Compasión para los desdichados e indulgencia para los dichosos - Segunda Parte

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Por la noche el viento del desierto se volvía crudo en los huesos. Próximos a la medianoche se asentaron en un campamento, con todo lo que habían adquirido en el puesto comercial beduino. Steven estaba sentado frente al fuego de una fogata, no había dormido ni dado bocado alguno. Simplemente esperaba con la vista perdida, en lo que llevó algunas horas, el mercenario y su hermano partieron juntos dejándolo a cargo de cuidar sus pertenencias. Entraron en el templo y entre ambos, con dificultad supone, sacaron el pesado cuerpo sin vida del alcaide, y aunque no lo mereciera, le darían sepulcro. Habían suspendido toda actividad arqueológica.

Escuchó un ruido. El taxista apareció y se sentó junto a Steven, extendió hacia el fuego sus pies doloridos por el cansancio. Steven se acurruca a su lado. Sin mirar aquellos objetos que debía vigilar con tanto cuidado y riesgo, Jake a su lado tomó los harapos y pertenencias inútiles del alcaide, y las arrojó al fuego.

—¿Qué supones que lo mató? —preguntó Steven en voz baja, acomodando una manta sobre sus hombros.

—Pimpollo, conocí a ese bastardo en cientos de ocasiones, y créeme cuando te digo que en la cárcel comía igual o peor que ahora. Seguramente una ala de pollo viajó a su pulmón e intentó hacer crecer un gallo —Jake se echó a reír con esa risa suya que mostraba todos los dientes en un ángulo canino.

—Bueno, pues cuando iba por las fianzas —rectificó Steven, pensativo—. En la prisión nunca había calma. Allí estaría diez o doce minutos esperando órdenes para saber que en realidad el sujeto solo estaba dándose atracones en lugar de liberarte. Era ciertamente muy asqueroso, y su mano siempre pegajosa... —Dibujó una sonrisa traviesa, y añadió—: Luego de salir y al llegar a casa no hacíamos más que jugar al ping-pong y al billar en la sala de juegos, aunque yo siempre perdía... ¿No es verdad, Jake?

—Era un período de calma —estuvo de acuerdo.

—Deberíamos hacer eso más seguido, cuando regresemos.

—¿Dejarte pagar mis fianzas?

Steven frunció ligeramente el ceño, conteniendo la diversión, se miró las manos y continuó.

—No, idiota. Jugar al billar ¿por los viejos tiempos? —de repente, dio un brinco ilusionado en su sitio, Jake volteo a mirarlo con curiosidad—. Oh, y Spector también podría unirse a nosotros entonces. ¿Crees que le guste el billar?

Jake que pensaba había oído todo en esta vida, desde lo más estúpido a lo más brillante salir de su hermano, se sorprendió. Tose un poco de forma incómoda y, evidentemente, decide registrar que lo que dice Steven debe ser una broma.

—Steven, ¿te estás escuchando a ti mismo?

Pero el rostro de sincera emoción e ilusión de Steven le indica que no está bromeando en absoluto.

—No veo cuál sería el problema... digo, sí, puede que se vea como un gruñón y constantemente tenga cara de ladrillo, pero, uh... en realidad, me agrada —y tras un instante en silencio, agrega con la misma cadencia que adquieren los guías turísticos tras repetir lo mismo una y otra vez—. Me gustaría pensar que somos amigos ahora...

Jake no quiere pensar cuantas veces Steven pensó en Spector como un posible amigo. Y si está en lo correcto, sus pensamientos no fueron precisamente de una creciente amistad, por más puros e inocentes hayan sido sus suposiciones, no miras a quien esperas sea tu amigo como un colegial. Jake se dice a sí mismo que Steven es consciente e inconsciente de eso a partes iguales y pretende que no.

—¿Amigos? Amigos son los huevos y se viven chocando, Steven. Él no es tu amigo. Es nuestro guía —Steven rueda los ojos con molestia, su hermano, un antropólogo especialista en insultos, continua—: El sujeto tiene un bolso repleto de mierda ilegal, muy envidiable por cierto y lo cual puede o no ser algo central en el asunto. Lo que quiero decir es, el tipo es peligroso, ¿tienes idea de cuánta gente ha matado? Yo no, y te aseguro que debe ser mucha. ¿Quiero a un tipo con esa hoja de vida cerca de ti cuando ya estoy para cubrir esa parte de tu vida? Negativo. Ni en un millón de años —entonces, se pasó la lengua por entre los labios—. Hey, si de verdad fuera tu amigo. ¿No crees que te diría su nombre?

Escrito en Papiro Dorado【MarcSteven】Donde viven las historias. Descúbrelo ahora