1. Sin experiencia no hay fuerza.

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La corte francesa tiene buena fama con sus fiestas. El rey y la reina disfrutan de gastar dinero por montones para complacer a sus invitados, y el carisma es algo que al parecer es algo nato en ellos.

Entre mas poder tienes más enemigos ganas. Los reyes son un gran ejemplo de ello, por eso mismo fue fácil conseguirme un lugar en la guardia real.

Las investigaciones me ponían de nervios, pero logré hacerme pasar por Thomas quemando una esquina de sus papeles de identidad, justo donde se veía su año de nacimiento y podría revelar su edad. Así sostuve mi mentira haciéndoles creer que mi amada esposa Adelaide había muerto en el incendio y que juraba entregar mi vida a la corona porque ya no me quedaba otra motivación para seguir en este mundo más que servir a Dios y a mi país.

Mi fuerza física era nula cuando llegué. Sin embargo no se me cuestionó demasiado ya que la mayoría de los guardias que llegan aquí a la edad de dieciséis años, tienen el mismo problema que yo ahora. Me han hecho entrenar un poco en duelo de espadas, pero según el jefe de guardias, lo que mejor se me da es correr.

No lo dudo. No tengo mucha fuerza en los brazos, así que si existiera una estrategia de guerra en dónde se me incluya, yo sería algo así como la carnada. Se me da bien correr, por ende se me da bien escapar, y eso sólo sirve para distraer a los enemigos... o capturarlos el tiempo necesario hasta que lleguen los refuerzos.

Mientras tanto no hay guerras, lo cual es extraño, pero reconfortante al mismo tiempo. Así que mi trabajo consiste en cuidar a Lady Claude.

-¿Por qué no me ha hablado hoy, joven Thomas?- me pregunta.

Tiene la misma edad que yo, y es hija del Vizconde Daly. Es bastante habladora, pero aunque quisiera romper mi silencio para ser amable, me parece que entre menos hable menos oportunidad tengo de arruinar mis mentiras.

-No sabía que quería que hablara.

Mi voz definitivamente no es es la más varonil, pero siendo sincera creo que llega a disimularse bien con el simple hecho de hablar más bajo y lento de lo normal.

-Llevo hablando con usted un buen rato- se pone de pie con dificultad y comienza a caminar hacia mí poniéndome nerviosa-. Tal vez necesito un amigo.

-Los nobles...

-Paso mas tiempo con usted que con la nobleza-interrumpe.

-Podría acompañarla fuera de esta habitación si eso quisiera.

Ríe, pero sé que no le ha causado ni un poco de gracia mi comentario.

-¿Y hacer una caminata de la vergüenza? ¿Que todos se burlen de que he pecado?

Señala su enorme barriga.

Su vestido es muy grande, pero no disimula ni un poco ese embarazo. Hace unos meses que la conocí, y que se me asignó a cuidar de ella, no era tan evidente, podía hacerse pasar por alguien con unos kilos de más. Sin embargo, ya toda la corte lo sabía; pero ese bebé ya está por nacer, y la pobre de Claude parece ansiar que eso suceda pronto ya que su pequeño cuerpo apenas logra sostener ese peso sin tenerla quejándose del dolor de espalda día y noche.

-Vergüenza me daría ser parte de los nobles que le juzgan a pesar de usted ser tan buena.

Claude lleva el ceño fruncido, pero de a poco sus facciones se ven suavizando hasta que me ofrece una sonrisa.

Ella es lo más cercano que tengo a una amiga. Cuando viví en España tuve algunas, incluyendo a mis hermanas, pero estos dos últimos años con Thomas me tuvieron completamente aislada.

-Y miedo- continúo-, el principe Raphael ha amenazado con castigar a todo el que hablara de usted.

-Es un hombre que habla mucho y no hace nada-dice, pero de inmediato parece arrepentirse.

Cuarto crecienteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora