10 | Nunca

177 17 8
                                    

Garret

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Garret

Empezaba a convertirse una rutina. Visitar a mi hermano, verle lleno de golpes y heridas, buscar salidas para aquella pesadilla y volver a la biblioteca a terminar el día, a buscar ese soplo de aire fresco.

La condenada dolía. Los músculos en constante tensión. El aire frío entraba a mi boca y congelaba todo a su paso a la espera, contando los segundos antes de que se resquebrajara y se hiciera añicos. Hacía tiempo que mi corazón no servía para otra cosa más que para mantenerme vivo, para sostener ese pinchazo de rabia primigenia.

Allí estaba de nuevo. Con el estómago en el suelo y el corazón en la garganta. Los latidos de mi corazón se escucharon con ferocidad en mis oídos porque el silencio que reinaba no daba pie a nada más. Palpitaba en mis oídos recordándome que seguía vivo, que debía despertar. Pero no despertaba. Nunca lo hacía. Porque soñar sabía a chocolate caliente en noches de invierno, porque no pensar resultaba dulce al paladar y tierno a los sentidos.

Se trataba de sumirte en ese agradable letargo. Conocer esa utopía donde nadie hacía daño y el dolor no existía. Me gustaría haberme quedado en esos sueños donde mi hermano no estaba en una cárcel de oro, gritando por escapar, muriendo por vivir. Sueños donde enamorarse era como notar el sol acariciando tu piel, curando tu alma. Sueños donde vivir era una elección, no una condición.

Pero entonces salías del sueño. Y cuando eras consciente de tu alrededor, cuando abrías los ojos, pero tu alma seguía vagando por allí, el mundo dejaba de ser tan bonito. Porque no era el mundo real. El mundo real estaba lleno de pérdidas, desesperanza y traiciones. El mundo real era el lugar donde las almas perdidas buscaban su consuelo aun sabiendo que aquello no existía. Siempre persiguiendo algo inalcanzable. Marchitándose poco a poco, sin rendirse, hasta que morían y caían en la realidad de que todo aquello que andaban buscando era imposible.

Eso fue lo que sentí cuando lo vi aquella noche otra vez. Mi vida marchitándose. Un depredador que espera a poder envolver con sus dientes afilados a una presa indefensa. Ya hacía mucho tiempo que se había de luchar y solo esperaba una muerte rápida.

Me acerqué a él corriendo cuando lo vi cojear, pasando por las farolas que escasamente iluminaban un metro de diámetro. Todo sucumbiendo a la agonía, al dolor, al vacío.

—¿Qué demonios ha pasado? —pregunté apretando los dientes tanto que me extrañó no escucharlos rechinar. Pasé uno de sus brazos por mis hombros mientras él dejaba caer todo su peso sobre mí.

—¿Tú qué crees? —farfulló. Daba la sensación de que se arrancaba las palabras de la boca, porque ni tan solo eso era capaz de hacerlo sin que su cuerpo se estremeciera—. Solo necesito sentarme.

Lo llevé al banco más cercano, cada paso sacando de él un suspiro tembloroso. El miedo invadió mis sentidos y rogué para que todas aquellas heridas fueran superficiales. Una vez lo dejé, me puse de cuclillas frente a él. Sostuve su barbilla para que me mirara.

Con la mentira por delante (#I.P.2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora