06.

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Cuando desperté, el sol brillaba en el departamento. Lo ocurrido la noche anterior me parecía muy lejano; mis miedos también. De noche, nada se ve como de día. No todo era tan dramático, a fin de cuentas. Me sentía más bien contento. Un lugar en donde no se deja ver la cara de elnopapá se asemeja al paraíso. Sobre todo porque por la mañana tiene un aliento que, si te da en la cara, te desmayas en el acto. Además papá estaría de vuelta pronto. Así que, ¿por qué no esperarlo aquí? O tal vez mamá había logrado avisarle y él ya estaría en su casa.

Mark dormía aún. Me daba la espalda. El teléfono estaba sobre el linóleo. Lo recogí y marqué el número de papá. De nuevo la contestadora. El número de Heechul. Nadie. Estaba a punto de colgar, pero me detuve. Dudé un momento y luego marqué un tercer número. Contestaron de inmediato.

—¿Bueno?

No contesté.

—¿Bueno...? ¿Donghyuck...? ¿Eres tú, Donghyuck...?

Los sollozos ahogaban su voz.

—Sí –dije en voz baja para no despertar a Mark.

—¡Mi amor...! ¿Dónde estás? ¿Estás bien? ¿Dónde estás, Donghyuck?

—No te preocupes, mamá, voy a esperar a mi papá.

Y colgué, porque tenía los ojos húmedos y no quería dejarme ablandar.

Me levanté. La jeringa estaba tirada al pie de su cama. Miré su rostro. Por momentos parecía un niño pequeño, con una sonrisa en la comisura de los labios. Pero de pronto su expresión se crispaba, como si estuviera sufriendo.

Tuve tiempo de preparar el desayuno antes de que se levantara. Hice mi mejor esfuerzo con lo que encontré en la raquítica alacena. Chocolate con agua y pan tostado sin nada. No me atreví a usar la mantequilla, por su color y su olor. Puse un poco de orden. Tiré la jeringa al basurero, sosteniéndola lo más lejos posible de mí, entre el pulgar y el índice.

Cuando ponía los tazones en la mesa, Mark despertó de su extraño sueño. Bostezó y me sonrió:

—Días, hermanito. Pensé que ya no estarías aquí.

—Se me olvidó irme –dije mientras servía el chocolate.

Entonces se puso a bromear, como si realmente hubiera sido su hermano de nacimiento.

—¡Guau...! –dijo, mirando a su alrededor–. Óyeme, eres una verdadera hada del hogar. No olvidaré pedirle tu mano a tu papá...

Se levantó. Tenía la apariencia desmejorada de alguien recién levantado.

Alcé los hombros.

—Hoy en día, es al chico al que se le pide eso, no al papá.

Se rascó la cabeza para tratar de acomodar sus cabellos. O tal vez tenía comezón.

—Es cierto... –murmuró.

Se arrodilló frente a mí, con una mano sobre su corazón.

—Señorito Donghyuck –declamaba como en el teatro–, es para mí un honor pedir su mano. ¿Acepta usted ser mi esposo, poner orden en mi departamento, preparar mis comidas y lavar mis calcetines hasta el fin de su vida?

Cuando se olvidaba de ser infeliz, Mark era divertido.

—¿Qué te has creído, que voy a casarme con un muchacho que tiene mantequilla rancia en su alacena? -–le contesté.

—Tienes razón hermanito... tienes razón...

Se puso de pie, se veía decepcionado, realmente decepcionado.

Yo no entendía nada. Tal vez se imaginó que yo podía aceptar.

—¿Sabes? De cualquier manera soy demasiado chico para casarme –dije por si las dudas.

Ése era el problema con Mark. Estaba contento y un instante después ya estaba triste.

Nos habíamos sentado en la mesa. Empecé a comerme mi pan tostado y él se quedó inmóvil, con la mirada perdida, ausente. Pensé en el anciano del Café de los Viajeros.

—Se va a enfriar tu chocolate...

Su mirada volvió a animarse. Se llevó el tazón a la boca.

Vi los moretones en sus brazos, en donde las jeringas habían jugado a los daros. No pude quedarme con la boca cerrada.

—No estaba dormido ayer cuando...

Me interrumpió.

—Ya lo sé. No debí haber... no enfrente de ti... –bebió un sorbo–, pero no pude esperar.

Tras un largo silencio, le pregunté.

—¿Por qué haces eso, por qué te...?

No me salía la palabra de la boca.

—¿Qué por qué me drogo, hermanito? –en sus labios había de nuevo una sonrisa, triste, la de un payaso enharinado–. Por culpa de los ''porqués'', justamente...

No entendía aún lo que quería decir. Susurré, con los ojos clavados en mi tazón:

—No deberías... no es agradable tener moretones en los brazos.

Se apoyó en los codos para inclinarse hacia mí y darme un beso en la frente. Luego añadió:

—Esos moretones no son nada comparados con los que tengo en el corazón.

Y se metió al cuarto de baño. Desde la ducha me gritó, para que pudiera oírlo:

—Por cierto, ¿qué estás haciendo aquí? ¿Por qué no te vas a tu casa?

—No te metas –le contesté–. También es una historia de corazón amoratado.

Mark, me gustaba que me llamaras ''hermanito''.

Un pacto con el diablo. | MarkhyuckDonde viven las historias. Descúbrelo ahora