Compasión para los desdichados e indulgencia para los dichosos - Primera Parte

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Nota inicial: Este capítulo está siendo publicado en dos partes ya que es muy largo. Tiene 10.7K en total. Lo que deja mas o menos cinco mil palabras en cada parte. Por eso dividiré el capítulo en dos partes, para que no sea tan pesado de asimilar, y además aguarda la sorpresa.

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Lo cierto era que en ese momento, parado en el interior de un vetusto subsuelo con la cabeza mirando al techo y algunas alimañas dando vueltas, podía pensar con claridad y eso lo llenaba de orgullo. Steven estaba tallando suavemente con un pequeño cincel, mientras que su hermano y el mercenario, como bestias, golpeaban mazos contra el sólido techo. Hilos de arena rezuman sobre sus cabezas ante cada impacto, pequeñas fisuras comienzan a aparecer. Steven era muy apasionado, como sólo él puede serlo, en lo referente a asuntos de orden práctico, e insistía en que Jake volviera a su trabajo, lo reanudara en el punto en que lo había dejado, y nunca se dejaba convencer por fáciles argumentaciones de arena cayéndole en el cuello de la camisa.

—Según mis cálculos, los jeroglíficos y hieráticos que traduje, deberíamos estar justo debajo de la estatua. Subiremos justo por entre sus piernas —Steven se sonroja y se ríe de la emoción—. ¡Dios mío! Aún no puedo creer todo esto.

Jake se paró a un lado, arreglándose cuidadosamente la ropa, asegurándose de abotonarse cada botón de su camisa después de sacudirse la arena, luego se detuvo. Se acercó dos dedos al borde de los labios y apretó los dientes. Steven había dedicado buena parte de su vida fraternal a intentar disuadir a Jake de fumar, un hábito que ni siquiera sabía cuándo había empezado, pero sí sabía lo que estaba haciendo Jake cuando aprieta los dientes y mira al techo. Jake retiró un cigarrillo de su cajita de plata. Cuando Steven volvió a mirar, Jake azotaba su mazo con más fuerza, inhalando todo el humo que podía antes de soltarlo en la cara del mercenario.

—Y cuando esos malditos yanquis se larguen a dormir —Jake mira a Spector de soslayo—. No te me ofendas, compadre.

Marc había cerrado los ojos y resoplaba conteniendo el furor al inhalar el humo.

—No me ofende —pero la mueca era evidente. Tras otro golpe, Marc abrió un pequeño boquete en el techo.

Entonces Jake continúa:

—Nos acercaremos sigilosamente y les robaremos ese maldito libro dorado —finaliza Jake.

Pronto el borde del agujero del techo se vio rodeado de escombros sueltos, cayendo e impactando en el piso. Steven da algunos brincos, impulsando un golpe más fuerte al techo.

—¿Y estás seguro de que puedes encontrar el compartimento secreto? —pregunta Marc a Steven.

Steven, que trataba de no mirarlo porque mirarlo significaba dejar de trabajar. Solo se permite echar otro pequeño vistazo. Spector llevaba usualmente el cabello recogido hacia atrás de su frente, denso y reluciente por alguna clase de cera fijadora. Sin embargo, los mechones ahora le caían en el rostro por el esfuerzo. Se había arremangado la camisa y la piel bronceada de sus brazos y cuello era tan inmaculada y brillante como mármol pulido o seda de Guiza. Steven, con el rostro un poco ruborizado, mira el cuerpo que estaba perfectamente proporcionado tragando saliva. Entonces, contestó siguiendo el humo del cigarrillo de Jake.

—Sí, si su egiptólogo aún no lo ha encontrado —dijo, sujetándose la cabeza con la mano, así con un movimiento quitó la arena de sus rizos—. Solo hay que dar unos cuantos golpes más, y tendremos suficiente espacio para subir. Los egipcios tendían a utilizar bases sólidas en los cimientos de sus construcciones, una civilización brillante. Es muy probable que la base de esta estatua, en este caso particular, esté hueca. Y entonces, el libro vendrá a nosotros o subiremos por él.

Escrito en Papiro Dorado【MarcSteven】Donde viven las historias. Descúbrelo ahora