[Wakasa & Benkei]

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A estas alturas, lidiar con Wakasa es dejarse envolver por una mixtura herbolaria de aromas.

Las épocas en que su ira era canalizada a través de peleas de pandillas y la furia en sus puños reafirmaba su poder y dominancia han quedado atrás para ser dedicadas al jardín trasero en la casa que comparte junto a Benkei, un par de décadas después.

Él lo observa acercarse desde la puerta trasera, entre sus manos una nueva maceta de manzanilla, como si no fuera suficiente la decena que tiene colocadas por orden de tamaño en el alféizar de la ventana de la cocina.

Los carillones de viento colgados sobre la puerta de madera anuncian su llegada. Sus cabellos bicolor caen alrededor de su pacífico rostro y un nuevo palillo de bambú se sostiene entre sus labios. Benkei puede jurar que las plantas que decoran las habitaciones en la casa se inclinan ante él a su paso, como rindiendo sus respetos a quien alguna vez fue llamado el leopardo blanco.

Mientras él deja de liarse con el mandil que usó para cocinar, Wakasa se abre paso a través de la estancia, entonando entre dientes alguna canción del recuerdo, de esas que sonaban en la radio cuando eran dos jóvenes preocupados sólo en liderar de la mejor manera a sus respectivos grupos de seguidores.

Benkei sonríe con ese pensamiento y se enfoca en colocar los cubiertos sobre la mesa de la sala.

—¿Waka? —Le llama. Su voz áspera y grave en realidad puede transformarse cada vez que pronuncia su nombre. En sólo dos sílabas van envueltas todas las emociones que ha logrado sembrar en lo profundo de su ser. El afecto, la ternura, su devoción por ese hombre que entre maldiciones y patadas alguna vez le juró que nunca le dejaría en paz hasta que no cediera sus territorios conquistados a Kodo Rengou.

(Benkei cedió mucho más que eso por una infinidad de razones que hoy no va a explicar, después de todo, tienen una cena importante y están atareados con todo el asunto).

—'Kei? —Es su respuesta. No ha volteado a mirarle pues está concentrado en los nardos blancos que va trenzando en la estructura de metal de la araña que alumbra el espacio. Aún con su altura a favor, ha tenido que treparse al mesón de la cocina y mantiene el equilibrio sin problemas. Ahora el lugar huele más a Wakasa que nunca y es una de las tantas razones por las que Benkei deja todo lo que está haciendo y se acerca a ayudarle, con un único propósito en mente.

Lo toma de la cintura y le ayuda a bajar cuando ha terminado. Y tal como predijo, el aroma que despide Wakasa le envuelve de pies a cabeza, orillándolo a olvidarse de todo lo que le rodea mientras sumerge su rostro entre sus cabellos y la extensión de su cuello fino. La piel con aroma a sol, a tierra fértil; sus ropas con aroma a bambú y girasoles y tomillo y hojas de café lo acogen y le dan la bienvenida. Todo un herbolario que rodea su espalda con fuerza y cuya voz resuena junto a su oído. Grandote, ¿qué sucede? Estoy aquí.

Perderse en el aroma de Wakasa es rememorar lo que han logrado desde que decidieron dar un paso al costado en el mundo de las pandillas y dar la cara a algo mucho más terrorífico que aquellas batallas ganadas: sus sentimientos aflorando, las palabras atascadas en sus gargantas, las miradas cargadas de admiración y la confesión de Benkei al sincerarse al fin y jurar por los dioses del este que en vez de seguir peleando con él, sólo quería estamparse contra sus labios y acariciar sus cabellos y perderse en el lila de sus ojos.

Inhala con tanta fuerza que Wakasa termina riéndose y quejándose de la situación, asegurándole que con cada día se convierte más en un koala gigante y deja en el olvido el honor de ser llamado una muralla impenetrable. O casi, se burla de él, ¿quieres que nos escapemos esta noche? Aunque creo que será difícil hacerlo...

Benkei deja su escondite favorito para acariciar con el mayor cuidado del universo las mejillas de Wakasa. Es cierto, esta noche es importante, no pueden escaparse aunque quisieran. Pero ganas no le faltan de repetir esos viajes que lidera Wakasa. La última vez acamparon en un viñedo que nadie custodiaba, y pasaron horas de horas escogiendo racimos de uvas y recogiendo semillas bajo la luz de la luna colándose entre las enredaderas y sus hojas aserradas.

Unen sus labios con toda la paciencia del mundo. Con la tranquilidad que dos amantes después de tantos años juntos pueden tomar como privilegio. Usar el tiempo como prefieran, amoldarlo a sus expectativas. Ignorar los toques en la puerta de entrada por un par de minutos mientras sonríen boca contra boca por la ironía y pestañean conscientes de que definitivamente esta noche no, esta noche tienen invitados. La cena está lista para ser servida pero Benkei quiere explorar un poco más los labios de Wakasa, aunque este le palmee los brazos un par de veces con un Ya, amor. Ya llegaron, y creo que todos juntos, ¿oyes todo ese ruido que hacen? Tenían que ser los Sano.


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Herbolario [Tokyo Revengers Drabbles]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora