Capítulo 6: Cabañas.

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Recorrieron gran parte del campamento. El bosque era inmenso, así que Basil se encargó de mostrarle todos los lugares ideales para esconderse en caso de emergencia.

—Te servirán para el captura la bandera.

—¿Captura la bandera?

—Es una competencia entre las cabañas —le explicó mientras algunos semidioses se apartaban ante su presencia—. El equipo que gana, puede ganar los mejores puestos de vigilancia, se libra por un mes de los quehaceres. Normalmente, los participantes pueden tomar una ducha por las mañanas y no tienen que hacer la mayoría de cosas desagradables que todo campista suele evitar.

El bosque ocupaba una cuarta parte del valle, con árboles altos y gruesos. Era difícil creer que alguien había estado merodeando por un lugar tan inaccesible como lo era el bosque, el cual solía estar infestado de todo tipo de alimañas para que los semidioses se retaran así mismos.

—¿No hay nada en el bosque? —le preguntó Percy, queriendo saber más.

Basil lo miró como si estuviera loco.

—Por supuesto que sí —le dijo con expresión de molestia, Percy empezaba a notar que su presencia la llenaba de malestar—. Están repletos, pero siempre debes ir armado. No seas estúpido como los hermanos Stoll; creían que no les pasaría nada si vagabundeaban sin un arma a la mano. Obviamente, les costó muy caro su atrevimiento.

—¿Repletos? —preguntó desconcertado— ¿Para qué necesitaría un arma para entrar al bosque?

—Tendrás que esperar un poco más para saberlo. El próximo captura la bandera será este viernes por la noche —Basil suspiró con cansancio, como si ser su mentora fuera un trabajo de tiempo completo y muy arduo—. Supondré que estás desarmado, por lo que tendré que buscar algo que te venga bien. Una espada y escudo. Un casco también será requerido, considerando que nunca has peleado con todo el sentido de la palabra.

Percy estaba sorprendido.

—¿Espada? ¿Escudo? —parpadeó varias veces— ¿De qué estás hablando?

—Visitaré el arsenal más tarde, ahora no hay tiempo —le dijo, ignorando sus preguntas. Sus ojos brillaron cuando miró hacia su reloj, nuevamente—. Te vendrá bien un cinco. Tal vez seis, considerando lo que crecerás con el tiempo.

No pudo hacer más preguntas porque Basil lo arrastró sin dejarlo replicar en su contra. Lo dirigió al campo de tiro con arco, donde la pelinegra había estado entrenando horas atrás. Visitaron el lago de canotaje, los establos, el campo de tiro de jabalina, el anfiteatro de canto y el escenario donde le dijo que tenían combates de espada y lanza.

—¿Combates de espada y lanza? —preguntó, un tanto mareado por toda la información retenida en tan pocas horas.

—Es donde se retan las cabañas, suelen hacer juegos semanales —le respondió mientras pateaba una piedra y lo guiaba por el suelo de piedra, que estaba en extremo pulida—. Sin embargo, no es nada letal. Quirón lo prohibió hace algún tiempo, estaba cansado de las mutilaciones y huesos rotos. Ah, allí está el comedor.

—¿Mutilaciones? —preguntó con el rostro verde, pero Basil ya no lo estaba escuchando.

Le señaló un pabellón al aire libre que se encontraba enmarcado en columnas griegas blancas sobre una colina con vista al mar. Había una docena de mesas de picnic de piedra. Sin techo. Sin paredes.

Por último, le mostró las cabañas. Había doce de ellas, ubicadas en el bosque junto al lago. Estaban dispuestas en U, con dos en la base y cinco en una fila a cada lado. Cada una tenía un número grande de bronce por encima de la puerta y no se veían para nada iguales.

¹El secreto FairchildDonde viven las historias. Descúbrelo ahora