Cyberend tres equis (Erótico)

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Año 2503. Noche, invierno. Un enorme cartel de neón invitaba a los clientes a satisfacer sus más antiguos placeres. CYBEREND decía en un brillante y llamativo color azulado. Frente al edificio casi no había tránsito, pero la gente que pasaba miraba el lugar con curiosidad y no con recelo.

Abrigado hasta más no poder, Mikel entró al local sin pensarlo dos veces. En realidad lo pensó como veinte veces en el camino, pero ya no había vuelta atrás. Había pasado los últimos meses dando vueltas a esa idea solo como un chiste; sin embargo, en el fondo era una necesidad. Tanto tiempo solo, tanto tiempo sin siquiera mirar a los ojos a una persona sin que se le acabe el aire. ¿Por qué no hacerlo y ya?

La recepcionista lo recibe inclinando la cabeza como gesto de bienvenida. Rubia, de sonrisa aperlada y ojos oscuros, de cuerpo esbelto y cintura prominente. Mikel dudaba de que una mujer tan perfecta sea humana. ¿Era un androide?

―Bienvenido a Cyberend ―dijo la mujer con solemnidad―. ¿Qué servicio espera obtener hoy, señor?

¿Señor? Si apenas tenía pinta de pasar los 18. No sabe ni cómo logró que no le echaran de una patada al solo verlo en la entrada. Esa mujer sin duda era un androide. Lo sospechaba por su forma tan robótica de hablar.

―Eh, aún no lo sé ―respondió Mikel, tímido. Cohibido y mirando al suelo, buscaba algo en sus bolsillos.

―Ah, es usted cliente primerizo ―supuso acertadamente la androide.

―Así es, señorita.

―¿Hace cuánto te hiciste los estudios? ―escrutó la recepcionista―. Es por una cuestión de rigurosidad. En Cyberlend somos muy profesionales con nuestros clientes y con nuestro servicio.

―Ayer mismo, señorita. Me dieron la aprobación. Tenga.

Le pasó una tarjeta. Esa era la única forma de contratar el servicio. Tenían que comprobar que el cliente estuviera aprobado días antes de visitar el local, sino no se le dejaría utilizar ningún tipo de privilegio. La mujer observó la tarjeta con curiosidad. Hace tiempo que no venían primerizos. En su tarjeta decía toda la información que ella necesitaba: preferencias sexuales, situación económica, estrato social, enfermedades y alergias, resumen psicológico y nombre completo.

―Bien, todo en orden, Mikel Oliari ―dijo la androide―. ¿Puede acompañarme hasta la sala de exhibición numero 4?

Él asintió.

Lo llevó hasta la sala conjunta. Apenas entrar y vio con sorpresa escaparates en formas tubulares de metro y medio de diámetro con mujeres semidesnudas y hombres en ropas ajustadas. Era una sala que se ajustaba a sus gustos. Mujeres de baja estatura y hombres velludos y fornidos. No se veían androides, porque Mikel quería sentir contacto humano.

―Esta sala se ajusta a tus fantasías. Tienes para elegir, pero una de nuestras reglas es...

―El acompañante tiene derecho a rechazarme. ―Era una de las razones por las que muchos preferían a los androides.

Las luces del interior se ajustaban también a las preferencias de Mikel. Había mujeres que lo miraban y coqueteaban. Empezó a sentir un cosquilleo en sus pantalones de tanta atención que recibía. Algunos hombres salían de sus tubos y caminaban por la sala mostrando sus piernas fuertes y sus firmes posturas. Eran realmente atractivos. No sabría cual elegir.

―Exacto ―continuó la mujer, caminando entre las exhibidoras―. Nuestros acompañantes humanos son seleccionados rigurosamente, pues primero pasan distintas pruebas antes de ser aprobados para trabajar con nosotros. Puedes sentirte de lo más cómodo con ellos. Cuentan con seguro médico, pagan sus impuestos, votan en las elecciones.

―Todo es legal en Cyberend ―convino el joven, con ganas de llevarse a más de un acompañante a casa.

―Te dejaré solo para que puedas elegir ―dijo la androide antes de girar hacia la salida, preparándose para ir a recibir más clientes―. Ah, por cierto, si estás dispuesto a pagar un poco más, tenemos cuartos vip en los pisos superiores.

―Lo voy a pensar, señorita.

―Que lo disfrute. ―Se fue.

En cuestión de segundos, varias chicas se le acercaron. Le comenzaron a hacer preguntas sobre qué le gustaba hacer en la cama, pero se quedaban impresionadas al saber que era un primerizo. Pocas veces conocían a alguno. Los clientes generalmente eran los habituales, que se volvían adictos al sexo y venían como mínimo dos veces a la semana, gastando lo poco que ganaban.

Él era virgen. Un par de chicas se alejaron al saber eso, pero varios hombres se acercaron aún más. A Catalina le parecía atractivo, Cecilia quería quitarle la virginidad, Rodd también quería eso, Jimena y Pablo trataban de convencerlo de llevarlos como un combo. Los pelinegros estaban de oferta aquel día. Por la noche el local estaría repleto de gente llevando pelinegros a su casa.

Al final se decidió por llevar a una Cecilia y a Rodd. Mañana volverá por el resto.


DE JUEGOS Y TRATOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora