[Wakasa & Benkei]

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Si le preguntaran a Wakasa el momento en que se sintió seguro al respecto, diría que no lo sabe.

(Lo cual, por supuesto, no es cierto).

El recuerdo es una secuencia grabada en eterno movimiento en lo más profundo de sus pensamientos, tinta mental que a diferencia de lo estático en la piel de Benkei, puede diluirse y volver a traerle las emociones vividas en ese momento.

Ese bendito momento.

Honestamente, todo empezó como un juego. Las coordenadas de encuentro entre los cuatro se desvanecían a consecuencia de la disolución de Black Dragons, pero las conversaciones de a dos, suspendidas en el tiempo, colmaban sus tardes de esa complicidad que sólo habitaba entre ellos.

Entre él y Benkei, Wakasa y Benkei.

Lo usual era seguir siendo considerado un dúo, a pesar de los enfrentamientos del pasado muy pasado. La espada y el escudo, las piernas veloces y los magistrales puños; pero también un dúo conformado por el de las risotadas cansinas, al lado del tipo grandote, ése, el de los gruñidos. Cada frase sarcástica y broma emitida por Wakasa liberaba la tremebunda furia de su contraparte. Aún sentados los dos, sobre las barras metálicas de esos juegos en que primaba el silencio —pues nadie en su sano juicio se acercaría a jugar cerca de un par de ex pandilleros—, el encuentro de dimes y diretes divertía a Wakasa, y acababa con la paciencia de Benkei.

—Oye, ya, grandote. Si sigues rugiendo de esa manera asustarás a tus fans.

—El único que tiene fans eres tú, Wakasa.

—¿Y no te molestaría tenerlos? Hasta Shin tiene fans, ¿viste a ese niño rubito al que ha tomado por pupilo? Apuesto a que es divertido ser el sensei de alguien.

—Grr.






Wakasa nunca imaginó que sus palabras invocarían a la suerte del modo en que lo hicieron.

Fue una tarde de agosto, lo recuerda bien. El calor en su nuca y el ruido de las cigarras constrastaba con sus muchas ganas de hacer nada, y abanicarse contra Benkei mientras la sandía desaparecía a manos de Shinichiro era todo lo que tenían.

Hasta que apareció Takeomi, Takeomi y alguien más, desviándose por entre los arbustos del jardín, alguien que con grandes ojos claros y cabello revuelto los miró con inexplicable curiosidad.

—Necesito ayuda —les llegó una súplica. Nada que no hubiera repetido antes, aunque esta vez, la agonía en su rostro los hizo prestar atención. Shinichiro ofreció un trozo de sandía a ese pequeño ser que los miraba con absoluta sorpresa; sin embargo, las manitos rápidas se adueñaron de la porción de Benkei.

Wakasa nunca temió por la vida de alguien más hasta ese momento.






Para Wakasa, era un tanto complicado tomarse esto en serio.

Disfrutaba viendo a Benkei ser víctima y verdugo de alguien tan intrépido, tan vivaz y tan fuerte. Ser testigo de sus sonrisas salvajes y el choque de palmas con la más pequeña y la más saltarina de los Akashi. Para Wakasa empezó como un juego, dejar que sea ella la única que lograra convencerlos de que turnarse para velar por su desayuno, hacerle el peinado para ir a la escuela, o retirar —por fin— las dos ruedas auxiliares de la bicicleta, no era realmente un mal plan; además, la niña tenía un gran ojo para identificar los ciempiés en su jardín, y Wakasa agradecía infinitamente que se los llevara a Takeomi.

Herbolario [Tokyo Revengers Drabbles]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora