Recuerdo que el primer día de clases, todos los niños llegaron temprano. Yo aún no me había levantado y podía escuchar como corrían cerca de mi ventana. Eran curiosos y todos querían ser el primero en conocer a los profesores recién llegados y a sus hijas. Mi mamá vino apresurada a despertarme. Me pidió que me vistiera rápido, que ya iban a tocar la campana. Me vestí con la ropa que estaba sobre mi cama. Acá no es necesario usar uniforme, solo se necesita ropa abrigadora y cómoda, así que es más fácil. Luego lavé mi cara y mis dientes, y mamá peinó mi largo pelo en una cola de caballo, una variación de la trenza que nos hacía a diario. Vistió y peinó a Laura y nos fuimos.
Todos nos miraban. Éramos los protagonistas de la función. Éramos las nuevas de la escuela. Mi hermana entraría conmigo, de oyente, en primero básico. Pronto nos hicimos amigas de las chicas y el día transcurrió con normalidad. En marzo, aún hay día soleados y se puede jugar hasta que anochece. La mayor parte del día, la pasábamos con los demás niños de la escuela, pero después de la 5 de la tarde, la escuela queda en silencio y solo nosotras correteamos por sus pasillos.
Es una escuela pequeña, de solo dos salas de clases y, al lado, una vieja edificación pintada de rojo de dos habitaciones servía de comedor. Hay tres profesores, para seis cursos. En una sala, durante la mañana, se reúnen los niños de 3° y 4° básico y, en la otra sala, los que cursan 5° y 6° básico, mientras que en la tarde, los niños pequeños de 1° y 2° tienen clases en la sala que primero se desocupa, dependiendo del horario.
La manipuladora de alimentos, la sra Yola, es una viejita delgada de pelo cano, alegre y con manos ágiles se desenvuelven como una avecilla por la cocina. Sabe mantener todo en orden y deja todo limpio antes de irse, aunque eso no evita que entren los ratones a la vieja bodega y en una noche desvalijen la mercadería de una semana. Mi papá comenzó a dejar trampas y cada mañana recoge el cadáver de un infortunado roedor que confiado ha caído. Sin embargo, la plaga no se extingue.
Un día, escuchamos un grito, y corrimos a casa. Mi mamá estaba sobre la mesa, con una escoba en alto amenazaba a un pequeño ratoncito, que temblaba de frío y miedo. Me dio pena, pobre animalito. Cuando lo iba a coger para salvarle, mi papá de un zapatazo lo hizo desaparecer.
Desde ese día, la sra Yola, nos presta a su gata "Cariñosa" para ayudarnos en la cacería. No he visto más ratones en casa, aunque los escucho pasearse por el entretecho durante la noche, pero supongo que respetan la presencia de un gato.
El primer invierno fue difícil. Nunca habíamos visto nevar. La nieve caía tan alto, que mi papá debía limpiar el patio con una pala, para que llegáramos a las sala de clases. Eran unos cuantos metros de distancia, pero si nos hundíamos, se nos mojaban los pies y debíamos volver a casa a cambiarnos zapatos; por eso papá, a veces, nos llevaba en brazos y permanecemos allí hasta que mis padres acabaran sus clases.
En casa tenemos una cocina a leña. Es pequeña y siempre luce brillante. Sobre ella siempre hay una tetera calentándose y ollas de comida por servir. Cada cierto tiempo, mi mamá y mi papá se turnan para ir a "echarle" leña y así se mantiene el fuego hasta que volvemos.
En la escuela, también, hay fuego que calienta las salas de clases. Mi papá se levanta temprano y va a encender el fuego antes de que lleguen los primeros niños, y así al iniciar la jornada escolar el ambiente sea más acogedor. En la sala más pequeña, hay una estufa de fierro con patas de león que está al lado de la mesa del profesor y frente a los estudiantes. En la otra sala hay una estufa adaptada que fue hecha de un viejo y oxidado tambor de gasolina vacío. Es más grande y está al fondo de la sala. Todos los estudiantes debemos cuidar del fuego mientras hay clases. Además, el uso de pantuflas hechas de lana de oveja que hilan y tejen nuestras mamás, ayuda a mantener los pies secos y el piso limpio. Mi mamá como profesora se las ingenia para que sus estudiantes estén lo más cómodo posible y tiene muy buenas ideas para que nosotros aprendamos diferentes cosas que nos van a servir en el futuro, dice ella.
La pobreza es uno de los grandes problemas que tenemos cerca. Nunca había visto tanta escasez de todo tipo. Cuando llegamos a Angostura, la gente vivía en casas construidas de canoa, como si tomaran unos troncos y los partieran por la mitad, le sacaran parte del centro y los unieran unos sobre otros formando una pared. El piso era de tierra y dormían alrededor de un fogón o en el mejor de los casos de una estufa echa de un tambor, sobre la cual permanecía una tetera ennegrecida. Ahora, las casas son mejores, de madera y forradas en lata.
Recuerdo haber ido a aquellas las "rucas", donde la gente era muy amable y ofrecían al visitante lo poco que tenían. Mi mamá siempre solía compartir ropa y comida nuestra. Un día, llegó a la escuela un niño pequeño, compañero mío, vistiendo solo una sucia y rota chomba de lana con franjas blanca y celestes con mangas solo hasta los codos y unos pantaloncitos negros por debajo de la rodilla, y por zapatos traía unas botas de gomas cortadas como si fueran botines. No traía ropa interior ni calcetines ni chaqueta ni gorro. Nada abrigador. Afuera estaba nevando y hacía mucho frío. Recuerdo verlo llegar. Le corrían los mocos que se congelaban bajo su nariz. A mi mamá casi le dio un ataque de nervios. Rápidamente lo llevó a casa, vertió agua tibia en un gran balde, le enseñó a bañarse y mientras él se secaba, partió a nuestro ropero en busca de una muda seca. En diez minutos estaba mi compañero, sentado en clases luciendo mí hermosa chomba blanca con cuello azul, unos pantalón de buzo morado que aún no había decido regalar, y unas zapatillas blancas de Laura, con unos abrigadores calcetines rosados. Sin embargo, me sentí bien al ver su gran sonrisa. Mamá lo había hecho otra vez.
Con el tiempo nos hemos acostumbrado a que mamá regale nuestras cosas. Para mi papá es un poco más difícil. Siempre se pregunta porque ese y otro apoderado tienen camisas, chombas o pantalones tan parecidos a los que se le extravían. Yo creo que sabe que son sus cosas y que es mamá la que las hace desaparecer, pero teme preguntar así que prefiere ignorarlas y tener una excusa para comprarse ropa nueva.
Ese primer año de recién llegados, se pasó muy rápido. Todo era nuevo, una aventura para mí. Nos adaptamos. Las estaciones del año no eran muy definidas, sólo en los meses de verano había días calurosos. Cada fin de semana, si no llovía, íbamos a pescar. Salíamos a recorrer la orilla del río, llevábamos unos sándwich y estábamos toda la tarde. Durante el verano, solíamos bañarnos a pesar de que las aguas eran muy frías.
La escuela de Angostura está en una meseta y luego, hay una pendiente que baja hasta la orilla de un río de aguas transparentes, que nace en la cordillera y se alimenta de las lluvias y la nieve del invierno, donde se pueden ver las piedras del fondo incluso desde la cima de la colina. Hay un caudal suave y claro en tiempos veraniegos, pero turbulento y color cenizas durante los inviernos. También, hay un lugar en la orilla llamado "el pozón", es un lugar más profundo donde se puede pescar, pero más peligroso si caes y no sabes nadar. Papá siempre dice que hay que tener cuidado, y nos ha prohibido ir allá.
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Bajo el manto blanco de la noche [En Curso]
Tajemnica / ThrillerEn el lugar más aislado y seguro, una joven ha desaparecido. Todos participan de su búsqueda, pero solo ella sabe dónde está y dará las pistas para ser hallada y desenterrar oscuros secretos de sus habitantes. Elena, es una adolescente de 14 años, q...