04.

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Su departamento era minúsculo. Una recámara con un bañito con sólo una ducha y un lavabo. Más bien cochambroso. Trató de poner orden y movió dos o tres cosas de un lado a otro.

—Perdona el desorden –dijo–. No pensé que fuera a venir un invitado esta noche.

Mientras le contestaba que no había problema, sacó una cobija de un ropero.

—Ahora tienes que dormir. Puedes acostarte en el sofá.

Y me miró.

Fue entonces cuando empecé a sentir miedo. De repente me pareció que tenía una cara extraña, con sus ojos hundidos y ojerosos, sus mejillas chupadas y su aire ausente. ¿Y si me hubiera topado con un maniático?

Ya había leído en el periódico historias de orates que hubieran podido atacarme. ¿Por qué lo había corrido el dueño del café? Había dicho: ''muchachos como tú''. ¿De qué tipo de muchachos hablaría? Debí haber desconfiado. Tenía un nudo en la garganta y en mi interior se instalaba el pánico. Mi corazón empezó a latir un poco más rápido. Quería irme pero no me atrevía, no fuera a ser que se alterara. ''Que no te gane el miedo, huirás cuando esté dormido'', pensé.

Me acosté donde me indicó, encima de un sofá amarillo y sucio, pero me quedé con la chamarra y los tenis puestos. Me tapé con la cobija y me aferré a mi mochila, que no había soltado ni un momento.

Cuando lo vi dirigirse hacia la puerta arrastrando los pies y correr el cerrojo, en verdad me asusté. Dije entre dientes:

—Por favor, ¿podrías dejar abierto? Es que no soporto estar encerrado...

Quitó la mano del cerrojo y volteó a verme.

Perdóname, Mark. Realmente pensé que tenías malas intenciones. No podía adivinar que al único al que podías hacer sufrir era a ti mismo. ¿Me entiendes? Tenía miedo.

Dejó la puerta entreabierta.

Un pacto con el diablo. | MarkhyuckDonde viven las historias. Descúbrelo ahora