Capítulo III - Yazex

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Era 123, Estado 7, Año 16

Era 123, Estado 7, Año 16

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Dos semanas más tarde

El saco de arena tiembla cada vez que uno de mis puños impacta contra su negra superficie de cuero.

Al momento de pegar al saco, escucho de nuevo las palabras de Alyxe, como ha pasado durante las tres horas que llevo aquí.

—Yo tengo a la persona idónea— habló Alyxe desde la puerta

El rey Solix avanzó un par de pasos, escéptico ante las palabras de su asistente; la reina Xelenya avanzó también con delicadeza hacia la puerta, invitando a entrar a la mujer.

—¿Quién es esa persona idónea, Alyxe?— preguntó dulcemente la monarca

La asistente soltó una pequeña risa, burlándose como si la respuesta fuera tan obvia como el color del cielo.

—Majestad, la tiene justo enfrente— avanzó la mujer sin perder la sonrisa —Xhandèa  hxden— paró a dos pasos de mí, casi disfrutando de mi cara de asombro —¿No lo ven? Una cara de ángel y una destreza inhumana; frente a los guardias axnirianos será como un juego de niños, y no llamará nada la atención— expuso con lentitud

Los reyes e Ixan se miraron: al inicio con asombro, después, con entendimiento.

Me giré hacia mis padres, ellos ya me estaban mirando y sus caras solo decían una cosa:

"Es tu decisión, pero no es mala idea"

Y aquí estoy ahora, partiéndome las manos entrenando para cuando partamos a Axnìra y hablemos con la familia real en cuestión.

No es lo que más me apetece del mundo, pero tampoco he tenido mucha opción

Nunca la he tenido

Sigo golpeando al saco, ahora con mis piernas practicando todas las patadas de artes marciales que he ido perfeccionando a lo largo de una década.

Tener que convivir con axnirianos no me hace mucha gracia, y menos con la realeza de ese lugar; pero Ixan me necesita, y si tengo que casarme con él, tendré que aprender a ceder.

Dejo de saltar en step y me agacho buscando la navaja que había traído conmigo.

Dejo la acción inmediatamente cuando escucho unos pasos demasiado ligeros como para ser inocentes.
Cuando los escucho a un par de zancadas de mí, me giro y en una fracción de segundo veo a Yazex apuntándome con la navaja en el cuello.

—Nunca bajes la guardia— me recuerda

Le regaló mi mejor y más sarcástica sonrisa

—Lo mismo digo— nada más terminar la frase, le doblo la muñeca que sostiene la navaja, me agacho y giro 45º con una pierna estirada derribándolo al instante.

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