[Shinichiro & Takeomi]

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Diminutos diamantes de luz revolotean desde las claraboyas, haciendo el camino hasta la cama y calentando la habitación lentamente con la llegada del amanecer.

Shinichiro mantiene ambos brazos apoyados bajo su rostro, completamente despierto y consciente de que debe lucir como el mayor simp de todos los simps en la historia de los simps (espera haber aprendido bien la palabra que Emma le enseñó), porque no puede ni quiere dejar de mirar a Takeomi mientras duerme.

Su cuerpo emana la tibieza de quien se ha mantenido bajo las mantas por más de seis horas. Sus cabellos negros se han escapado de ese pequeño rodete que siempre arma antes de dormir, ahora lucen disperos sobre la almohada, exactamente como él le aseguró que quedarían, y pequeñísimas pestañas oscuras se mueven entre sí; ojalá él pudiera meterse en sus sueños y adivinar qué es lo que alberga su mente al fantasear, durante esos momentos en que su cuerpo está en completa paz.

Puede notar su respiración cadenciosa con cada elevación de su pecho, el modo en que late una vena sobre su sien, junto al nacimiento de algunas hebras blancas que recuerda claramente, le causó un momento de pánico a Takeomi y una crisis de la mediana edad a ambos, examinándose mutuamente frente al espejo. Con el recuerdo, volutas de aire se escapan de entre sus labios risueños, con un gorgojeo apenas audible que se convierte en una risita efímera.

Parece ser suficiente para que Takeomi parpadee y sus pupilas oscuras sean lo primero que vea esa mañana.

—¿Es tarde? —Susurra. La voz ha salido a duras penas, áspera pero alarmada, él va tomando conciencia poco a poco de que el sol ya está en lo alto, de que la luz diurna aclara el papel blanco de los shoji que los rodea a los dos.

Shinichiro vuelve a sonreír.

—Takeomi —oh, el tonito de una llamada de atención—; es día festivo.

Akashi Takeomi suspira y posa sobre su frente el interior del codo. Una exhalación resignada se oye entre ambos antes que Shin decida eliminar la distancia entre sus cuerpos, colándose en su regazo de modo que el otro pueda bajar el brazo y rodearlo.

—Date un respiro, Omi, siempre te preocupas por todo.

Sus palabras son una definición indiscutible de la realidad. Shinichiro conoce a Takeomi más que nadie; sabe cuánto le preocupan los horarios y las reglas, el trabajo y los quehaceres, la puntualidad y el tiempo libre. Se estresa con la misma rapidez con la que él pronuncia su nombre, pero al apretarlo junto a su pecho, sabe también que lleva consigo el poder de calmar ese corazón que va siempre a ritmo galopante, el caos que se entreteje en su mente, los complejos que lo aquejan en silencio.

Y por eso, porque ambos conocen los beneficios de esa calidez que los rodea mientras están abrazados, no buscan separarse; por el contrario, quieren fundirse mucho más el uno en el otro.

—¿Y quién va a preparar el desayuno? —La indignada pregunta deja sus labios y su voz recupera su tono habitual. Takeomi pasa sus dedos entre los cabellos oscuros de Shin, bordeando luego una de sus cejas, bajando por esas marcas que sólo sus dedos perciben, que se sitúan en las esquinas de los ojos de Shinichiro.

—Takemichi siempre cocina para un ejército —prácticamente el otro ronronea contra su pecho.

Takeomi bufa ante la proposición descarada, pero aferra más el cuerpo de Shin contra el suyo, internamente encantado de que puedan quedarse así un ratito más. Bajo las mantas sus cuerpos se mantienen calientitos, y la pijama de franela que usa así sea verano o invierno es de las predilectas de Shinichiro, por más que tenga las mangas raídas y un agujero bajo el escote del cuello.

—Qué sinvergüenza... —lo molesta— Típico de los Sano.

La risa de Shin resuena contra la piel bajo su barbilla. La cadena de plata que lleva incluso hasta para dormir cae contra él, y la frialdad del metal lo hace soltar un respingo y a Shini una carcajada divertida. Siempre ha sido así. Tan despreocupado, tan jovial y con un corazón tan grande. Tan grande como para olvidarse de cobrar cuentas pendientes a clientes que llevan a su tienda sus motocicletas, cuentas de las que luego debe encargarse él, aunque lo miren amenazantes. A fin de mes hay que pagar los servicios del dojo, se repite.

—Shin —lo llama. Voz bajita y quizá con una entonación que parece más una pregunta al aire. Shinichiro se separa unos centímetros de su pecho para observar directamente a sus ojos, acariciando con el índice la cicatriz vertical que marca su rostro, dejando que su recorrido termine sobre el labio superior de Takeomi.

Como si se tratara de los rayos de luz que se cuelan por entre esas vigas de madera, ambos rostros se iluminan con suaves sonrisas, diciendo al unísono:

—Te quiero.

Shinichiro vuelve a reír, Takeomi contiene el gesto. Con rapidez, antes que el rubor llegue a su rostro de treintañero, se abraza a la cintura de Shin y esconde un par de besos sobre la piel descubierta de sus clavículas.

—Yo lo dije primero —es una queja sin malicia.


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Herbolario [Tokyo Revengers Drabbles]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora