Capítulo siete

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Más o menos hace cuatro meses tuve que salir de mi casa. Recuerdo perfectamente que era de noche y estaba terminando de entrenar con mi saco de boxeo. Estaba tomando agua en mi cuarto escuchando música de fondo.

Escuché un fuerte choque cerca, tal vez fue en una calle cercana. Al principio estaba atento a cualquier cosa que pudiera pasar, no eran comunes los accidentes viales. Bajé el volumen de la música para poder escuchar si los vecinos decían algo. Silencio absoluto.

Mis papás no estaban en casa esa noche. Era normal que estuviera tan alerta.

Poco después comenzaron a escucharse gritos que fueron creciendo conforme pasaban los segundos. Estaba comenzando a asustarme.

Intenté llamar a mi mamá. Habían ido a una consulta para mi papá en un hospital en el centro de la ciudad. Contestó al tercer tono. Pregunté si todo estaba bien. Se escuchaba agitada, como si estuviera corriendo. Solo alcanzó a decir mi nombre antes de que soltara el grito más horrible que he escuchado en mi vida.

A esas alturas ya estaba aterrorizado.

Desde hacía unas semanas ya tenía preparada una mochila con provisiones escondida en mi clóset, por si acaso. No supe cómo logré encontrarla. Abrazaba esa mochila mientras temblaba sobre la cama.

Entonces los gritos se volvieron más cercanos a la casa. Escuché ruidos que un humano normal no tendría que hacer.

Fuertes golpes azotaron la puerta de la entrada. Ahogué un grito. Todas las luces de la planta alta estaban encendidas, definitivamente sabían que había alguien en la casa.

Los golpes se volvieron más y más fuertes. Escuché un fuerte estruendo y ruidos inhumanos en la planta baja. Ya habían entrado a la casa.

Todo pasó muy rápido. Sin pensarlo bien me colgué la mochila y salí por la ventana. Caí en el pasto. Me levanté rápido y comencé a correr sin pensar en si me había lastimado. Tuve suerte de que solo fueron golpes.

Al poco rato llegué a un callejón y me escondí mientras esperaba a que pasara un poco el caos. Ese fue el momento en que más he llorado en mi vida.

Esa noche tenía puesta la misma playera que Kai tiene puesta ahora.

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Mientras caminamos para salir de la zona residencial miro a Kai. Se ve mucho mejor ahora que cuando nos conocimos. Creo que había algo que a ambos nos hacía mucha falta: otra persona.

Verlo sonreír mientras el sol está en alto me da esperanza. Es como si de alguna forma él hubiera llegado para decirme que no todo está perdido.

Ver esta zona residencial abandonada me produce un extraño sentimiento. Alguna vez hubo gente caminando por estas calles. Alguna vez hubo coches estacionados frente a las casas. Alguna vez hubo niños jugando aquí. Alguna vez hubo vida.

—Me gusta estar contigo —dice Kai—. Siento que hacemos buen equipo.

—Yo también siento lo mismo —respondo.

Esperanza. Definitivamente esa es la palabra correcta para describir lo que siento ahora. Mucha esperanza.

Seguimos avanzando por las calles. Poco a poco comienzan a aparecer edificios ajenos a la zona residencial. Si nos dirigimos más hacia el centro de la ciudad llegaremos a la autopista.

—Avísame cuando tengas hambre —le digo a Kai.

Yo llevo la mochila con las provisiones y él lleva la mochila con la ropa, para estar equilibrados.

Kai asiente.

He de decir que genuinamente le he agarrado cariño a este chico. La verdad necesitaba poder estar con alguien que me entendiera, que haya pasado por lo mismo que yo. Alguien con quien ser yo mismo. Alguien en quien confiar.

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—Esa sopa no estuvo nada mal —dice Kai una vez que terminamos de comer.

Estamos sentados en un callejón. Esta ocasión logramos conseguir materiales para hacer una fogata improvisada. La comida enlatada caliente sabe muy diferente.

—Si caminamos una hora y media más llegaremos al centro —digo.

—No me he atrevido a ir al centro desde que todo comenzó —confiesa.

—Ya somos dos —digo—. ¿Qué te parece si lo hacemos mañana a primera hora?

—Me parece bien.

—Mientras busquemos un lugar donde dormir.

—No me importa dónde sea, siempre y cuando sea contigo —el comentario de Kai hace que me sonroje.

—Juntos todo es mejor, ¿no es así? —digo.

—Sí —dice sonriendo.

No hay casas cercanas y no queremos buscar en un edificio de departamentos, así que nos quedamos en el callejón hablando hasta que llega la noche. Apago la fogata. Nos ponemos sudaderas para guardar mejor el calor. Usamos las mochilas como almohadas e intentamos dormir.

Cuando siento que estoy por quedarme dormido siento que Kai me abraza. Recibo el abrazo y lo estrecho entre mis brazos. Esto es lo que necesitaba. Miro las estrellas en medio de la noche, nuestra única compañía.

Estoy vivoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora