La redención

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María casi no pegó el ojo en toda la noche. El lecho era suave, el cubrecama agradable, pero su espíritu no estaba tan cómodo como el entorno de la habitación.
Se levantó un rato. Trató de leer algunos apuntes de las charlas, pero no se concentró y volvió a la cama. Dio vueltas. Contó ovejas. Contó hacia atrás. Hasta que casi en la madrugada logró conciliar un sueño que no fue ni mucho menos descansado.

La despertó el pregón de un vendedor que pasaba por la calle, debajo de su balcón "Piña para la niña, guineo para el recreo". Se quedó quieta en la cama, observó el techo hasta que se diluyó la voz. Su alma estaba turbada, sentía mariposas en el estómago y unas ganas inmensas de salir corriendo por el corredor para volver a verlo, para envolverse en su mirada esmeralda.

Salió algo más tarde de la habitación con el alma cubierta de anhelos.

—Buenos días —lo saludó algo turbada.

Había ido a su estudio. Él estaba frente a un ordenador trabajando.

Se levantó enseguida.

—Buenos días. ¿Descansaste?

Se acercó a ella, tomó sus manos y le dio un suave beso en la mejilla.

—Sí, muy bien gracias. Voy a ir al centro de convenciones a una
charla, vendré al mediodía.

—¿Ya desayunaste?

—No, aún no —le contestó ella, y observó lo guapo que estaba, lo bien que olía y lo que deseaba ser abrazada. Sus sentimientos la tenían confundida. Recordó sus pensamientos de la noche anterior y se sonrojó.

—Desayunemos juntos —la invitó él.

—No puedo, voy algo tarde —. Concluyó algo avergonzada por las molestias que estaba causando.

—Por lo menos tómate un jugo.

Esteban se dirigió a una mesa esquinera donde descansaba una bandeja con una jarra de cristal, con jugo de naranja, una hielera y un par de vasos. Ella era incapaz de quitarle la mirada.

Se acercó a ella, brindándole el vaso de jugo. María tembló al sentir el roce de sus manos. El verde intenso de sus ojos le quitaba el aliento.

—Eres hermosa —le susurró con mirada chispeante—, deseable y
quiero besarte como loco.

María casi se atragantó con el jugo que él le había brindado.

Se arrimó más a ella, colocó una mano en su cuello, el cual acarició
con el pulgar. Con la otra mano tomó su barbilla y acercó su boca a los labios de ella. María le devolvió el beso con ardor. Supo que lo había sorprendido, y se alegró de saber que sus besos lo afectaban. Decidió profundizar el beso e introdujo su lengua en la boca de él con impaciencia por saborear su esencia que ya sentía familiar.

—Eres deliciosa —murmuraba él.

Terminaba el beso para apartarse y volvía a empezar nuevamente.

María sentía circular el deseo por su sangre. El aroma de su piel la arrebataba. Quería más. Se pegó a él, con lo que ganó que él la oprimiera en sus brazos, y le recorriera la columna con caricias suaves que le pararon los pelos de la nuca.

Esteban decidió ser más osado, se percató ella, al sentir por donde iban sus manos. Los pulgares reptaron por el abdomen hasta que los llevó a la parte baja de sus pechos. El gemido que María tenía atravesado en la garganta le devolvió algo de cordura, se tensó enseguida y se apartó.

Él se recostó en la esquina del escritorio, la escrutó con mirada vigilante, la atrajo hacía él y con tono de voz mortificado le susurró:

—¿Qué pasa? ¿No quieres estar conmigo? —Suplicante añadió—: ¿Por qué me rechazas? No lo soporto.

De vuelta a tu amor Donde viven las historias. Descúbrelo ahora