Capítulo 7: Gustar.

526 83 18
                                    

♠️♠️♠️

-Annabeth -la llamó con aburrimiento.

La rubia levantó la mirada de su libro, el cual debía estar en griego antiguo, porque de otra manera jamás podría leerlo.

-De aquí me encargo yo -Intentó negociar la hija de Atenea.

-No.

-Vamos, Basil. Solo será por unas horas.

-No.

-Por favor...

-He dicho que no.

Percy no entendía como es que la frialdad de Basil seguía sorprendiéndole. Nuevamente, la curiosidad de saber quien era su padre divino lo embargaba casi con anhelo. Necesitaba saberlo.

Casi se sintió feliz por el tono frío que empleaba con la chica que casi lo ahogaba con pudín. Lo hacía sentir levemente a gusto saber que aquel tono no era dirigido a él.

-Pero Basil... -insistió Annabeth.

-No me hagas buscar a Quirón.

La rubia se puso más pálida de lo normal, como si su mención fuera alguna clase de castigo. Percy no se imaginaba como es que Quirón podría causar tanta impresión en una chica como ella.

-Bien -dijo con tono resignado, casi molesto. Ni siquiera le dio una segunda mirada a Percy, solo se fue caminando a paso veloz mientras chocaba su hombro con la pelinegra.

Contuvo el aliento, seguro de que la desmenbraría viva, pero en vez de eso, Basil solo se limitó a bufar, casi hastiada por su arrebato.

-Niños... -murmuró, y se sintió tentado de decirle que ella también era una niña. Basil lo miró, como si estuviera escuchando sus pensamientos-. Como sea, vamos. Entra ya. Esta es la cabaña once, tu nuevo hogar por el próximo tiempo.

De todas las cabañas, la once era la más normal de todas. Aunque era demasiado vieja para haber sido creada al mismo tiempo que el resto.

El interior estaba repleto y lleno de niños de Hermes, junto con visitantes que nunca encontraron su lugar en otra cabaña. Había un montón de sacos de dormir por todo el piso y Basil sintió una sensación de lástima. Tenía una gran compasión por todos esos niños que nunca fueron reclamados, pero no lo suficiente para intentar cambiar ese hecho. No con su defecto fatídico encendido a todas horas.

Cuando los campistas repararon en la presencia de Basil, se pararon de inmediato y hubo un silencio tenso en el que nadie hizo un solo movimiento brusco. Era como si temieran molestarla.

Percy seguía sin saber porque todos reaccionaban así ante la presencia de la chica.

-Cabaña once -dijo con voz fuerte y siseante, unos cuantos campistas se estremecieron por su voz-. Este es Percy Jackson, el nuevo campista. Entra.

Al entrar, como era de esperar para toda la cabaña, se tropezó.

Observó las mejillas rojas del semidiós, pero a pesar de que algunos soltaron unas cuantas risas bajas, nadie se atrevió a hacer nada más ante la mirada de molestia que les lanzó Basil.

-Espero que hayan dormido muy bien esta semana -les dijo entre dientes y todos aguantaron la respiración con los ojos asustados-. Después de su bromita, nadie de aquí podrá tomar una ducha por lo que resta de la semana.

Hubo quejidos colectivos, pero Basil no puso atención en ello porque estaba mirando fijamente al nuevo campista, como si intentara leerlo. La respiración del chico se quedó atorada y sus mejillas tomaron un tono más rojizo. Pero casi de inmediato, el azabache notó que la mirada de la chica se desviaba lejos de él, concretamente, detrás de Percy.

¹El secreto FairchildDonde viven las historias. Descúbrelo ahora