Los conflictos

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Esteban estaba furioso cuando aterrizó en el aeropuerto El Dorado de Bogotá, sin paciencia para esperar el equipaje, dejó esa labor en manos de uno de los escoltas que lo esperaba a la salida de pasajeros.

Y su ánimo no mejoró al ver a Miguel hacerle un gesto negativo con la cabeza.

—Hola Esteban, no sé qué pasa con María, pero está en su casa y dijo que no vendría a recibirte —le soltó preocupado.

—Mierda.

—No sé que pudo haber pasado.

—Llévame allá enseguida.

Con que esas tenemos, pensó. Si ella creía que podía jugar con él,
estaba muy equivocada. A lo mejor en una semana habían cambiado sus sentimientos, y mientras él se moría de amor como un soberano imbécil, ella pensaba en olvidarlo.

La punzada que sintió en el pecho le hizo rechazar esa suposición enseguida.

Al llegar a su casa casi brinca del auto. Tocó el timbre y ella le abrió enseguida.

—Ve por tu abrigo —le espetó enseguida, con mirada furibunda.

—No —le contestó ella beligerante .

—Me niego a tener esta conversación aquí —se acercó más a ella.

¡Dios santo! Su olor lo aturdía. Se debatió entre zarandearla o abrazarla y besarla como loco.

—Pues aquí será —le contestó ella en el mismo tono. Era testaruda, no cabían dudas—. No pienso ir a ningún lado.

Esteban, que ya había aprendido a conocer sus gestos, la miró fijamente unos segundos y le dijo:

—Como quieras —se cerró sobre ella, la alzó del suelo y se la echó al hombro. En tres zancadas ya estaba dentro del auto.

—¡Eres un bruto! —explotó enseguida y añadió—: ¡Un neardental!

—No estoy muy contento que digamos —la miró furioso, el color de sus ojos se había oscurecido y en tono irónico continuó—: Perdona mis modales.

—Suéltame.

Él no le hizo caso.

—¡Miguel, sal del auto! Tengo un asunto que arreglar con María.

Miguel bajó aterrado del vehículo.

Esteban sabía que su comportamiento le era ajeno.

—¿Por qué no me esperaste en el aeropuerto? —le gritó furioso. Se
sostuvieron la mirada como los dos contrincantes de un duelo. Tenía tantas cosas que reprocharle que la pregunta del aeropuerto le pareció una estupidez. No había contestado sus llamadas, no le había dicho que lo amaba, no la sentía suya a pesar de lo ocurrido entre ellos.

—No tengo que ir siempre que tú quieras —le contestó con un resoplido iracundo y con la vista puesta en la calle.

Esteban se percató por el tono de voz, que María, apenas aguantaba las ganas de llorar y se regodeo satisfecho.

Con la mano en la barbilla la obligó a mirarlo y acercó su rostro hasta que quedó a milímetros del de ella. Su corazón se agitó al encontrar los ojos de María. Él la tomó de ambos brazos y le señaló:

—¡Estás equivocada! ¡Tienes que ir siempre! —decía con timbre alterado que le daba un tono aún más ronco a su voz—. ¡Debes estar conmigo siempre! ¡Cada minuto de las veinticuatro horas, si es necesario! —La miraba con ojos relampagueantes—. ¡Pero qué diablos estoy diciendo! —La soltó enseguida.

De vuelta a tu amor Donde viven las historias. Descúbrelo ahora