La convivencia

373 37 11
                                    


Esteban despertó solo en la cama. Con una sonrisa en los labios recordó la noche anterior. Se habían amado hasta la madrugada. Se levantó, se colocó una pantaloneta y se dirigió a la parte de abajo. La descubrió en la playa sentada en un tronco, llevaba puesto el vestido de baño, observaba el mar. Se acercó lentamente, sin quitarle la mirada, y una dicha plena lo invadió. Era su mujer, su amor. Y con un fuerte sentimiento de posesión llegó hasta ella.

María sonrió y volteó a mirarlo.

—Buenos días, marido mío —le ofreció la mano para que se sentara al lado de ella.

—Buenos días. ¿Huyendo de mi lado tan pronto? —se acomodó al lado de ella. Tenía la boca voluptuosa, hinchada por sus besos.

Ella rió:

—No, estabas profundamente dormido y yo no podía aguantarme. Quería ver el amanecer. Es hermoso.

—Sí, todo lo que estoy viendo es hermoso.

—Es un momento perfecto.

—Sí, totalmente de acuerdo —le acarició el cuello, justo en el sitio
donde le había hecho un chupetón. Tenía la piel tan delicada... — Vamos por un chapuzón.

—El que llegue último hace el desayuno.

—Es una apuesta.

María salió corriendo. Él la dejó ganar. Prefería un buen vistazo a su trasero corriendo por la playa. Estaba dispuesto a preparar diez desayunos con tal de observarla. No entendía esa urgencia por fundirse en ella.

La noche anterior le había susurrado cosas que nunca le había dicho a ninguna mujer.

—Eres pura miel —le había dicho mientras bajaba por su vientre y se apoderaba de su centro— Estás tan húmeda y al rojo vivo — Y enterraba su boca en ella saboreándola hasta la locura, hasta que sus gritos llenaban la habitación.

Vivía solo para oír sus gritos de placer.

—Me tienes loco —le susurraba y volvía a la carga embistiéndola—. Estoy loco por ti, te amo. Siéntelo amor mío, siéntelo en la forma en que te beso, no puedo apartar mis manos de tu cuerpo... ¿Te das cuenta? Muero de amor por ti. Y cuando estoy en tu interior, no tienes idea. Dios, es tan delicioso.
Y con esas palabras llegaron juntos al orgasmo, mientras él continuaba susurrándole sus letanías de amor.

Allí en la playa, mientras la observaba correr hacia el mar, sentía un estrujón en el corazón. Se habían mirado todo el tiempo, cuando habían hecho el amor la noche anterior.

Caminó a paso rápido hasta alcanzarla, la abrazó y la tumbó en el agua, besándole el cuello, sobándole los pechos, pero ella estaba resbaladiza como un pez y se liberó de su abrazo y corrió fuera del agua.

—Ajá, con que esas tenemos. No sabes lo que acabas de hacer — corrió detrás de ella para darle alcance.

—No será tan fácil —retrucó ella tomando impulso otra vez. Reía a carcajadas. Su marido cogió un puñado de arena.

—Oh no, eso es jugar sucio —le decía mientras él la alcanzaba y le refregaba la arena en los pechos y en la espalda. Ya tenía la respiración agitada y no era precisamente por la carrera. Empezó a refregarse en ella—. ¿Te rindes? —le preguntó con voz agitada.

—Nunca —se soltó como pudo, agarró un puñado de arena, y se la mandó con fuerza, cayéndole en el cuello y el pecho.

Él la asió del brazo otra vez y la pegó a su cuerpo. Se miraron jadeantes antes de terminar los dos en la arena.

Esteban ya no estaba jugando.
Rato después, jadeantes y sucios de arena, se juagaron en una pequeña ducha que había a un lado de la cabaña.

—Tengo arena donde no te imaginas —dijo María.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Jun 23, 2022 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

De vuelta a tu amor Donde viven las historias. Descúbrelo ahora