Capítulo 1

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Mi hogar es sólo un pequeño y miserable espacio, en la parte inferior del edificio de departamentos bajo las escaleras. En la esquina de ese húmedo lugar, hay un oscuro y desagradable triángulo, donde puedo esconderme de los temores que atormentan las calles por la noche. Hay un olor a orina y viejas envolturas de pescado y papas fritas e incluso el aire sabe a acre y rancio. No es exactamente las entrañas de la Tierra, y ciertamente he visto peores cosas, pero la persistente sensación de deserción y fracaso me hace sentir débil y enfermo. Es un lugar donde te puedes rendir. Quizás es por eso que vuelvo aquí.

Una vez traté de dejar algunas pertenencias aquí, así no tenía que llevarlas conmigo siempre, pero alguien vio la mochila y la tiró. Más tarde la encontré —sólo algo de ropa y libros— en el contenedor de afuera. Mis libros —allí con la basura— desparramados e inútiles y húmedos y... los estruendosos cascos de ira y desesperación me habían vencido entonces, y por un momento me enfurecí y grité y escupí.

¿Pero cuál era el punto?

Así que ahora llevo siempre mi mochila conmigo. No tengo mucho porque estoy tratando de llegar al fondo de la pila de la humanidad y renunciar a todas las posesiones materiales.

A veces dejo un barco de papel o un pájaro que he hecho. Si no vuelvo a los edificios, al menos una pequeña parte de mí todavía estará aquí.

Mis huellas digitales estarán en ellos como una prueba de que existí.

Esta noche soy afortunado, tengo un cartón para sentarme y la manta del contenedor para envolverme. En estos días esto es lo mejor que se puede conseguir. Si pudiera recostarme, tal vez podría estar cómodo y descansar mi adolorida espalda, pero las reglas no lo permiten.

Regla: no recostarse.

Aunque las paredes son de hormigón y grises, tengo que sentir que son amables y protectoras. Me vigilan y tienen el poder de repeler a los invasores. Veo esta declaración como en rojo y subrayado por lo que se destaca. Tengo que creer esto porque no hay nada más. Incluso tengo que creer en algo. La única vez que esto no fue cierto fue cuando rompí las reglas y me recosté, y entonces la culpa fue sólo mía. Lo que pasó fue mi culpa y necesité ser castigado. Lo quise y le di la bienvenida al dolor como un viejo amigo. Aún lo hago. Cada vez que libero el dolor algo de la vergüenza me deja, aunque sólo sea por un tiempo.

Yo trato de no querer. Yo trato.

Nunca es realmente silencioso o pacífico aquí abajo, debajo de los cientos de familias y televisores y vidas. Puedo sentirlos más que oírlos, extrañas vibraciones en las paredes y rumores que bajan por las escaleras, que me hacen asustarme y congelarme, escuchando el peligro. En las malas noches los ruidos se acercan mucho más, hombres borrachos orinando, o grupos de chicos riéndose a carcajadas y abucheando.

En esas noches me congelo con indecisión; huir y correr el riesgo de ser perseguido, o acurrucarme más profundo y confiar en que las paredes me protegerán.

Cuando se van, estoy aliviado pero solo, más solo que nunca.

Pero incluso una paliza significa que valgo el odio de alguien. Significa que todavía debo estar vivo. Hasta ahora, en este lugar, he pasado sin ser detectado, pero sé que esto no significa que esté a salvo. Empiezo a dormitar, incapaz de luchar contra la atracción del sueño y el olvido y más.

Hay un medio mundo entre el sueño y la conciencia donde criaturas que son normalmente desapercibidas, se escabullen.

Criaturas astutas que se burlan de recuerdos y anhelos de años atrás, como sueños que residen en los huesos y las pesadas tristezas de un cuerpo.

Estoy resentido con ella por hacerme esto, pero al mismo tiempo intento consolarme en la voz de esa madre que vacilaba hacia mí a través de los años y los ensayos dado que la he visto.

Mamá. Mami. O Lin, si me sentía realmente descarado. De repente, otro recuerdo golpea mi mente, de él, y tengo que recuperar el aliento y quedarme quieto para preservar la visita. El cálido olor de su cuello, nunca olvidaré ese olor.

—Te extraño— Susurro, —todavía te extraño— Son sólo pequeñas palabras flotando en un poco de aliento, sosteniendo todo lo que he perdido dentro de una burbuja de aire.

Mi cabeza finalmente descansa sobre mis rodillas mientras mis brazos se deslizan hacia abajo. El sueño me lleva a pesar de las reglas, porque estoy a fin de cuentas, débil.

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