"A la deriva"

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Ya instalado en su nueva casa, lo primer que hizo fue adornarla a su gusto, consiguiendo muebles a muy buen precio y cuadros preciosos de flores y paisajes vivaces. Vivieron un sueño. Despertando juntos. Husk se iba a trabajar mientras Anthony lo esperaba día tras día con una exquisita cena y la chimenea encendida. Hacían el amor a diario, no podían vivir sin el cuerpo del contrario ¿Se estaba permitido amar tanto a alguien? ¿Se podía ser así de feliz? Habían decidido adoptar a un niño, uno de esos chiquillos mestizos que nadie quería. Prepararon una habitación para el nuevo integrante de la familia, realizaron los papeleos correspondientes, nadie se cuestiono aquella decisión, a nadie le importaba realmente aquellos niños. Pero paso algo curioso, había llegado aquella extraña enfermedad que se producía al otro lado del mar. Un resfriado, una fiebre fuerte, algo que los chinos no sabían cómo tratar realmente. La pareja decidió esperar, cuidándose de aquellos males. Anthony lavaba el piso con lejía y bebía todo los días una infusión amarga que ayudaba a prevenir que el mal entrara al cuerpo. Además de llamar a un sacerdote para que limpiara el lugar. Con sus cánticos y sus hierbas dejaron el lugar protegido de los malos espíritus (Los chinos creían que los males eran espíritus que no pudieron ir al más allá como las almas hambrientas)

-Esas hiervas no sirven—cuestionaba el pelinegro pero igualmente el rubio le hacía tomarla. No iban a quitarle años de medicina china del cuerpo como si nada. Era el mundo que conocía y en el que se sentía seguro.

-La medicina occidental no sirve. Si no llamas a un doctor astrólogo no estás completamente curado—sentenciaba Angel. Husk sonreía por la ingenuidad de su pareja y las tontas supersticiones de ese pueblo inculto. Pero más no dijo nada porque lo respetaba.

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Husk empezó a sentir un leve cansancio que atribuyó al trabajo. Los negocios se estaban siendo cada vez más difíciles producto a la enfermedad. Supo que varios de sus colegas estaban cayendo bajo la “peste negra” y había leído en los periódicos de sus tierras, que recomendaban no tener contacto con nadie que haya estado expuesto al virus. La paranoia se volvió palpable en las oficinas y todos vivían bajo el miedo de la muerte. Cuando el cansancio y la calentura lo venció, se encerró en su cuarto y se metió en la cama.

-Es solo un resfriado—dijo para calmar a su pareja. Anthony le creía, aún conservaba su sonrisa característica y eso era un buen augurio. Ante toda negativa trajo un sacerdote del templo para que orara por su alma y alejara los malos espíritus de su cuerpo.

-Su chi está cortado en ésta parte—señalaba la garganta—tendremos que darle raíz de bambú combinado con semillas de ginseng rojo de las montañas—ese había sido el diagnóstico y por supuesto que Anthony pago la medicina y un poco más para que el pelinegro mejorara pero parecía que nada le estaba ayudando. Seguía deteriorándose y teniendo nuevos síntomas, tos y problemas para respirar. Desesperado llamo a un doctor occidental, quien con un aparato frío, escucho los pulmones del enfermo y dictaminó su fulminante diagnóstico.

-Su pulmones están llenos de agua. Su pronóstico no es bueno—se retiro sin dar ninguna medicamento y Anthony despotrico contra esos estafadores de mala fé. Se puso las manos a la obra y el mismo invento sus propias medicinas. Hojas de eucalipto molida con aceite de flor para calmar la respiración de su amado, sopa de oreja de cerdo para engrosar su sangre, te de jazmín con menta para revitalizar su espíritu pero nada de esto funcionaba. El color rosado que antes lo caracterizaba se le había ido totalmente del rostro dando paso a un color gris, pálido que asemejaba al color del luto. Botaba flemas verdes con rojo, de tanto esfuerzo. Anthony lo lavaba con parsimonia y cambiaba sus sábanas cada un par de horas, se mojaba por sudor. Su cuerpo se marchitan entre sus manos y el no podía hacer nada. Una noche de luna llena, expulsó su último suspiro. Anthony lo abrazo y acunó entre sus brazos, deseándole un buen viaje en el más allá y a pesar de él no creer en las creencias Chinas, el igualmente, organizó un funeral adecuado. Se quemaron figuras de papel para que tenga comida, alimento y vestimentas en el más allá. Se encendió incienso a los dioses para que tuvieran misericordia con su alma. Se pregunto al astrólogo para el día más propicio del entierro que eligió el día sexto en la sexta luna y así se hizo. Se vistió de luto, traje blanco y cintas blancas en los cabellos y lloro día y noche su partida. ¿Qué haría con aquella casa? ¿Qué sería de él ahora? Decidió ponerse de pie y caminar hacía el único amigo que tenía y que podía ayudarle en aquellas circunstancias. Lo encontró en sus oficinas como siempre, sonriente y amable con el mundo.

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-Pero que ven mis ojos, ven querido—le invita sentarse. Alastor no había cambiado con los años. Seguía igual de aguapo y carismático que siempre. Quizás una que otra arruga en los ojos pero le daban un aspecto maduro y sabio.

-Al, necesito tu ayuda, como amigo— se sentó y lo miro seriamente. Era el único con quién contaba. Madre no recibiría en su casa, estaba mayor y sus antiguos clientes ya no pagarían dinero por él teniendo siempre en deposición nuevas flores y más hermosas.

-Me enteré de tu situación. Mis más sinceras disculpas, era un buen hombre—parecía afligido enserio y por ello, Anthony acepto sus condolencias con respecto y un asentimiento de cabeza—¿Qué necesitas?—pregunto.

-Un trabajo—Alastor reflexionó.

-Ya veo, haré un par de llamas a las casas de té y veré que te consigo—a los días recibió una llamada del castaño, informando que había una pequeña casa de té llamada “Luminosa primavera” que lo aceptaría. No tendría los mismos lujos ni el mismo sueldo, pero le darían casa, comida y un par de piezas de cobre para gastar en lo que fuera. Así que hizo sus maletas y se trasladó a su nuevo hogar. Por supuesto que mantenía parte de su antigua reputación y aún los hombres le pedía que cantara una canción extranjera adaptada al chino, pero su clientela se había reducido considerablemente. Charlie, su antigua amiga lo invitaba a sus fiestas y así podía hacerse notar y tener un par de clientes más pero ni eso era suficiente para llenar sus noches ociosas. Aún lloraba la muerte de su amado y lo recordaba con gran pesar en su pecho. Que no daría con estar en su gran comedor, sentados los dos, leyendo un libro o el periódico y compartiendo ideas. Pero aquellos mismos pensamientos le daban fortaleza para enfrentar día a día. Algún día se reuniría con el en el más allá. Aún tenía futuro por delante y brillaría tal como Husk decía que lo hacía. Cómo olvidar sus halagos coquetos en medio de la intimidad. El le encontraba la cortesana más maravillosa del barrio rojo de Shangai. Tan intenso e inocente. No si quiera era una cortesana tan oficial. No podían decirle al gobierno que el estaba trabajando en aquel rubro. Era un hombre, bello, claro, pero hasta ahí. Solo lo tenía en las casas para deshacerse de aquellos clientes morbosos que soñaba con los brazos masculinos y el falo erecto de otro. Se alegraba de tener a su lado a Vaggie y Charlie. Su amor y encantó siempre lo distraían y animaban en los momentos bajos. A menudo paseaba con ellas como antaño y conversaba sobre sus secretos juntas. La vida tendía a teñirse de color con ellas.
En una de esas fiestas conoció a un extraño entronero, taciturno, con la mirada perdida en la habitación. El se acercó para que participará de las actividades pero rápidamente lo despachó con aspereza. Anthony se ofendió, si bien no era tan joven como antaño, aún conservaba su belleza innata. No se rindió, lo hizo su propósito. Se levantó y junto a un arpa canto un hermoso poema, provocador. Su baile, torpe , sensual, no dejaba indiferente a nadie. Se ganó un par de aplausos y la mirada penetrante color ébano.

-¿Cómo te llamas?—preguntó en inglés.

-Angel, querido—sonrió bajando la mirada. Aquella conversación basto para que aquel misterioso extranjero pidiera nuevas citas con Anthony. Se llamaba Valentino y, como él, había vivido toda su vida en China. Nacido y criado dentro de las tradiciones, se había casado con una hermosa joven que había muerto hace un par de años. Sus amigos lo animaban a qué asistiera a esas casas de cortesanas pero no podía quitar la mirada y sonrisa de su esposa fallecida de su mente. La lloraba y Anthony lo entendía. Le hablo de su íntimo dolor y juntos formaron una alianza, una amistad dónde se entendían uno al otro. Incluso Valentino escribía poemas hermosos que Anthony recitaba en sus fiestas, ganándose así, el cariño de los comensales y más ganancias para su casa. Se empezaron a frecuentar hasta el punto que Anthony no quería vivir sin Valentino. Este le propuso matrimonio.

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