Capítulo 9: Desastre.

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Con el pasar de los días, Basil notó que Percy Jackson parecía ser un mestizo común y corriente.

Era un asco con todo lo que le enseñaba, caminaba casi como si estuviera pidiendo disculpas al piso que pisaba, y por si fuera poco, parecía ser un poco menos malo en el paseo en canoa. Tristemente, su desastroso léxico en griego antiguo también parecía ser inconveniente. Incluso entre los mestizos parecía ser un rarito.

Después de intentar enseñarle como disparar una flecha, Basil había estallado en cólera cuando logró clavarle una púa en la cola de Quirón.

-¡Detente! -exclamó molesta, sin saber como un solo mestizo podía hacerla entrar en odio en tan poco tiempo. Su ceño estaba profundamente pronunciado- No lograrás nada con esa estúpida postura entumida. Deja el puto miedo y reacciona como un mestizo.

Percy tembló ante su molestia.

-¿Y cómo haré eso, señorita perfecta? -preguntó sarcásticamente, tratando de ocultar que estaba aterrado.

-Abre las piernas.

Percy abrió los ojos como platos.

-¡No en ese sentido, animal! -aulló furiosa- ¡Ponte en posición de hombre, no de mariquita!

Percy apretó los dientes y lanzó el arco al piso, rindiendose. ¿Cómo se suponía que aprendería algo si solo le gritaba como una loca posesa?

Basil bufó decepcionada, esperando un poco más del chico.

-Mira como se hace -Tomó el arco del piso y colocó la flecha como debía ser: Postura recta, pecho contraído y músculos tensos-. Antes de soltar la flecha, asegúrate de relajarte.

Y la soltó.

Dio en el blanco.

Percy se quedó con la boca abierta de la impresión, había dado directo en el centro.

-¿Eres una hija de Apolo? -preguntó, pensando que respondería afirmativamente. En el tiempo que llevaba en el campamento, había observado como los hijos de Apolo eran los únicos que parecían tener una puntería tan perfecta.

Se extrañó cuando Basil le dirigió una mirada indignada.

-¿Me ves con cara de luz y amor?

Percy palideció.

-No.

-Pues más vale que permanezca así.

El chico hizo una mueca, pensando que la conversación moriría allí y su instructora se retiraría para dejarlo descansar de su actitud mandona. En verdad que era exigente.

-Toma -le tendió el arco-. Tu turno.

Nada parecía poder salir peor.

Tomó el arco con las manos sudorosas e intentó ocultar el hecho de que limpió sus manos en sus vaqueros, dejando una sensación húmeda en su piel. Pero Basil parecía casi seguirlo con la mirada, por lo que era obvio que captó su inseguridad.

-Así no -le señaló su mala postura, y enderezó su espalda. Se estremeció ante su tacto helado: ¿Por qué está tan helada?-. Asegúrate de no bajar el brazo. Pon tu muñeca firme. No dejes que se caiga.

¹El secreto FairchildDonde viven las historias. Descúbrelo ahora