El Hombre de la Caja (Terror)

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Mi padre decidió vender nuestra antigua casa en Coronel Oviedo para poder mudarnos a una localidad ubicada más al interior del país. Mbyja'aty. Tiempo después compramos una casa muy bonita al estilo victoriano sobre la avenida Bauer, la más transitada de la ciudad. No tenía nada especial, pero la habíamos adquirido a muy buen precio para el tamaño que tenía.

Las paredes estaban en mal estado, el techo a punto de caerse y el jardín trasero apenas tenía una o dos plantas. Tardamos un mes o más en hacer las reparaciones, pero la sensación de que seguía siendo una casa antigua permanecía. Sin embargo, lo más extraño no era la casa únicamente. La mayoría de los vecinos nos miraban con recelo al pasar por la vereda. No eran amigables. Nos ignoraron y rechazaron cualquier intento de acercamiento por nuestra parte. Era como si nos odiaran.

No me sorprendía. Era la fama que cubría la ciudad, como un manto de oscuridad. A pesar de eso, logramos hacer una que otra amistad en la clase alta de Mbyja'aty, como los Márquez o los mismos Bauer.

Pasaron meses y nos acostumbramos a nuestra nueva vida en esta sosa ciudad. Sin embargo, un día tocó nuestra puerta un hombre elegante y de buen porte. Mi padre lo atendió de buena gana preguntando qué quería. Parecía ser uno de esos adinerados empresarios que asistían a las fiestas privadas de los Bauer. El hombre, que parecía ansioso, le dijo que le ofrecería un trato.

Mi padre le dejó pasar luego de una corta charla. Al entrar, el hombre comenzó a comportarse extraño, como si tuviera miedo a algo. Era un joven muy empático en esa época, así que esa emoción se me contagió al instante, como una gripe. El miedo me consumió. Hizo que me preguntara, ensimismado, si habíamos hecho lo correcto al venir a aquel pueblito. No creía en las cosas que me contaban que ocurrían allí, pero ese hombre se comportaba de forma extraña, incomodándome. Su mirada me transmitía solo una creciente sospecha.

El hombre fue directo al grano.

Nos ofreció una gran suma de dinero si le dábamos lo que se encontraba en el sótano de aquella casa. Estaba escondida en las paredes y sería difícil de encontrar. Se trataba de una caja antigua de metal, quizás oxidada. Papá sin dudarlo aceptó el trato. Pero el hombre, antes de despedirse, advirtió que no debíamos abrir la caja por nada en el mundo. Recalcó esa advertencia, casi como una amenaza.

Nos la pasamos toda la semana buscando la caja. El hombre había dicho que vendría en cualquier momento. Papá y yo llenamos de agujeros el sótano de la propiedad, buscando emocionados aquella vieja caja. Hasta que al fin la encontramos.

Papá se preguntó qué tendría esa caja que aquel millonario estaba tan convencido de que valdría tanto. Abrió la caja. Dentro había una cámara analógica de fotografía y debajo un álbum de fotos con anotaciones. Las descripciones iban acompañadas de imágenes tomadas del procedimiento. Cada foto era más horrible que otra.

No puedo describir las atrocidades de dentro, solo decir que se trataba de recetas para cocinar personas.

DE JUEGOS Y TRATOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora