POV POCHÉ
Diez años después...
Esto nunca se ha hecho viejo... nunca se ha hecho menos increíble.
No para mí. Nunca.
Me senté en lo que sabía que era una silla de hospital infernalmente incómoda, pero estaba tan delirantemente feliz que podría haber tenido el culo en un alambre de espino y no habría sentido nada más que alegría.
El pequeño bulto acunado en uno de mis brazos era tan pequeño, tan ligero, que era casi como si no sostuviera nada. Miré fijamente a mi hijo, Salo, que tenía la cabeza llena de pelo castaño como Daniela, y que, cuando había visto sus ojos abiertos, había parecido verdes como los míos, igual que los de su hermano mayor. Ya lo amaba tanto. Un pequeño movimiento en mi otro brazo me hizo mirar a nuestra hija, Anto, que, al igual que su hermano mayor gemelo, tenía la cabeza llena de pelo castaño, pero unos ojos que parecían del tono de Calle.
Ya me tenía envuelta en su dedo meñique.
Los mellizos habían sido una sorpresa, el embarazo no estaba planeado, pero eran el mejor tipo de sorpresa, el que te hace sentir completa en todos los sentidos.
Dios, no creía que mi corazón pudiera llenarse más después de haber hecho mía a Calle por fin y de haber formado una familia con ella junto a José, pero aquí estábamos, todos estos años después y sintiendo que todo era absolutamente como debía ser.
Levanté la cabeza y miré fijamente a Calle. No era solo mi esposa, mi alma gemela, mi mejor amiga o la madre de mis tres hijos. Era mi absoluto, sin falta, todo.
Mi todo.
Y mientras la miraba sosteniendo a nuestro hijo mayor, José, ambos acurrucados mientras dormían, José tan grande ya que pronto superaría a su madre en los próximos dos años, sentí que sonreía. Podía ser el mayor, pero era, y sería siempre, un niño de mamá, y eso no me hacía sonreír aún más.
Volví a mirar a Salo y a Anto, los mellizos que dormían profundamente, al menos hasta que se despertaran porque tenían hambre; pero ahora mismo, en este momento, con la quietud y el silencio que los rodeaba, podía dejarme llevar y saber que todo estaría bien.
Porque estas cuatro personas que estaban en la habitación conmigo eran mi mundo y haría todo lo que estuviera en mi mano para asegurarme de que estuvieran siempre a salvo y protegidos.
Nunca dudarían de lo queridos que eran.
FIN
