𝐂𝐀𝐏. 𝐃𝐎𝐂𝐄

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Aquella misma tarde, el capitán y la comandante me hicieron llamar al despacho de la segunda. Me preguntaron sobre mi charla con Eren en los calabozos. Como no podía decir la verdad, ni dejar ver que, en pocos días, abandonaríamos el campamento, tuve que inventarme una mentira creíble a oídos del capitán Levi, pues era el más astuto de los dos.

Tras varias explicaciones y responder numerosas preguntas, ambos me dejaron salir y volver a cumplir con mis tareas. Desde mi punto de vista, habían quedado satisfechos con la mentira, y se la habían creído del todo. O, al menos, eso me habían dado a entender.

Aquella noche apenas pude pegar ojo. Mis pensamientos eran un torbellino de emociones que mantuvieron activo mi cerebro toda la noche, haciéndome dar vueltas de un lado a otro en el catre. Me había imaginado todo tipo de situaciones posibles; desde el éxito de la huida y el resto del plan, al fracaso inminente y la sanción correspondiente por traición.

Después de haber descansado durante un par de horas, me levanté antes que Mikasa. Sin hacer ruido, me encaminé al baño, donde me aclaré el rostro y me vestí con el uniforme. Pase mis dedos fríos por los enmarañados mechones de mi cabello y, una vez estuve contenta con el resultado, abandoné la estancia y la habitación, dejando atrás a Mikasa, quien seguía dormida.

Tuve suerte ya que, desde mi cuarto hasta el establo, no me crucé con nadie más que con Louise, quien me saludó con un ademán de cabeza y una sonrisa de oreja a oreja. Seguramente, ya debía estar enterada que me había unido a ellos.

Cuando llegué al establo, no había ni un solo alma, simplemente estábamos los corceles y yo. Con paso apresurado, me adentré en el cuarto de los arreos y cogí todo lo necesario para equipar a mi caballo: la cabezada y la montura. Avancé por el largo pasillo hasta llegar al corral donde mi caballo descansaba plácidamente. Al sentir a alguien cerca, se acercó a la puerta, recibiéndome con un sonoro relincho.

— Shh - le apacigué, acariciando su cabeza mientras con la otra mano abría el pestillo de la puerta. — Soy yo.

Entré en el espacio y volví a cerrar la puerta. Aunque llevara una buena temporada sin montar, el animal no se había olvidado de mí, pues me daba pequeños toques en el muslo con su cabeza, justo por encima de la cicatriz que me recordaba la vez que pensaba que Eren había muerto devorado por un titán, en el ataque a Trost.

Equipé al caballo lo más rápido que este me permitió y, una vez listos, volví a abrir la puertecilla. Sujetaba las riendas con firmeza mientras arrastraba al animal al exterior, esperando que el repiqueteo de los cascos en el pavimento no llamaran la atención de nadie.

Una vez fuera, pasé las riendas por su cuello y coloqué mi pie en el estribo izquierdo y me impulsé, sentándome sobre la montura. Sujeté las riendas entre mis manos y, echando un último vistazo a los alrededores y asegurándome que no hubiera nadie por la zona, espoleé al corcel y me alejé de allí.

𝐘𝐔𝐆𝐄𝐍 | 𝐄𝐫𝐞𝐧 𝐉𝐚𝐞𝐠𝐞𝐫Donde viven las historias. Descúbrelo ahora