Escamas y algodón | YM

005

YoonGi se dio cuenta, de que había un peso muerto sobre su pecho, aún cuando estaba despierto. Normalmente no tenía algo encima de él, así que lo notó de inmediato. Abriendo sus ojos, sonrió cuando vio la cabeza blanca de JiMin acurrucada en su pecho. Al parecer el pequeño conejito había encontrado un lugar para dormir.

Podía sentir su erección matutina presionándose entre los muslos del menor, pero sabía que el nombrado estaría demasiado adolorido como para poder aliviar el dolor que lentamente se estaba acumulando gracias a su erección.

Había tomado a JiMin dos veces la noche anterior, añadiendo que el peliblanco nunca tuvo relaciones con otras personas. Desafortunadamente, no se había enterado hasta después de la segunda vez. Tendría que hablar con su pequeño conejito sobre ser sincero con él. La omisión no era una mentira, pero estaba bastante cerca. Habría tomado a JiMin lentamente en vez de joderlo de manera ruda.

Usó su mano para acariciar el sedoso cabello blanco del contrario. YoonGi se consideraba a sí mismo como un hombre poseído, y ese no era el colmo. Se había enlazado con un pequeño conejo, y al parecer eso no le molestaba, en su lugar lo confundía más que cualquier otra cosa. Era un dragón, y además un príncipe. Se suponía que tenía que aparearse a otro dragón y continuar con la línea de sangre de los dragones. Siempre lo supo. Incluso lo esperaba. No esperaba tener a un conejito como pareja.

Sonrió cuando JiMin murmuró dormido y se presionó contra su mano.

Estaba empezando a creer que su pequeño conejito estaba hambriento de afecto. El más bajo parecía ansiar cada caricia que le entregaba. Tendría que preguntarle al respecto en algún momento.

Resignado a no poder conseguir un pedacito de cola —se rió entre dientes ante ese pensamiento— rodó a JiMin cuidadosamente hacia el colchón y metió las mantas alrededor de su pareja. Este se retorció por un momento, luego se acomodó y volvió a dormir.

Lo miró, luego rodó sus ojos, cuando se dio cuenta de que lo estaba mirando fijamente. El cambiaformas conejo era tan malditamente lindo, hasta lo considera sexy. Quitaba el aliento. Podría mirarlo por horas y nunca se aburriría de hacerlo.

Había algo en tener una pareja tan pequeña y delicada que llamaba a sus instintos más básicos. No creía que se hubiese sentido de esa forma si se hubiera apareado con otro dragón, incluso un dragón más pequeño. Sin embargo, JiMin era otra historia.

Se sentía protector, posesivo, e intrigado, todo de una sola vez. Mataría a cualquiera que se metiera con aquel peliblanco de ojos violetas. Eso era un hecho. Pero algo también le decía que mataría a cualquiera que hiciera un movimiento hacia su conejito. El mero pensamiento de que alguien más pusiera sus manos en JiMin, era suficiente como para hacer que el humo comenzara a salir en forma de remolino de su nariz.

¡No estaba bien!

Inhaló una profunda y purificadora respiración y se forzó a alejarse de su pareja. No haría nada si se quedaba ahí parado y continuaba mirándolo, sin importar cuando quisiera hacerlo.

Necesitaba limpiarse, vestirse, y averiguar cómo salir de los cuarteles del Consejo. No era fácil estar lejos de casa, durante largos periodos de tiempo. Tenía un montón de trabajo que hacer. La única razón por la que había venido a la reunión, era porque era una orden. De otra forma, habría enviado a alguien en su lugar.

Ser el príncipe de su clan, no era un trabajo tan glamoroso como todos pensaban. Tenía responsabilidades que no podía ignorar, para ambos, su clan y toda la raza de cambiaformas. Quedarse en el castillo del Consejo, sólo significaba que todo se estaba apilando en casa, esperándolo.

Se dirigió a su baño. Tal vez una larga ducha de agua caliente, aliviaría la necesidad de volver directo a la cama con JiMin y pasarse el día aprendiendo sobre cada gloriosa pulgada del cuerpo del hombre.