Prólogo

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Era 123, Estado 7, Estación 2

Era 123, Estado 7, Estación 2

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9 años

Mis piececitos descalzos se rozan contra la maleza mientras aumento la velocidad de mis pisadas para escapar lo más rápido posible de la Mansión Âhxden antes de que papá o mamá se enteren de mi huida.

Creo que hasta he despistado a Faxlan.

Sin detener la velocidad escucho la tela de mi vestido amarillo narciso desgarrarse, pero sin darle más importancia de la necesaria, sigo con la carrera.

No sé a donde me dirijo, pero solo quiero escaparme un rato.

Media hora, no creo que se enteren.

Me doy cuenta de que el bosque es cada vez menos denso y creo que he corrido demasiado, nunca había llegado a un claro tan grande como el que se halza ante mí.

Rápidamente llego a la conclusión de que no es un claro común.

Decenas (o cientos) de hombres y niños se encuentran en la hierba practicando diferentes tipos de actividades físicas.

Veo a varios en parejas empujándose entre ellos por los hombros; otros, con guantes, dejando que el otro les dé patadas y, unos al fondo con tantos tipos de armas como jamás me habría imaginado.

Arcos, lanzas, espadas, sables y más armas de las que desconozco el nombre están siendo utilizadas por esos grandes y robustos hombres.

También hay niños entrenando, más cerca de mi posición.

Me siento en el césped al lado de la primera fila de árboles y me quedo embobada viendo la fuerza, destreza y habilidad con la que entrenan.

Los había visto antes, no entrenando; pero si por las calles del reino agrupados de dos, algunas veces de tres y, en los anuncios del rey, agrupados de más de 10

La mirada en mi dirección de uno de los guardianes me saca de mis pensamientos y, rápidamente me escondo detrás de uno de los robles milenarios del bosque para evitar ser vista.

Aunque creo que ha sido demasiado tarde y me ha visto, por lo que me doy la vuelta y emprendo el camino a la Mansión

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Cada día, después de las clases de música, emprendo el camino hacia el claro de los guardianes

Si, lo he bautizado así, porque le he preguntado a papá el nombre de esos hombres y, ahora sé que son los guardianes de los reinos. Y también he descubierto que hay dos tipos de guardianes: rojos y blancos.

Los rojos son los guardianes exteriores: son los encargados de proteger la muralla que cubre la ciudad.
Los blancos son los guardianes que veo por las calles y que se juntan durante los anuncios del rey.

Se diferencian por el color de sus ojos, lo que les da sus nombres.

No me gusta eso.

Llego al claro y me quedo al lado del roble del primer día, incluso le he puesto mi inicial con un corazón para saber cuál es.

Me he hecho amiga de un guardián, bueno, no me he hecho amiga de él porque nunca he intercambiado una sílaba con él, pero fue el chico que me vió el primer día.

Debe tener unos 12 o 13 años, siempre que llego, me busca con esos ojos casi blancos que adornan su cara y, al verme, hace una mueca con la cara que yo interpreto como una sonrisa.

Lo veo y sacudo mi mano en señal de saludo y me devuelve su pseudo-sonrisa que borra rápidamente al fijar la vista detrás de mí.

Me giro y veo los impolutos zapatos de Faxlan un poco manchados de hierba y tierra, levanto la mira lentamente con temor y me encuentro con su cara enfadada.

Me levanto y sacudo el vestido añil

-Faxlan ¿qué haces aquí?- pregunto inocentemente

-Señorita Xhandèa, esa pregunta se la podría hacer yo a usted- responde con severidad

-Bien, me has pillado, ¿se lo vas a decir a papá?- pregunto con temor

-No, pero solo con una condición- dice con un asomo de sonrisa debajo de su poblado bigote

-Lo que sea, lo que quieras, Faxlan- respondo juntando mis manitas y poniendo ojos de cachorro

-No volverá a pisar el campo de entrenamiento de los guardianes ¿entendido?- dice ahora con seriedad

Eso significa que no volveré a ver al guardián de la pseudo-sonrisa

Me pongo triste de inmediato, pero es eso o enfrentar a papá. Me doy la vuelta y veo a mi guardián con la mirada puesta en nosotros

Con aflicción, agarro la mano que Faxlan me tiende y comezamos a caminar de vuelta hacia la Mansión Âhxden, pero sigo sin despegar la mirada del guardián hasta que los robles me impiden ver por última vez su blanquecina mirada

Con el paso del tiempo, dejo de estar triste por mi guardián porque olvido su existencia tal y como él habrá hecho conmigo.

HaxmínyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora