quedarme al margen. Tengo que pegarme a las reglas y mantenerme alejado de la gente, no puedo estar cerca de ellos. Pero no me acostumbro a ello y, a veces, no puedo correr lo suficientemente rápido.
Mis hombros duelen de la mochila donde las correas se han enterrado.
Todo duele. Sé que esto no puede continuar. Cada día estoy más y más cansado, y ahora he agotado las reservas de hoy, huyendo. Algo se tiene que dar, pero no tengo nada que ofrecer.
Tengo que detener este pensamiento. No debo cuestionar mi deterioro, pero lo acepto. Mi estómago ruge con enojo, recordándome algo que necesita mi atención. A veces me gusta negarlo, castigarme haciéndome padecer hambre.
La resignación está golpeando las puertas de mi resistencia —podría sólo sentarme aquí para siempre, cansado y hambriento y enfermo si no fuera por las reglas.
Estúpidas reglas.
Esta entrada no está mal. Probablemente podría dormir aquí si el edificio de viviendas se pone demasiado peligroso, por lo que hace dos escondites posibles ahora.
El viento helado recoge los periódicos y uno golpea en mi cara. Mis miembros siguen temblando de la carrera, y ahora, el sudor se pega a mi espalda y estómago. ¿Cómo puedo seguir así?
El pánico comienza a recorrerme, y busco una forma de recuperar el control.
El periódico —palabras— no tengo ni idea de qué fecha es, pero se ve nuevo. El deseo de leer algo nuevo me anima, y mis ojos pronto están corriendo sobre la impresión.
El anuncio está justo en medio de la página —banco de alimentos— duchas, comida caliente, lavadoras, dentistas, clases.
No hay manera de que yo pueda ir allí, pero lo leo otras pocas veces, con anhelo. Mi boca se hace agua ante el pensamiento de
comida caliente en mi vientre y tazas humeantes de té y café.