Capítulo VIII - Un secuestro y varios recuerdos

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Era 123, Estado 7, Año 16

—¡Quiero saber dónde está!— exclamó exageradamente molesto —¡Me da igual donde busques, como busques y a quien interrogues o mates para saber dónde está Xhandèa!— golpeó la mesa del despacho, colérico

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—¡Quiero saber dónde está!— exclamó exageradamente molesto —¡Me da igual donde busques, como busques y a quien interrogues o mates para saber dónde está Xhandèa!— golpeó la mesa del despacho, colérico.

—Entendido, alteza— habla Xez, mi hombre de confianza

Xez es un guardián gris jubilado del campo de batalla, que fue general de las tropas en la Frontera Zeta durante la guerra y leal siervo de mis padres

Me siento con fuerza en la silla del despacho y apoyo la cabeza en la mesa, frustrado.

Los ojos se me aguan ante el simple pensamiento de poder perderla; se ha hecho una de las personas más importantes de mi vida desde que la conocí hace casi 10 años.

Sé perfectamente que puede defenderse sola, y aún así siento la necesidad de protegerla; con su delgada figura y su apariencia frágil, nunca pensarías que podría matarte con sus propias manos, lo que le da mucha ventaja en el campo de batalla.

Un fuerte ruído se hace presente en una de las habitaciones contiguas a mi despacho y me levanto a ver qué sucede.

Veo Xez venir hacia aquí con varios papeles encima

—Alteza, creo que sé quién puede tener a la señorita Xhandèa— dice sorprendiéndome

El dolor palpitante de mi cabeza no mengua desde que he recuperado la consciencia, sigo sin poder despegar los párpados, por lo que lo único que percibo es el color de la oscuridad

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El dolor palpitante de mi cabeza no mengua desde que he recuperado la consciencia, sigo sin poder despegar los párpados, por lo que lo único que percibo es el color de la oscuridad.

He intentado incorporarme unas veinte veces, todas fallidas.

Llevo una mano temblorosa al lugar del golpe y, solo con rozar mis dedos el dolor se acentúa rápidamente.

Siseo del dolor y consigo abrir levemente un párpado, que cierro casi al instante por la luz que entra cegándome.

El golpe duele tanto que vuelvo a un estado de inconsciencia semipermanente que llevo sufriendo varias veces.

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El golpe de la cabeza ya casi no me duele, por lo que consigo abrir los ojos casi por completo, sin lograrlo del todo por culpa de la luz que se cuela por una ventana del lugar en el que estoy.

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