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La repentina muerte de Christa era algo que ya muchos esperaban y daban por hecho pero dolorosamente, no en la manera en que se pretendía.
Suicidio. Esa había sido la causa de muerte de la última esposa de su padre y madre de Subaru. Fue hallada sin vida, en aquella torre en la cual había sido recluida tiempo atrás; con aquella daga plateada enterrada en su pecho y a un Subaru cubierto de la sangre de su progenitora, presenciando atónito el suceso.
No hubo tiempo de lágrimas.
La rosa blanca se había marchitado.
Reiko, en compañia de algunos de los sirvientes, fueron quienes descubrieron el macabro escenario y tras darle la noticia a su padre, se organizó un funeral en su honor de manera apresurada contando con las únicas presencias de Subaru, Reiko y la servidumbre mas cercana a ella; finalmente se despidieron de ella.
Sin duda, fue un suceso que marcó al pobre y solitario menor de la familia.
Y que los separaría aún más.
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Otro día más sin poder dormir.
Los ojos esmeraldas de la fémina miraban los pocos rayos solares filtrarse entre las aperturas de las gruesas telas de las cortinas que impedían que la luz solar entrara por completo a su habitación.
Ojalá pudiera descansar en ataúdes como su padre o algunos de sus hermanos. Lastimosamente y a diferencia de sus hermanos, ella necesitaba del oxígeno para seguir existiendo.
Porque su corazón latía a comparación de ellos y su padre.
Por años lo pensó. Nunca necesitó la sangre de humanos para estar fuerte ya que ella misma producía su propia sangre debido a su latiente corazón, tampoco los rayos solares dañaban su piel, ella podria pasear libremente por los jardines sin la necesidad de preocuparse por su piel, mucho menos la luna sangrienta parecía afectarle como al resto de los vampiros.
