Capítulo seis

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—Me parece que es un muy bien momento para meternos a bañar —digo una vez despiertos a primera hora de la mañana.

—No recuerdo la última vez que me bañé —dice Kai.

—Eso ya lo noté.

Me acerco al baño que descubrí anoche. Con un poco de suerte habrá agua corriente. El hecho de que esté fría es lo de menos, conque podamos estar limpios es lo que cuenta.

Caminar en ropa interior por esta casa se siente muy raro. Nada que ver con las ocasiones en que lo hacía en mi casa. Me siento como una presa que puede ser devorada en cualquier momento.

Llego al baño y me acerco a la regadera. Rezo por poder conseguir agua. Abro la llave. Espero. Poco a poco comienzan a salir gotas hasta convertirse en un chorro firme. Tenemos agua.

—¡Kai! —lo llamo— ¡Hay agua!

Escucho los pasos de Kai hasta llegar al baño. Mira con asombro cómo el agua sale de la regadera y choca con el suelo haciendo un milagroso sonido.

—Si quieres báñate tú primero —me ofrece.

Regreso al cuarto por las mochilas. Por fin podré ponerme ropa limpia sin que yo le pegue mi mugre. Regreso al baño y cierro la puerta.

Me meto bajo el agua. Las gotas heladas golpetean mi piel. Cierro los ojos y me dejo llevar por el agua. Veo que hay un jabón tirado en el suelo. A simple vista parece que está seco, pero más vale intentar sacar algo de ahí. Humedezco el jabón e intento lograr obtener espuma. Con un poco de esfuerzo consigo algo de espuma. Aprovecho el jabón lo más que puedo y me tallo por todos lados.

Una vez que termino de bañarme cierro la llave y elijo la ropa que me pondré. Me pongo un pantalón de mezclilla y una playera negra.

Salgo del baño. Busco a Kai con la mirada. Debió de haber vuelto al cuarto. Ahí está.

—Es tu turno —le digo lanzándole la mochila con la ropa—, toma ropa de ahí.

Kai me mira genuinamente agradecido. Se acerca a abrazarme y me susurra un «gracias». Nos separamos y camina hacia el baño.

Lo espero en el cuarto mientras mi cabello termina de secarse.

Empiezo a creer que haberme topado con Kai fue lo mejor que me pudo haber pasado entre tanta basura.

¿Me lo esperaba? No.

¿Era lo que imaginaba? No.

¿Lo buscaba? No.

¿Lo necesitaba? Creo que sí.

Después de un rato se abre la puerta del baño y Kai sale con un pants y una playera negra de tirantes con un estampado de una piña. Recuerdo que solía llevarme esa playera a mis entrenamientos de boxeo. Y pensar que eso pasaba apenas hace medio año.

—Sí cambias cuando te bañas —le digo. Mi playera le queda un poco grande. Si tengo que ser honesto, me gusta cómo se ve con mi ropa.

—Ya extrañaba bañarme —dice.

—¿Por qué elegiste esa playera? —le pregunto.

—Es mi fruta favorita.

—Da la casualidad de que también es mi fruta favorita —digo acercándome a él. Me doy cuenta de que soy más alto que él.

Al tenerlo tan cerca veo que está igual de demacrado que yo. Los tirantes de la playera se reposan sobre sus hombros huesudos. Parece que cualquier mal movimiento podría romper sus clavículas.

—Por eso es de mis playeras favoritas —continúo.

Kai se sonroja.

—No lo sabía —dice nervioso y comenzando a quitarse la playera—. Me pondré otra.

Lo detengo y le pongo la playera de vuelta.

—Quédatela —le digo—, tú la escogiste.

Kai me mira a los ojos. Sus ojos brillan, ya no por encima de la mugre. Sonríe. Se lanza a abrazarme. En esta ocasión correspondo al abrazo.

—Gracias por haberme encontrado —dice.

—Comienzo a creer que tú me encontraste a mí.

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—Si por mí fuera me quedaría a vivir aquí —dice Kai una vez que terminamos de desayunar.

—Lo mejor será que nos movamos en busca de ese refugio.

—Si te soy honesto no estoy seguro de que ese refugio exista.

—A estas alturas nadie está seguro de nada.

—Tienes razón.

Estamos en el comedor de la casa. Hemos dejado todo en su lugar, no vaya a ser que algún saqueador ande buscando sobrevivientes para robarles.

Reviso las mochilas para ver cuántas provisiones nos quedan. Antes de que conociera a Kai todo lo que estaba en mi mochila era para mí solo, no tenía que preocuparme por tener que dividir la comida. Ahora todo es diferente. Necesitamos más comida para más días.

A pesar de esa dificultad no me siento frustrado. En el fondo de mi corazón introvertido extrañaba el contacto con otro ser humano, especialmente con alguien que pudiera entenderme. No habría sido lo mismo si Kai fuera un señor, lo más probable habría sido que lo dejara ahí y yo continuara con mi camino.

—Tenemos comida para unos cuantos días más —anuncio—, a lo mucho una semana.

—Perdón por no tener nada conmigo —dice Kai—. No quiero ser una carga para ti.

—¿De qué hablas? Estamos juntos en esto.

Kai se queda callado y se limita a asentir.

—Podemos ir a buscar más comida. No es que sea el fin del mundo —ironizo.

Kai suelta una risita. Me gusta verlo alegre, es de lo poco bueno que queda.

—Pues vámonos ya —dice.

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Esta zona residencial no es muy grande, pero tenemos suerte de que haya una pequeña tienda cerca de la casa donde nos quedamos.

Kai se sumerge en el local en busca de algo que podamos usar para nuestro viaje hacia el supuesto refugio. Para acelerar las cosas yo también me pongo a buscar cosas.

Lo único que logro encontrar en buen estado son latas. Si me hubieran dicho que en algún punto de mi vida iba a sobrevivir a base de latas seguramente me habría reído.

—Pues parece que solo podremos llevarnos latas —concluye Kai.

—Bien, es mejor movernos antes de que se haga tarde —digo.

Salimos de la tienda y caminamos en dirección a la autopista. 

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