—Un joven preguntó por ti —dijo Rolan luego de darle un sorbo a su champan. Él prefería el vino blanco, pero se había acabado. A veces me hacía creer que venía a estas fiestas por el alcohol gratis.
—¿Quién? —pregunté, curiosa.
—Supongo que —comenzó a decir—, por su forma de vestir, ha de ser alguien muy importante. Huele a contactos y dinero, querida.
—¿Ahora ya me estás buscando pareja, Rolan?
—Pareja no, Cam, sino oportunidades —corrigió él, señalándolo con la mirada. Rolando parecía tener un sexto sentido para detectar millonarios—. Piénsalo de esa forma, querida.
Era alto, esbelto, de brazos definidos y de pelo rubio sin peinar, elegante y convencionalmente sexi. Vestía de traje azul marino y tenía una corbata bordó que resaltaba. Estaba charlando con otro hombre de traje, con una copa de vino tinto en la mano, donde un reloj rolex brillaba y combinaba con todo el resto de adornos que tenía.
—Es un chico lindo —confesé, mirándolo con sutileza. Traté de disimular que me había llamado la atención—, y el famoso cliché que toda chica sueña.
—Deja de babear —interrumpió Rolan.
El chico se percató de mi intensa y muy poco sutil mirada, me sonrió desde lejos y luego comenzó a acercarse. ¿Sería el indicado?, me pregunté sin creerlo. Con todo el tiempo que me ocupaba mi sueño, casi no tenía lugar en mi vida para hombres. Me dedicaba solo a mí.
—Hola —dijo. Su voz era gruesa e intimidante.
—Yo ya me presenté —dijo Rolan—. Voy por unos tragos y les dejo solos.
Luego se alejó de nuestra mesa.
Me invitó unos tragos, los cuales acepté por dos motivos: porque está guapo y también por no dejar pasar la oportunidad como habría dicho Rolando. Se llamaba Víctor. El nombre le quedaba realmente perfecto. Hablamos por unos minutos, mientras caminábamos hacia el centro del salón, donde la gente no nos escucharía.
La música sonaba suave y relajante.
—¿Quieres bailar? —me preguntó.
—No soy muy buena —confesé, sonrojada.
—No te preocupes —dijo—. Es un baile normal. Nadie se va a fijar en nosotros.
Trasmitía tanta seguridad que acepté.
Mientras bailamos, todos nos miraron con sorpresa, ya que dos desconocidos estaban juntos como si se conocieran toda la vida. Se aferró a mi cintura con seguridad, pero con tacto suave. Tenía experiencia. Nuestros cuerpos se complementaron. Estaba segura de que hicimos buena pareja. Estaba siendo una buena noche.
—Nos envidian —susurró Víctor—, por eso no paran de mirarnos. Dejemos que hablen.
—Son unos ricos amargados —convine, aun pegada a él en medio del salón—. Sin ofender. Tú eres distinto.
—Y tú eres hermosa —dijo él.
Sin darme cuenta ya estaba ebria y todo giraba sin parar. Salimos al balcón del piso mirando el cielo oscuro junto las estrellas. Estábamos solos, así que no dudó en agarrarme desprevenida, estirándome hacia él, besando mi cuello. No sabía bien lo que hacía, pero le seguí la corriente. Estuve esperando eso desde que lo vi por primera vez.
En un abrir y cerrar de ojos, nos estábamos besando sin control. Apenas podía respirar.
—Quisiera que esta noche no termine —le dije.
—Quisiera llevarte a mi cama —me dijo.
—Te quiero solo para mí —musité cerca de su cuello, luego le mordí una oreja.
—Me gusta tu ambición —bromeó él.
Luego de quince minutos, ya habíamos bajado al estacionamiento y subido a su carro. Era espacioso, opaco, de grandes yantas y para un viaje largo sería ideal. Subí al asiento del pasajero con una botella de vino en mi mano. Esperaba no ser vista por nadie.
—¿Vas a llevarme a tu casa? —le pregunté.
Él se acomodó mí se giró para verme desde el volante.
—Te ves muy caliente, no creo poder llegar.
Me mordí el labio inferior. Puse una de mis manos en su pierna y lo acaricié para provocarlo. Él sonrió. Aquello me encendió más y mi mano izquierda reptó hasta el cierre de su pantalón. Froté su intimidad y noté que se estaba poniendo cada vez más dura. Apreté su verga entre mis dedos. Todavía no la sacaba, pero ya me estaba sintiendo húmeda.
El estacionamiento estaba en la planta baja, oscura y solitaria. El carro de Víctor era polarizado y estaba entre otros autos.
Seguí frotando su miembro entre mis dedos mientras él lo disfrutaba. Tenía una verga gruesa y caliente, que latía con ansias. Él bajó el cierre de su pantalón y su pene salió de allí como una víbora de su madriguera. Era blanco, circuncidado, con la punta expuesta totalmente rosa.
Se me hizo agua la boca.
Víctor se desabrochó su cinturón de seguridad para estar más libre. Mi mano capturó su pene y comencé a juguetear con él como con un muñeco antiestrés.
—¿Esta es la palanca de cambio? —bromeé.
Él se rio y luego soltó un ligero jadeo.
—¿Te gusta? —pregunté—. ¿Te pone caliente que te hable?
—Sí —dijo—. Dime más, Camila.
Presioné su pene con más fuerza, subiendo y bajando por todo el tronco con destreza. Una vez tuve un amigo que me había enseñado cómo masturbar a un hombre. Eran de esas cosas que una adolescente estaba dispuesta a aprender para no terminar decepcionando.
Pronto acompañé mi trabajito con la boca. Me incliné en el asiento y le di un besito cálido al honguito rosado de su pene. Luego capturé el honguito entre mis labios y, estando dentro de mi boca, relamí cada rincón que pude. Víctor soltó un gemido que me hizo estremecerme.
—¡Dios! —gimió—. ¡Es el cielo!
Él al fin hizo algo, buscando con una de sus manos libres mi trasero, recorriendo suavemente mi espalda. Lo ayudé cuando quiso levantar mi vestido. Sus manos manosearon mis glúteos con intensidad mientras yo seguía en una extraña posición chupando y chupando. Ya sentí el preseminal liberándose como gotitas de la punta.
Me retiré un segundo para respirar mientras él buscaba mi intimidad y, con sus dos dedos centrales, frotaba mi vagina lentamente. Los latidos aumentaron.
—¿Ya te quieres venir? —le pregunté.
Él asintió, mirándome a los ojos desde arriba con esa cara de tonto. Volví a meter su verga en mi boca y la succioné haciendo sonidos húmedos de fricción combinados con los sonidos de cien botellas de vino descorchándose.
Su mano siguió manoseándome la entrepierna sobre mi ropa interior. Quise sentirlo más cerca, más fuerte. Apuré mi mamada, logrando que los ojos de Víctor perdieran la órbita por tanto placer. Pronto comenzó a bombear con tanta fuerza que, en un pestañeo, un increíble chorro de esperma me llenó la boca.
Víctor soltó un gemido de placer y se relajó.
—Rico —le dije luego de tragármela.
—Eres increíble, Cam...
Vomité. Llené su pantalón de una mezcla de vino rosado y ravioles en su salsa. Resulta que no es muy buena idea hacer una demostración de tus habilidades sexuales luego de haber bebido como loca y bailado por una hora. El estómago te puede jugar en contra.
Me quedé viendo el desastre.
—Lo siento, lo siento —dije y salí del auto avergonzada. Traté de huir lo más lejos que pude para que no me buscara. ¿Cómo iba a mirarlo a la cara después de eso?
Me acomodé el vestido, salí del estacionamiento y llamé un taxi.
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DE JUEGOS Y TRATOS
Short StoryHay algo que quema más que el fuego. Relatos eróticos y cuentos de ficción. TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS. PROHIBIDA SU COPIA.