Han pasado tres años desde la última vez que se supo de los Sayler, los mismos que fueron derrumbados por una sola persona. Kylee "Cooke" Sorní, una becada junto a su mellizo en la universidad que tanto tiempo estuvo administrando el padre de dicha...
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Miércoles trece de abril, cuatro y treinta dos de la mañana.
Ese día comencé a trotar. Estaba perdiendo la forma ya que tenía mucho tiempo lejos del atletismo para remplazarlo con el gimnasio, pero nunca sería lo mismo hacer pesas que tomar una ruta y obtener resistencia con las costumbres.
Ha pasado más de dos meses desde mi llegada a la universidad. Podría decir que mi «adaptación» al nuevo sistema universitario había sido más satisfactorio de lo que esperaba. Debía admitir que Efren se había convertido en un lugar mucho más seguro que antes, un lugar en el que podría dormir en el césped en la noche sin miedo de que alguien te volara la cabeza como lo era en la rectoría de mi padre.
Y hablando del rey de Roma.
Mi celular sonó en mi brazo mientras trotaba por las calles oscuras y desiertas de Efren. Activé la repuesta por los audífonos ubicados en mis oídos sin dejar de ejercitarme por la ruta.
— Habla Sayler.
— Maxwell. —Era la voz de papá, me pareció extraño el escucharlo a esa hora hasta que recordé que estaba en otro país.
— Sí.
— Creo que tengo algo de la chica.
— ¿Con algo te refieres a...?
— Información.
— Te escucho—suspiré al detenerme en la acera y mover los brazos mientras intentaba controlar mi respiración.
— Pude encontrar a su antiguo psicólogo.
— ¡Bien! —Grité con emoción, pero me repuse al poner mis manos en la cintura y detenerme por completo—. ¿Y qué te-...?