—Me lo prometiste —le decía Javier a Carolina. Mientras ella salía desnuda de la cama.Carolina se tropezó con una serie de periódicos y revistas que hablaban de Esteban San Román.
Javier Cortes llevaba días tratando de investigar al hombre. Había seguido a María pero parecía que el industrial se había esfumado.
Renació su esperanza de volver a recuperarla, hasta que una mañana habló a la oficina del hombre haciéndose pasar por un periodista de una revista de alta circulación. "El señor San Román se encuentra de viaje". Una bilis amarga le subió a la garganta y con absoluta firmeza, continuó con su plan.
—Sí, lo sé —A carolina le provocaba gritar de impotencia—. ¿Por qué te interesa tanto el romance de María con ese hombre?
—Tengo planes. Ese cretino me cae mal.
No le iba a dar más explicaciones.
—No vayas a hacer una locura, Javier —lo miró consternada.
—¡Ya! —la calló enseguida—.¿Puedo contar contigo o no? —la
agarró del brazo y le hizo daño.—Ay, está bien.
Javier la soltó y ella se alejó, veía como se masajeaba el brazo donde la había lastimado. Lo miraba dolida. Él encendió un cigarrillo y dio una larga pitada; sus labios se aferraron a la colilla con avidez.
—No tienes idea, de cuanto la odio.
—Reflexiona, por favor —se acercó impotente a él.
—Vete, estoy esperando una llamada —la despachó sin sutilezas.
Al rato lo llamó Martín.
—Hermano, el hombre con el que te vas a entrevistar te espera en esta cafetería. Anota la dirección y la hora del encuentro.
Al día siguiente se encontraba en la humilde cafetería a la vuelta de
la plaza de mercado del Siete de Agosto, un barrio popular al occidente de la ciudad, cuando un hombre pequeño, de cabello ralo y mirada de lince, se acercó a él.Javier sabía que no podía desperdiciar su oportunidad de hablar con aquella fuente. Era el momento de vender su idea a como diera lugar. Si después de esa entrevista todo se iba al carajo no podría volver a contactarlos. Se percató de que un par de hombres se sentaron tres mesas más allá, en una posición que les permitía observar todo el perímetro del local.
—Martín Huertas me dijo que es importante lo que usted tiene que decirme —chasqueó el dedo y pidió un café negro a una muchachita que se alejó presurosa a cumplir el pedido, lo observó de forma despectiva, y le espetó—: Hable.
—Sí— carraspeó algo nervioso—, es sobre el señor Esteban San Román.
El hombre soltó la carcajada.
—Sabía que era una pérdida de tiempo.
—No, escúcheme, por favor —demandó Javier desesperado, lo que hizo que el hombre levantara una ceja inquisitivo. —Tengo un infiltrado en su casa. Puedo tener información sobre él. Sé que para ustedes sería un pez gordo del calibre de Ingrid o de Alan Jara.
Javier sabía que Reinaldo lo calibraba mientras su mente trabajaba con lo poco que le había dicho.
—No voy a negar el calibre del pez gordo que nos presenta — reconoció algo escéptico—. Nos daría con que negociar.
—Más en esta época, en que el actual presidente los tiene agarrados de las pelotas —insistió Javier en un intento de convencerlo. El hombre le devolvió una mirada de ojos rabiosos, que lo enmudecieron enseguida y le alteraron las pulsaciones.
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De vuelta a tu amor
RomanceTú eres mi vida, Esteban. Eso no lo pongas en discusión... > Adaptación.