Entre ruinas

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Desde la muerte de Gokú y la aparición de los androides 17 y 18, han pasado trece largos años. Desde entonces que han sucedido muchas cosas.

Vegeta, Piccoro, Krilin, Yamcha, Ten-Shin-han y Chaos fueron asesinados, y Kami-Sama también había muerto, por lo que las Esferas del Dragón quedaron totalmente inutilizadas, borrando así la posibilidad de revivir a todos.

Gohan no volvió al Monte Paoz desde aquel día, y se fue a algún lugar de las montañas no solo para esconderse de los androides, sino también para dedicarse pura y exclusivamente a entrenar. 

Milk no entendió por qué su hijo no regresó más a su casa, y temía que hubiera sido asesinado por los androides. Ella nunca quiso entender el hecho de que ahora su hijo se había convertido en el último guerrero con vida en la Tierra capaz de hacerle frente a los androides. Y, muy a su pesar, la idea de convertirse en un investigador ya estaba prácticamente fuera de contexto.

¿Qué sentido tenía estudiar para ser investigador en un mundo que estaba al borde del abismo?

Ahora Gohan tenía 23 años y, aunque ya había alcanzado el Súper Saiyajin el día que sintió la muerte de todos sus amigos, especialmente la de su maestro Piccoro (esa fue la que lo hizo transformarse), sabía que no era suficiente, y tenía que incrementar su poder si quería tener, aunque sea, una mínima chance contra esas máquinas asesinas. También se fabricó un Dogi similar al de su mítico padre, como para mantener vivo su recuerdo, solo que con una inscripción diferente en su espalda (Han).

Por su parte, Bulma quedó devastada por la muerte de Vegeta y solamente tenía a Trunks, su hijo que ahora tenía 14 años, como la única familia que le quedaba. Estaba totalmente en contra de que su hijo quisiera pelear contra los androides pero, al mismo tiempo, sabía que tarde o temprano, él lo iba a hacer, ya que era consciente de que él quería vengar la muerte de su padre, a quien desgraciadamente nunca llegó a conocer.

En algún lugar del océano

La casa del Maestro Roshi, Kame House, había sido abandonada ya que él, Ulong, Puar y la tortuga de mar Urigame decidieron refugiarse en un submarino que el maestro poseía, conscientes de que ellos tampoco podían hacer nada frente a los androides, y también por temor a que ellos llegasen a aparecer para matarlos.

Puar: Estamos muy lejos de ellos. Aquí estaremos seguros.

Ulong: Pero no sabemos si algún día vendrán a atacarnos. Corremos el mismo riesgo que los demás.

Por su parte, el Maestro Roshi, consternado, escuchaba por la radio las noticias de que los androides no paraban de matar y destruir, hasta que en un momento dijo:

Roshi: Si no derrotamos a los androides...no existirá el futuro para nosotros ¡TENDRÉ QUE PELEAR!

Puar: ¡No, Maestro Roshi! ¡No lo haga, es muy arriesgado para usted!

Ulong: ¡Es cierto! ¡Recuerde que ni Yamcha, Piccoro ni siquiera Vegeta pudieron derrotarlos!

El viejo maestro finalmente entendió que sus amigos estaban en lo cierto. Por mucho que quisiera luchar, sabía que sería inútil. Solo se limitó a decir resignado:

Roshi: ¡Rayos...! ¡Si Gokú estuviera con vida!

En todos estos años, los androides iban de ciudad en ciudad destruyendo todas y cada una de las casas y edificios que encontraban. Nada quedaba en pie. El Ejército intentó, sin éxito, hacerles frente. Pero como era de esperarse, fallaron y no quedó un solo soldado con vida. Y los habitantes de las ciudades estaban totalmente a su macabra merced.

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