"Shangai, la perla del oriente"

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Prólogo:

Sintió una desesperación enorme. Casi podía oír su corazón romperse dentro de su pecho. Intento por todos los medios alcanzar el auto de su familia pero las garras de las mujeres del lugar se lo impidieron.

-Tranquilízate-la señora mayor de aquel grupo, le encestó un solo golpe que le hizo caer al suelo desmayado. Nada podía oír, nada podía ver solo sentía soledad y desesperación ¿Su familia podía ser tan cruel? ¿Podían abandonarlo de aquella manera?

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Henry Coppola, italiano de renombre incursionó en las misteriosas tierras del oriente. China, un país recóndito que se había ocultado por milenios, se abría al mundo y al bolsillo de quién quisiera. Con la frágil monarquía que reinaba y las constantes amenazas de Europa, se dieron los elementos para que los extranjeros probaran suerte en aquellas tierras e hicieran una fortuna. Se subió al primer barco que encontró junto con su familia, y se adentraron a Shanghái, tierra de oportunidades y riquezas. Le decían el París de medio oriente. Ciudad donde los extranjeros tenían su propio barrio, las casas de té abundaban y los negocios se hacían a toda hora del día. Se instalaron en la concesión internacional, al lado de una familia modelo de Francia, con pequeños querubines y sonrisas fáciles. En aquel entonces Anthony tenía diez años. Un niño hermoso, de contextura delgada, piel de nieve, cabello rubio, vaporoso y ojos azules de mar. Los chinos lo miraban como una reliquia en medio del bosque, alguien fuera de común. Los niños intentaban tocar su cabello, sus ojos y le gritaban palabras que el rubio no entendía. Los adultos admiraban aquella familia extranjera, rica y poderosa. No tardaron en hacerse una fama en aquel lugar. Se peleaban para invitarlos a las fiestas, para invitarlos a una tarde de almuerzo o tratar algún asunto privado. Pero Anthony era distinto al resto. No le importaba esos vejestorios vestidos con ternos aburridos ni extranjeros sin gracias con cabellos descoloridos y bigotes frondosos, prefería mirar a las bellas damas que los acompañaban. En cada fiesta había un par de hermosas flores acompañando a los señores más importantes de la ciudad. Mujeres esbeltas envueltas en trajes tradicionales, maquillajes perfectamente alineados, peinados complejos que se elevaban como montañas cubiertas de flores y joyas de diversos tipos. Cantaban y conversaban nimiedades, llevando al momento culmine la velada, llena de risas y aplausos. A veces bailaban y tocaban un extraño instrumento de cuerdas. Anthony intentaba, en la intimidad de su cuarto, imitar sus movimientos delicados, sus bamboleos al caminar con aquellos pequeños pies que le hacían tambalear y parecer desvalidas, aquellas manos frágiles que servían la copa de su señor cada vez que ésta estuviera vacía y sus miradas coquetas, llenas de dulce jovial y frescura primaveral.

Con sus pocos ahorros se compró un tocado de tela oriental y se lo envolvía en el cuerpo mientras cantaba una canción que hablaba sobre el melocotón y la dama perdida entre la bruma del éxtasis. Se dedicó de lleno a aprender chino para poder entonar las bellas melodías y hablar con los hombres de negocios. Se volvió coqueto, su forma de caminar era como las bellas flores y sus ojos destellaban sensualidad. Hubo un chino que lo miro con otros ojos, que lo invito a dar un paseo, que lo beso y tocó como nadie. Aquella había sido su primera experiencia con la sexualidad y decidió que le gustaba. Desde muy temprana edad se había dado cuenta que los hombres le atraían. Cuando su madre le leía una cuento, pensaba en el apuesto caballero de brillante armadura, no en la princesa desvalida. Cuando iba a clase, se fijaba en el chiquillo de rodillas desnudas y rizos al , no en la niña de coletas y mejillas sonrojada. Después de aquel encuentro fogoso, se dio cuenta de sus sentimientos y de sus gustos. Su padre se pondría furioso, sabía lo importante que era para él seguir el linaje familiar por lo que lo mantuvo en secreto. Sin que su familia supiera, se colocaba un traje qipao, se pintaba, se colocaba sus joyas e iba a pasar por las calles ruidosas de Shangai. Por la noche todas las casas de té estaban al tope, con música y risas por doquier. El solo paseaba y atrapaba a uno que otro incauto. Tenía doce años, su técnica había mejorado, su cuerpo empezaba a florecer. Se mantenía delgado y seguía una rutina estricta de belleza. Se compraba todo los menjunjes que los chinos utilizaban en la piel y se los aplicaba todo los días, sagradamente. Relucía y destacaba entre la multitud y se sorprendían aún más con su mandarín fluido. No dejaba que nadie descubriera que era en realidad un hombre (ni su identidad. Corría peligro si alguien lo reconocía) Odiaba serlo, odiaba mirarse en el espejo y ver su miembro colgante entre sus piernas y sus pectorales sin senos. Que daría por ser hermosa como las cortesanas que paseaban por el barrio rojo o como las esposas de los funcionarios del gobierno. Pero no se iba a rendir, tenía sus métodos para mantenerse siempre etéreo, casi angelical, como un hasta sin sexo, hermoso y efímero Se mantenía en una dieta estricta para que sus músculos no se desarrollarán, se cuidaba del sol, se afeitaba y se daba largos baños para perfumar su anatomía. Su padre no era imbécil y su hermano, que era la mano derecha de éste, se dio cuenta de las salidas nocturnas y los coqueteos descarados. Lo acusó de inmediato a Henry y este no cabía en sí. No pensó que aquel país pervirtiera a su hijo y sin pensarlo, empacó sus maletas y se dispuso a partir nuevamente a los Estados Unidos. Pelearon, su hermano menor era un lame botas de su padre y lo odió por haberle acusado. Intento en vano de convencer a su padre de que no era así, de que aquel país era maravilloso pero la decisión estaba tomada y Henry no cambiaba de parecer cuando ya había decido algo. Su hermano menor sonreía, odiaba aquellos amarillos inferiores y aquello había sido la excusa perfecta para volver a sus maravillosas tierras. Se miraron con rencor, jamás se habían llevado bien. Su hermano menor siempre lo acosaba y juzgaba, por el se había ganado los peores castigos en mano de su padre.

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Anthony no se tomó nada bien la noticia, pataleo y lloro hasta el hartazgo para que no se mudaran. Le gustaba ese país, podía explorar su sexualidad a gusto y ser relativamente libre. Allá en los Estados Unidos estaba regido por el colegio católico y los malditos curas que lo miraban lascivamente a través de las rendijas.

-Padre, antes de tomar aquella decisión. Deja que se reforme-la hermana gemela de Anthony era sensata. Una rubia despampanante, con ojos color cielo y mejillas pecosas. Intento darle tiempo a su hermano y hablo con el largo y tendido. Tenía que cambiar su actitud y ser un poco más recatado. Anthony le agradeció su defensa pero nadie lograba entenderlo completamente. Se sentía femenino, se sentía hermoso y en aquel país descubrió una faceta que había mantenido oculta bajo llave. Quería explorar su feminidad y sentirse una verdadera flor. Lo que el rubio no sabía, que aquellas flores como los demás se referían a las damas, eran en realidad cortesanas en un mundo dominado por una "Madre" que las explotaba noche tras noche a costa de conseguir dinero. Mundo hostil dónde nadie quería realmente pertenecer. Mujeres vendidas, mujeres abandonadas. Carrera corta e ingrata. En aquel mundo de ilusiones, el amor verdadero no existía. Pocas podían casarse con alguien medianamente respetable. Las demás se convertían en profesoras o simplemente morían ahorcadas. Una vida corta y llena de sufrimiento ¿Qué hombre iba a querer una mujer pisoteada por muchos? Destino cruel e inhumano. En aquel país la mujer estaba infravalorada, no valía nada, solo era una boca que alimentar. Pero Anthony no entendía aquel mundo tan complejo ni aquella sociedad extraña. El había nacido y criado en otro mundo, en otra realidad y todo esto para él, era el paraíso.

Anthony no hizo caso a las advertencias y consejos de su hermana. Ella no entendía lo que era sentirse diferente, ser diferente. Siguió sus andanzas y la gota que rebalso el vaso fue cuando su propio padre lo pilló en el baño de la mansión junto a uno de sus socios. Llevaba uno de sus qipaos rosados con peonias en la falda. Su lápiz labial estaba corrido por los besos candentes que se habían y las manos del hombre rodeaban la pequeña cintura del rubio. Henry enfurecido dejo el lugar e informo a los demás que ese mismo día partirán en barco hasta San Francisco. Estaba asqueado, no concebía que su primogénito tuviera un comportamiento tan poco ético. Esta vez ni su hermana lo iba a poder salvar del gran castigo que le esperaba. Fue una tarde tensa, esperando el tenido castigo, las temidas palabras pero nada salía de Henry. Empacaba con un rostro implacable y Anthony no se atrevía a decirle ninguna palabra. Por ahora le seguiría el juego y empacaría sus cosas junto a los demás.

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Su padre tuvo la suficiente sangre fría para vender a su hijo en una de esas casas de cortesana-ya que él insiste en ser una puta, tendrá lo que merece-por lo menos tuvo la decencia de venderlo a uno de primera categoría. La más solicitada del lugar "La gruta oculta del jade" Anthony no podía creer que su padre lo hubiera vendido a aquel. Jamás fue su favorito, mierda, estaba seguro que Henry lo odiaba pero ser tan afeminado. Cuando su madre murió de fiebre, su padre cortó toda comunicación con él. Solo le repetía el deber que tenía para con la familia. Debía casarse y tener hijos, ya no como una solicitud si no como una orden. Anthony tenía la leve sospecha de que su padre sabía su condición y por eso lo aborrecía, no como a sus otros hijos que los adoraba. Por lo que no fue tanta sorpresa aquella resolución por parte de él. Miraba desesperado cualquier ruta de escape, pero "madre" se lo impidió a toda costa con un fuerte golpe. Despertó en una cama, en una habitación que no era la de él y se dio cuenta que nada de lo que estaba sucediendo era un sueño para su pesar.

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