POV CALLE
Seis semanas después…
El mismo pensamiento había estado dando vueltas en mi cabeza durante horas y horas. La primera vez que lo pensé fue en la ducha, y luego se negó a abandonarlo. Por lo que me pareció la décima vez, hice la cuenta mental, incluso levantando la mano y contando. Sentí que mis cejas bajaban y me senté, pasando una mano por mis mechones sin duda salvajes y húmedos, apartándolos de mi cara, e intentando en vano no asustarme.
Se me había retrasado la regla.
Miré el reloj, dándome cuenta de que no había dormido nada, pero ahora era lo suficientemente tarde como para que hubiera algo abierto. Diablos, probablemente podría haber conducido hasta la siguiente ciudad e ir a una de las tiendas abiertas toda la noche, pero había estado tratando de convencerme de que no me dejara caer en la proverbial cornisa del miedo.
Me levanté, me vestí, me lavé los dientes y el pelo y me preparé para el día, pero me sentí como si estuviera bajo el agua, vadeando un lodo espeso, mi mente no era la mía ahora.
¿Estaba embarazada?
Puse una mano en mi vientre, que por lo demás era plano, y miré hacia abajo, preguntándome si habría una personita creciendo ahí, un trocito de mí y de María José.
Me sentí mal en ese momento, sabiendo que si estaba embarazada no tenía forma de contactar con Poché y decírselo. Y tampoco podía contactar con su familia. Hacía tanto tiempo que no tenían nada que ver con ella que ya ni siquiera eran un parpadeo en su radar. Y no tenía familia, ni amigos de verdad con los que hablar de esto, aparte de María José.
Apoyé las manos en la encimera del baño y respiré.
Y si... Y si... Y si...
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Una hora más tarde, estaba de regreso en mi cuarto de baño, cuyo interior anticuado era especialmente molesto en ese momento. El linóleo era de un color amarillo desagradable, y las encimeras eran de una fórmica barata cuyos bordes se estaban despegando por el pegamento. Había unas vetas doradas que lo atravesaban, como si
hubieran intentado darle un aspecto más elegante del que podría tener.Me enderecé y exhalé lentamente, negándome a mirar la prueba de embarazo que estaba sobre la encimera, justo a mi derecha.
Hacía unos dos minutos que había hecho todo el pis en él, y mientras cogía el prospecto y releía las instrucciones por quinta vez, sabía que me quedaba un minuto más de espera para que la pequeña lectura digital me dijera mi destino.
Me puse de espaldas al espejo, sin querer mirarme, sin querer ver lo cagada de miedo que estaba. Golpeé el pie, crucé los brazos y los descrucé, me mordí el labio inferior, y solo cuando supe que había pasado la marca de los tres minutos, me di la vuelta con los ojos cerrados, la cabeza inclinada hacia el palo, y me dije que todo iría bien.
Lo hará... ¿verdad?
E M B A R A Z A D A
No sabía si estaba leyendo eso, bueno, eso no era cierto. Lo leí bien, pero mi cerebro no podía comprender lo que estaba viendo.
Embarazada. Con un bebé. El hijo de María José.
Preñada por mi mejor amiga que no tenía ni idea de lo enamorada que estaba de ella.
Cerré los ojos y sentí que las lágrimas empezaban a amenazar. Ni siquiera era el miedo a tener un bebé. Una parte de mí sentía calor ante la idea de llevar el hijo de Poché. No, estaba aterrorizada porque no tenía forma de contarle a Poché nada de esto. No tenía familia en la que apoyarme, ni amigos con los que hablar. Estaba realmente sola, al menos durante el siguiente año, hasta que Poché volviera y le soltara esta bomba que cambiaría su vida.
Ahora me miraba en el espejo, la mujer que me devolvía la mirada tenía la cara demasiado pálida, los ojos muy abiertos y bolsas debajo de ellos porque el sueño había sido inexistente la noche anterior. —Puedo hacerlo. — susurré a mi reflejo justo cuando una lágrima se deslizó por mi mejilla. Me la limpié con rabia. —Todo irá bien. — dije con un poco más de fuerza, o eso creí.
Me puse la mano en el vientre y miré mi vientre plano, ese asombro y esa maravilla se abren paso entre la incertidumbre y el miedo.
Un bebé. Dentro de mí.
Y en medio de todo el miedo que me consumía, sentí un rayo de felicidad, una luz al final de un túnel muy largo y oscuro. María José se escandalizaría, al igual que yo, pero la conocía tan bien como a mí misma. Estaría a mi lado aunque no estuviera enamorada de mí. No me dejaría. Jamás.
Lo sabía con la misma certeza con la que no podría aguantar la respiración para siempre.
Lo sabía porque lo había dicho suficientes veces como para que no me quedara ninguna duda de que estaría a mi lado y al de este bebé. Para siempre.
4/4