Odisea - Primera Parte

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Nota inicial: Este capítulo está siendo publicado nuevamente. Fue editado por lo que varias cosas han cambiado. Recomiendo leerlo todo, ya que son cambios relevantes. Además la extensión es más larga. De 2K a 10K. Por eso dividiré el capítulo Odisea en dos partes.

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Puerto de Guiza, El Cairo


De pie en la proa de un barco a vapor, de repente, el sudor en el rostro del francés se hizo insoportable. Había demasiado sudor; era como si lágrimas le cubrieran toda la cara. Los juegos de cartas habían dejado de interesar a los americanos. Su vista se había fijado en un juego diferente. Consistía en apuntar con un revólver cualquier miembro de su cuerpo, un juego muy encantador del cual Kennedy disfrutaba en las últimas horas. Eran amenazas endulzadas con un juego de puntos, cuanto más mortal trayecto recorriera la bala, que asegura iba a disparar, más puntos ganaría ella si al francés se le pasaba por la cabeza la idea de traicionarlos.

De pie, en su lugar habitual en la proa, observa la sombra del arqueólogo americano moviéndose lentamente, cruzando una y otra vez la ventana con cortinillas. Con satisfacción, Antón pensó: «Se retira temprano», al ver que la luz se apagaba. Sí, por cuanto, en las últimas horas, Harrow se había ausentado demasiado, para el gusto de Antón. Entonces, la puerta de un camarote se abrió y se cerró, y Harrow se quedó en pie, junto a la zona en que un bar comenzaba para los pasajeros, sin las gafas puestas y un revólver en la mano, mientras Antón, muy perplejo, se preguntaba a santo de qué querría Harrow con ello. ¿Otra amenaza a su vida, quizá? Durante unos instantes, Harrow se quedó quieto como si fuera de piedra, escuchando el ajetreo del puerto. Después, lentamente, miró alrededor, y su vista se fijó en el lugar en que estaba Antón, al que no podía ver más allá de un manchón borroso, por cuanto éste se encontraba en una zona alejada si no se ponía las gafas. Antón incluso pensó en llamar al arqueólogo, pero no lo hizo por sentirse demasiado pecador. Por fin, Harrow comenzó a tomar medidas.

—Por todo el dinero que estamos pagando, guiarnos a lo que se oculta bajo esa arena es lo mínimo que espero de ti —Harrow se encontraba de pie junto a una mesa del bar, lentes puestos, revolver enfundado, sobre la mesa una botella de vodka y un vaso vacío—. La primera mitad ahora, lo que resta cuando estemos de regreso en El Cairo.

Harrow estiró su brazo hacia su cintura, descolgando un bastón, al francés no le pareció que se tratara de un hombre cojo. Sin embargo, Harrow se irguió, quedando otra vez quieto. El bastón con cabeza de cocodrilo descansando íntimamente entre sus manos, hizo un movimiento de dedos indicando que hablara.

—Son tres días río abajo, luego dos días en camello, sahibs —Antón calló, y dirigió una mirada al arqueólogo. Prosiguió con arrogancia—: Pagaría más, muchísimo más por mi propio servicio. Usted es un norteamericano, bueno, en realidad quiero decir un buen y conocedor norteamericano, en su posición pondría mi conocimiento en un lugar de máxima importancia, y, por delegación, el camino peligroso que nos acompañara también ocuparía este lugar... Serían capaces de contemplar un mito hecho realidad.

—Conozco los riesgos —dijo Harrow rápidamente, se acerca y le da una palmada en la espalda a Antón. Y con un ligero cambio de voz, más solemne continuó—. Conozco todos los riesgos. Y ella sabe que la voy a encontrar a pesar de eso. Como su fiel devoto.

Harrow era esbelto y de modales alegres, con un bigotillo recortado. Antón era incapaz de imaginarle sin bigote. Contaría unos cincuenta años. Había vivido mucho tiempo en Oriente, donde colaboró con Antón anteriormente en un trabajo de exhumación de viejas reliquias, obras de arte en su mayoría. Pese a que la piel y el cabello comenzaban a ser grises, seguía aparentando treinta y cinco años. Tenía sonrisa de colegial, y unos modales confianzudos, amistosos, propios de alguien muy amable y carismático, el ideal líder de un culto. Mantenía las dos manos sobre el bastón, como si estuviera pensando profundamente, y miraba a Antón con un cariño posesivo, paternal o filial o de ambas naturalezas. Sin dejar de sonreír Harrow se limpia las gafas bifocales y volviéndose hacia Antón, dijo con agudeza:

Escrito en Papiro Dorado【MarcSteven】Donde viven las historias. Descúbrelo ahora