Capítulo 4: Mezquina.

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—¿No deberías estar con el chico? —le preguntó el señor D.

—¿No debería cuidar de que los campistas no salgan lesionados? —le preguntó de vuelta, mientras barajeaba sus cartas, sin llegar a revelarle a nadie el contenido de cada una de ellas.

—Buen punto.

Estaban en el porche, sentados a la mesa de naipes del señor D. Annabeth estaba apoyada en el riel del porche, muy cerca de ellos. Basil notaba como le echaba miradas de reojo, como si quisiera decir algo que no pensaba decirle.

Ignorando ese comportamiento tan inusual, siguió jugando sin darle la mayor importancia.

Al mirar por casualidad hacia arriba de sus cartas, notó como el chiquillo que mató al minotauro estaba allí, mirándola fijamente. Frunció el ceño, desconcertada por su mirada fija.

Él apartó la mirada en cuanto supo que lo miraba.


—Ese es el señor D —murmuró Grover, uno de los muchos sátiros que había en el pabellón, sin saber que Basil escuchaba atentamente—. Él es el director del campamento. Sea educado. La chica en el riel, ella es Annabeth Chase. Ella es simplemente una campista, pero ella ha estado aquí más tiempo que casi cualquiera —De pronto, la voz de Grover se volvió más tímida y trabada—. La otra chica, la que juega naipes, es Basil Green. También es una campista, pero es la consejera principal y lleva tanto tiempo aquí que nadie más recuerda como es que llegó. Es una de las más antiguas, por supuesto. Igual, muestra respeto, no le gustan las faltas de educación. Como lleva aquí más tiempo que cualquier otro, podría ayudarte si logras caerle bien. Y tú ya conoces a Quirón, el director de actividades...

Sintió la mirada del novato clavada en su expresión, como si buscara algo que dijera que Grover decía la verdad. Pero no encontró nada que le fuera de ayuda, Basil siempre había sido buena mostrándose como un témpano de hielo.

—¡Señor Brunner! —exclamó él en cuanto sus ojos se toparon con el centauro en su silla de ruedas. Parecía impresionado de verlo allí.

Quirón se dio la vuelta mientras Basil se encargaba de revisar las cartas del centauro sin que se diera cuenta. El señor D la miró con suspicacia, pero se limitó a hacer lo mismo que ella y los dos se mandaron una mirada de complicidad. Nadie diría nada, pero tampoco eran amigos.

—Ah, bien, Percy —dijo Quirón, con un rostro radiante de alegría—. Ahora tenemos cinco para los naipes.

«A que se llama como el hijo de Zeus», pensó con diversión. Su padre se retorcería en cuanto se enterara «su madre es una mortal muy lista».

Quirón le ofreció una silla de frente a Basil, quien le echó una mirada evaluativa, sopesando las habilidades que podría tener. Al mismo tiempo, tomó asiento a la derecha del señor D, quien lo miró con ojos inyectados en sangre y dio un gran suspiro, como si sopesara la idea de convertirlo en piedra.

—Oh, supongo que debo decirlo. Bienvenido al Campamento Media sangre. Bien. Ahora, no esperes que yo esté contento de verte —le dijo de mal modo, con los ojos ermitaños y las cejas arqueadas como un niño bravucón.

Basil bufó, estaba muy poco sorprendida por la horrible actitud del dios. Siempre había sido un impertinente de mierda.

—Uh, gracias —dijo Percy, alejándose unos pasos de él. Arrastró la silla tan ruidosamente que lamentó tener que ser quien lo cuidara. Desde ese momento, se dio cuenta que sería difícil mantenerlo quieto y en silencio; algo de lo que Basil disfrutaba. Siempre había amado la soledad y el canto de los grillos, las voces humanas solían molestar la quietud del bosque y era realmente molesto para un alma tan vieja como la suya.

¹El secreto FairchildDonde viven las historias. Descúbrelo ahora