𝐂𝐀𝐏. 𝐓𝐑𝐄𝐂𝐄

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Los días se volvieron eternos. Cada día que pasaba, se me hacía más y más difícil engañar a las personas que más quería, pero la rabia y el rencor me habían carcomido por dentro, siendo aquello lo que me mantenía firme al plan, a la huida con Eren.

Habían pasado dos semanas desde mi último encontronazo con Floch. Desde entonces, me había asegurado de seguir las instrucciones al pie de la letra. No tardé mucho más de cinco días en encontrar una vía de escape que fuera segura, en la que apenas hubiera guardias vigilando. De esa forma, escaparíamos a través del bosque, sorteando los puestos de vigilancia aún activos, aprovechando los cambios de guardia. El tramo más difícil serían los primeros kilómetros, pero, una vez superados, tan solo deberíamos seguir la línea recta que formaban los puestos abandonados.

Durante aquel par de semanas, la convivencia con Armin, Mikasa y Jean se me hizo bastante complicada. Aunque intentara fingir que todo iba bien, me era complicado aparentar que todo iba con normalidad. Por suerte, pude excusarme con el retorno de Eren, haciéndoles ver que no me sentía cómoda al saber que estaba cerca y que no era el de antaño.

Armin y Mikasa se habían empeñado en hablar con él, y querían que yo estuviera presente. Por suerte, la comandante Hange denegó todo tipo de contacto con Eren, siendo ella y el capitán Levi los únicos que podían conversar con él, con el fin de hallar nueva información.

A su vez, Eren no había vuelto a solicitar mi presencia en los calabozos.

— Tierra llamando a Saori - las manos de Jean se movían de un lado a otro delante de mi cara, buscando llamar mi atención.

Al escuchar mi nombre, salí del trance en el que mis pensamientos me habían atrapado. Deslicé los ojos y miré al chico tumbado a mi lado por el rabillo del ojo. Sus ojos marrones me miraban fijamente, esperando una respuesta a una pregunta que jamás había llegado a mis oídos.

— Lo siento, estaba distraída - me limité a responder, mostrándole una tímida sonrisa. — ¿Qué habías dicho?

Antes de repetir aquello que había dicho, un largo suspiro abandonó sus labios. Movió su cuerpo y se puso de lado en la cama para mirarme mejor, su mano haciendo de apoyo para la cabeza.

— ¿Sabías que las estrellas de mar no tienen cerebro?

Un largo silencio fue mi única respuesta, seguido de una mueca.

— ¿Debería preguntar por qué sabes eso? - contesté finalmente.

— Hange - dijo con seguridad.

— Creo que las estrellas de mar y tú tenéis algo en común.

— ¿El qué? - preguntó inocentemente, arrancádnome una pequeña carcajada.

Al escuchar mi risa, pronto se dio cuenta de que me estaba metiendo con él, por lo que se puso a la defensiva.

𝐘𝐔𝐆𝐄𝐍 | 𝐄𝐫𝐞𝐧 𝐉𝐚𝐞𝐠𝐞𝐫Donde viven las historias. Descúbrelo ahora