"Dulce y amargo"

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-Somos compañía, objetos hermosos que pueden desechar. Ellos se casarán con mujeres respetables y no podemos hacer una escena de celos ni cobrar sentimientos—Vaggie hablaba seriamente, aleccionando al pequeño Anthony. Pero la morena sabía que el ya tenía los ojos del amor, que era tan solo un niño y que no podría hacer nada para amortiguar el dolor que se avecinaba.

-No me sermonees. El es diferente—podio sentir en su piel el gran amor que había entre ellos. Esperaba con ansias aquella primera noche. Ya se imaginaba que Alastor le rescataría de esa vida, que pagaría su deuda y se irían a una casa con patio, flores y sirvientes.

-Vaggie—la rubia negó con la cabeza. Tenía que aprenderlo por el mismo. Ella lo había hecho, todas en la casa aprendían aquella dolorosa lección.

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Llegó el gran día. Hicieron los rituales correspondientes. Tomaron vino de la misma copa, los amigos de los dos hicieron bromas a la pareja y adornaron la recamara con temática de boda, color rojo y detalles color oro. Anthony se sentía como una pequeña novia en su noche de bodas. Nervioso, no sabía como actuar. Alastor era imponente, guapo y no podía creer que lo hubiera elegido como su concubina personal por un año. Vestía un traje tradicional color rojo, adornado con bellas flores doradas. Le colocaron un velo que le cubría su mirada ansiosa y cantaron las canciones de la ocasión. Alastor estaba fundido en una túnica de tela del mismo color pero unos tonos más oscuros. Le caía majestuoso, envolviendo su cuerpo canela. Anthony no podía dejar de verlo, de oler su aroma tenue. Que dichoso era en aquel momento.

-No tengas miedo—se sentaron en la cama y el castaño quitó el velo admirando su belleza natural occidental. Beso tiernamente la mejilla del rubio, acercándose a sus labios quien tomo con hambre contenida. Despojo a Anthony de sus ropas ceremoniales, dejando al descubierto el pecho níveo que beso y saboreo hasta el hartazgo. Angel sabía que el debía proporcionar placer, intento cambiar de posiciones y poner en práctica todo lo que sus amigas le habían enseñado, pero el mayor no lo dejo—disfruta—dijo a su oído y eso bastó para entregarse al mundo del placer. Sintió las manos canela tocar todos su paso, a aquella boca explorar sus lugares sensibles, besar su miembro, sus nalgas y piernas delgadas. Cómo gemía descaradamente, como suspiraba por lo que estaba sintiendo. Cuánto deseo tenía su delgado cuerpo, cuánta pasión podía sentir por estar con una persona. Nada de aquello lo entendía, sin embargo disfrutaba. El también quería devolverle aquel placer. Se posicionó a horcajadas, empezó a besar los labios que lo recibían tiernamente. Su respiración agitada era un poema, su cuerpo un laberinto que quería resolver. Bajo por el cielo deteniéndose cuando escuchaba los suspiros de placer. El pecho bien formado, el abdomen plano, la ingle caliente, todo era un deleite a su lengua. Realizó ejercicios de su cosecha saboreando y mordiendo un poco más agresivo, parecía que el castaño estaba disfrutando el momento. Detuvo su accionar, lo beso nuevamente y se colocó encima, dejándolo aprisionado en su cuerpo.

Había llegado la hora y empezó con un dedo curioso que le incómodo, que le dolió. Soltó un par de lágrimas por la intromisión y la sorpresa, que Alastor calmó entre besos y lamidas mientras el dedo se aventuraba en sus entrañas, tocando ¿Dónde estaba? El cuerpo del adolecentes se retorció en un espasmo de puro placer y supo que había llegado. Otro dedo, utilizando el aceite especial para la ocasión. Besos descarados con lengua, caricias a los muslos suaves y jóvenes. Que vigoroso se sentía al tener ese cuerpo debajo suyo. No podía seguir, no podía esperar más. Se hundió en el despacio, dándole tiempo. Era virgen y sabía lo que era aquello. Lo embistió empezando el ritmo del amor, tomando por completo el control, moviendo las piernas y las caderas a su antojo. Sonaba mojado y los gemidos amortiguaba el ambiente. Calor y sudor se sentía entre ambos. Que exquisito interior cálido y dispuesto para el. Terminaron en un orgasmo violento. Se abrazaron y besaron. Tenían un año por delante. Pero no perdieron el tiempo. La noche era joven y ellos también. Anthony estaba deseoso de aprender los secretos del amor y Alastor no era quien para negarse. Adoraba a ese niño tierno y receptivo.

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Hablaron de sus penas, de sus infancias y sentimientos más profundos. Hacían el amor entre aquellas paredes y se acariciaban cuál amantes. Alastor no paraba de repetir lo mucho que significaba para el y Anthony lo miraba enamorado, correspondiendo aquel sentimiento. Pero habían semanas enteras que el castaño no aparecía por su pieza y otras veces se iba a apurado, como si tuviera otro compromiso y es que así era. Alastor jamás dejo de cortejar a otras cortesanas y eso hacia hundir al rubio en un mar de celos e irá. Peleaban y discutían sin descanso antes de tener sexo salvaje y sin reparo.

-Debes estar agradecido por darte este año. Sabes que después tendrás que aceptar a cualquier amante. Te quiero, tú lo sabes—pero Anthony no quería tan poca cosa. Quería a Alastor para si mismo. Las peleas se reanudaban al encontrar una caja con collares para otras flores o pintalabios en su camisa blanca. El rubio lloraba y le recriminaba su actuar. Era la amante despechada, la esposa engañada y eso justamente era lo que sus amigas le habían advertido. Era tan solo un joven sufriendo el primer amor con un hombre más experimentado y libre. No estaba casado y era un don Juan por naturaleza. Anthony gritaba y le recriminaba pero el castaño no lo entendía. El había hecho todo correctamente e incluso se había quedado un año con el rubio por capricho. Lo quería diablos que si, pero no podía aceptar un compromiso. No ahora. 

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Al cabo de un año, su contrato había terminado y Alastor no lo renovó. Quedó libre para recibir a otros hombres. Conoció otros cuerpos y no sintió la misma pasión que sentía con el mayor. No sentía ese deseo tan grande que le embriagaba la razón y el corazón. Una que otra vez Alastor lo visitaba, le traía un regalo y se excusaba yendo a los brazos de otra mujer o de otro hombre. Su amor adolecentes había pasado, su corazón se calmo y pudo pensar en retrospectiva encontrándose un chiquillo inmaduro, pidiendo lo imposible en el mundo flotante. Sus sentimientos se enfriaron y pudo pasar a la cordialidad con el castaño aunque aún se le enterraba cómo espina en el corazón, sus hijas y venidas, sus mentiras y coqueterías descarados pero ya no se lo recriminaba en la cara. Empezó a ser más profesional y aprendió a esconder sus verdaderos sentimientos detrás de la máscara de maquillaje que se ponía cada noche. Vaggie tenía razón, nada en aquel mundo era genuino. Ninguna palabra dicha a la luz de las velas, ni el maquillaje del rostro, ni las horas brillantes. Todo se simulaba, todo era un engaño feliz que ellos mismos creaban, que ellos mismos daban vida en un mar de mentiras. Se hundió en una depresión y en la monotonía de sus día, pensando en su propia estupidez. Esperaba un amor inmenso, algo que no iba a conseguir ¿Quién lo querría? No podía casarse legalmente ni tener hijos. Y en aquellas tierras lo más importante era la descendencia, el linaje familiar, el cuidado a los antepasados y el honor. Cómo decía Confucio, familia prospera. Hijo hombre, el verdadero portador del apellido. Mujeres, hermosos regalos a la familia del esposo y todas esas bobadas que el no creía. Aunque en sus tierras no era distinto, el catolicismo hacía estragos en las familias, tildándolo de sodomita. El quería creer que su querer y persona no eran pecado. Pero que difícil cuando todos le demostraban lo contrario.

Los hombres que lo tomaban por simple curiosidad, por deshacerse de esos deseos prohibidos y ocultos, para llegar al lecho matrimonial renovado. En aquella época la homosexualidad no existía, cada hombre tenía el deber filial de dar un heredero que heredara sus vienes ¿Por qué querrías a un hombre que no puede darte nada de aquello? Si tan solo pudiera quedar embarazado ¿Qué pintaba él en esa sociedad? No podía enamorarse de una mujer y eso que había visto varias desnudas. No podía mirarla con ojos de amor ni besarla sin sentir repulsión ¿Tendría que ser cortesana toda su vida? Eso tampoco era factible ¿Cuántos años más le quedaba en aquel oficio? A lo mucho las flores llegaban a los veinticinco años y eso era mucho decir ¿De ahí que haría? El dinero que le quedaba lo estaba ahorrando para su porvenir. Tenía que tener un plan pero no podía pensar con claridad en nada. Se sentía desamparado y solo. En aquellos momentos se preguntaba que es lo que estaba haciendo su familia y como su padre había tenido la sangre tan fría para abandonarlo a su suerte. Ni a su familia le importa ¿Estaría bien morir? ¿O tenía que luchar? No tenía nada ni nadie, aún le costaba el idioma, no tenía tantos clientes como las demás cortesanas de su casa y estaba viviendo a costa de Charlie y su gran reputación.  Pero había algo que el podía hacer y nadie más y eso era hablar con extranjeros. Forasteros y bárbaros que venían de tierras lejanas a gastar sus ahorros en las casas de placer. Alguien debía comunicarse con ellos y enseñarle las costumbres. Muy pocas flores querían mancharse con los fluidos bárbaros. Los encontraban criaturas extrañas sin valores ni nada de civilización. Anthony siempre los guiaba y traducía para los presentes. Uno que otro quedaban prensado del hermoso niño del oriente, como lo habían apodado. Había encontrado algo en lo que era bueno. Algo en lo que podía ser mejor que los demás. Poco a poco las otras casas del té lo llamaron más y más para asistir a fiestas en honor a los extranjeros. Los chinos miraban esos monos de pelo amarillo con curiosidad y sin respeto. Los creían seres imbéciles con los cuales no se podía entablar una buena conversación. Anthony poco a poco empezo a cambiar esas costumbres atrayendo al barrio rojo aún más forajidos. Tener a uno o dos extranjeros en sus fiestas, se trazo como el nuevo estándar de lujo y prosperidad en las celebraciones. Las matriarcas se dieron cuenta cuánto valía la moneda extranjera en las casas de cambio y lo fácil que era engañarlos. Las joyas se las vendían más caras, las flores se subían el precio desmesuradamente y empezaron a agregar canciones extranjeras en sus repertorio. Anthony daba clases de inglés a las cortesanas aventureras, aunque solo podían decir lo básico causaban sensación entre los extranjeros. Ese fue el propósito que le permitió seguir adelante durante los próximos meses y no rendirse ante su oscuridad.

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"Flores y sauces"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora