TRES

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El día era gris, el color de Europa.

BaekHyun miraba como la ventana se llenaba de pequeñas gotas de agua debido a la lluvia, dibujo una carita feliz contra el cristal empañado y entonces se recostó sobre sus brazos, mirando el cielo. Pensaba que a esas alturas del año, a esas alturas de la vida, estaría en el inicio de su carrera como escritor, pero en cambio estaba ahí, encerrado en la solitaria casa, metiendo su dedo en el frasco de mermelada que Chanyeol dejaba para él y llevándola a su boca.

A su llegada, todavía se apreciaban las marcas de los mordiscos de la nieve en las manos y la sangre helada en los dedos. Todo en él era pura desnutrición: pantorrillas de alambre, brazos de perchero. No fue fácil arrancarle una sonrisa, pero cuando Chanyeol lo consiguió seguramente habría creído que era un muerto de hambre.

Tenía el pelo sucio cuando llegó, un traje al estilo alemán, pero sus ojos eran sospechosos: grises claro. En Alemania, en esa época, a nadie le habría gustado tener los ojos grises. Tal vez los había heredado de su padre, aunque los de él eran mucho más oscuros. En realidad, sólo sabía una cosa sobre su padre: el legado que le dejo con el talento para escribir.

Cuando BaekHyun llegó a la casa de los Park tuvo al menos la sensación de estar a salvo, pero eso no era ningún consuelo. Nada cambiaba el hecho de que era una criatura esquelética y perdida en un lugar nuevo y extraño, rodeada de gente extraña.

Para la mayoría de la gente que vivía alrededor, Park Chanyeol era casi invisible, una persona normal y corriente. Tenía grandes dotes como él habla, pero su comida era realmente mala y poseía un oído más fino que la mayoría. Pero estaba seguro de que había conocido personas como él, con esa habilidad para mimetizarse con el fondo, hasta cuando son el primero de la fila. Simplemente estaba allí. Pasaba inadvertido, no tenía importancia ni valor.

Esa noche, cuando encendió la luz del diminuto y frío lavabo, mientras Chanyeol le ayudaba a peinar su cabello, se fijó en los asombrosos ojos de su nuevo salvador. Estaban hechos de bondad... y de un castaño color, como el tronco de un fuerte árbol, brillantes como plata a pesar de su color. Al ver esos ojos BaekHyun comprendió que Chanyeol valía mucho.

-No has tocado tu violín- dijo Chanyeol con BaekHyun sentado entre sus piernas dándole la espalda mientras cepillaba su cabello mojado, con el fin de que este no se enredara cuando se fuera a dormir. -¿Pasa algo malo con él? Lo puedo llevar a arreglar si eso quieres-

-Me asusta que alguien lo escuché y venga-

-No hay nadie a kilómetros- BaekHyun abrazo sus piernas –Bien, puede que no, pero si un día estás de humor, puedes tocar para mí, siempre escuché tu números por la radio, pero nunca pude pagar para verlo, eran costosas esas entradas-

-Tal vez...después...- Chanyeol sonrió y siguió cepillando su negro cabello, con cuidado de no dar fuertes tirones.

Los primeros días, BaekHyun no había podido dormir, tenía pesadillas y comenzaba a llorar y gritar enredado en sus sábanas, entonces Chanyeol corría a ver que sucedía y se quedaba con él hasta que podía quedarse dormido, las primeras tres noches solo se sentó a su lado y acarició su cabello, después comenzó a susurrarle que todo estaría bien, que estaba ahí para él y al final, con un solo abrazo, podía calmarlo.

Chanyeol era una persona demasiado dulce y lo había aceptado en su vida a regañadientes pero pronto se volvieron toda la compañía que tenía el otro en esa soledad provocada por la guerra, en especial cuando los bombardeos comenzaron y se quedaban por horas en el sótano, escuchando como el mundo afuera explotaba en ironía. En momentos como ese, se quedaba cerca de Chanyeol oliendo su aroma, caramelos, té, pintura fresca, primero lo olía y después lo inhalaba a fondo hasta quedarse tranquilo.

TaciturnoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora