La conquista

285 41 7
                                    


María no fue a ninguna charla esa mañana. Solo vio de lejos a Ángela Becerra rodeada de varias personas. En otras circunstancias se habría acercado, pero en esos momentos, sus pensamientos estaban en otra parte. Después de pelear duramente con Javier, que la esperó levantado, se había ido a dormir. Carolina no le había dado la cara. Todavía.

Lo que más deseaba en ese momento era que se marcharan del apartamento, pero ninguno de los dos tenía dinero para ir a otro lugar.

Eso significaba dos días más soportando a ese par de cretinos.

Estaba furiosa.

Utilizó su tarjeta de crédito —solo la usaba en situaciones de emergencia— para agenciarse un vestido de baño nuevo. Era un hermoso bikini azul aguamarina, con el pantalón en un solo tono y el sujetador con motivos de colores alegres. Además venía con un pareo debajo de la rodilla. Las sandalias que tenía le servirían.

Iba embelesada pensando en el casi beso que recibió de Esteban la noche anterior ¿Por qué lo habría hecho? ¿Habría sido intencional? O ¿fue un ligero accidente al girar ella la cara?

Javier la seguía a pocos pasos, la notó distraída, feliz.

María ¿qué estás haciendo?, se preguntó, y deseó poder retroceder en el tiempo para evitar cualquier contacto con Carolina. El día que María los encontró, no había sido la primera vez que habían estado juntos, eran amantes hacía un año. Había sido un verdadero estúpido. Estaba tan hermosa con ese pareo y su cabello suelto y brillante. Su atención se desvió hacia el yate lujoso que estaba en el muelle y que parecía ser el lugar al que se dirigía. Se dio cuenta de que tenía apretados los dientes por los corrientazos en la mejilla. Se desmoralizó al ver a un hombre joven y alto salir a recibirla. "No, María, no lo hagas, por favor". "Eres mía, mía...Vuelve, por favor", rogó entre dientes mientras ella desaparecía de su vista. Esto no se iba a quedar así, con el ánimo descompuesto se alejó por la ciudad amurallada. María le pertenecía y no iba a dejar que otro la tuviera.

En el puerto había un hermoso yate anclado, junto con dos embarcaciones más. El lugar bullía de actividad por la cantidad de turistas nacionales y extranjeros que hacían tours por las islas vecinas. Un vendedor ambulante se acercó a ofrecerle unas gafas y una negra con un platón de dulces le ofreció una cocada. El olor de la golosina le abrió el apetitito, la compró y la guardó en el bolso. Al acercarse más al muelle, un hombre joven la abordó.

—¿La Señorita María? —preguntó el muchacho, acuerpado y de gafas oscuras con porte claramente militar.

—Sí, soy yo —contestó extrañada.

—El señor Esteban la está esperando. Sígame por favor.

—¿Por qué no salió él mismo a recibirme?

—Periodistas. Pero es más por usted, señorita.

—Ok.

Subió al yate con un nudo en el estómago y la premonición de que
las cosas no volverían a ser como antes. Avistó a Esteban enseguida. Estaba muy guapo con sus bermudas, la camiseta pegada al cuerpo, chanclas y gafas que retiró al acercarse a saludarla. María se sonrojó ante la mirada de él. Se daba cuenta de que deseaba quitarle el pareo para observarla a sus anchas.

—Hola —dijo con una sonrisa y ojos chispeantes—. Bienvenida.

La saludó con un suave beso en la mejilla. María respondió al beso
tímida. El contacto aunque leve, la había afectado como una descarga eléctrica.

—Es un yate hermoso —dijo al tiempo que observó todo alrededor y trataba de calmarse—. ¿A dónde vamos?

La superficie del yate estaba rodeada por sillas plásticas. Por medio de una pequeña escalera se llegaba a una salita con un sofá ancho, un bar y un mesón.

De vuelta a tu amor Donde viven las historias. Descúbrelo ahora