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YoonGi se sentó detrás de su escritorio, el nuevo que había comprado después del ataque de JungMin, y tomó otro sorbo de su whiskey. Deseaba poder beber hasta emborracharse, pero quería estar alerta, en caso de que pasara algo con el bebé.

El bebé―ahora había algo que le daba otra razón para tomar otro trago. Iba a ser padre. Cuando se apareó con JiMin, ni siquiera tenía idea que esa podía llegar a ser una posibilidad. Ahora que lo era, seguía en estado de shock.

Dejó su bebida en el escritorio y luego acunó su cabeza entre sus manos. Ni siquiera lo había disfrutado, cuando el menor compartió las noticias con él. Despojó a su pareja de eso y dejó una herida abierta y ensangrentada en su lugar.

La había jodido tanto, que JiMin nunca iba a perdonarlo. Le costaba tragar debido al rechazo. Nunca iba a perdonarse a sí mismo. ¿Cómo es posible que siquiera comenzara a pensar que JiMin lo traicionaría? Eso no iba con su personalidad.

Simplemente había saltado a esa conclusión, cuando fue confrontado por el anuncio del peliblanco. ¿Qué decía sobre él, que en lo primero que haya pasado por su cabeza, fuera la traición? ¿Qué decía del mundo en el que vivía?

Llevaba días, tratando de hallar una forma en la que JiMin estuviera de acuerdo con verlo. Había enviado regalos, todos habían sido devueltos.

Había rondado fuera de la puerta del conejo. Incluso había llegado a dormir en el sofá del pasillo, en caso de que este necesitara algo en medio de la noche.

Era patético, y lo sabía, pero no podía pensar en ninguna otra mejor forma, para llegar a JiMin, además de forzar su entrada y exigiéndole que hablara con él. YoonGi se rió entre dientes y apoyó su cabeza en el respaldo de su silla. ¿Tal vez esa era la única forma de proceder?

―Adelante ―dijo, cuando alguien golpeó la puerta del estudio. Sabía que no era la única persona a la que realmente quería ver.

HoSeok entró, con una mano detrás de su espalda.

―Tengo algo para ti.

Frunció el ceño y se sentó más derecho, ante la perversa curvatura en los labios del castaño. El pelinegro movió sus labios nerviosamente.

―¿Qué?

El contrario le entregó una pequeña bolsa, hecha con retazos de cuero trenzado.

Tenía más colores que los que pensaba que había en el arcoíris. Lo tomó, confundido, y notó inmediatamente que estaba pesado. Había algo adentro.

Su curiosidad echó raíces. Desató la bolsa y se asomó para ver su interior.

La luz de la habitación hizo brillar algo plateado. Metió la mano y sacó el artículo, sorprendido de encontrar un brazalete en su mano.

―Es un brazalete con dijes ―dijo HoSeok.

Coloridas cuentas decoraban el brazalete. Las reconoció, como las cuentas que había que había escogido cuidadosamente en la tienda. También había escogido los dijes que le había dado a JiMin, pero no el que colgaba del brazalete.

Lo sostuvo en la luz, para conseguir un mejor vistazo. Cuando lo hizo, una risita se escapó de su boca. Era el primer sonido de alegría que había proferido en días. El dije que colgaba del brazalete era pequeño y blanco y tenía la forma de un conejito.

― ¿Va a verme? ―Alzo sus ojos hacia el de hebras café, esperanzado. Sin o que su deseo caía en picada, cuando su amigo negó con la cabeza.

―No, todavía no. Pero no falta mucho. ―HoSeok comenzó a regresar hacia la puerta, deteniéndose, cuando le dio una mirada por sobre su hombro. ―Va a venir, pero necesita tiempo, y tú necesitas dárselo.

Escamas y algodón | YMDonde viven las historias. Descúbrelo ahora