03.

107 10 1
                                    

Al fin, era viernes. El castaño sabía que sería un día bastante relajado a comparación de los otros, los viernes eran casi un descanso.

El día anterior había llegado con mucho ánimo debido a su nueva amiga, si es que así la podía llamar. Aún no la conocía mucho, sin embargo era alguien agradable.

Tenía su almuerzo ya listo, y sus cosas en sí también.

Se miró al espejo en el baño por ultima vez, a sus ojos no se veía para nada mal, incluso se tomó el tiempo para poder acomodar su cabello, era algo esponjado, lo cual no era de su agrado.

Había tomado algo de gel para que estuviera más controlado. Aseguro unos mechones con unas pinzas para el cabello, eran lindas.

Se observó nuevamente en el reflejo, sonrió gustoso.

Bajo las escaleras para tomar su bolso, debido a los detalles de ese día tomó algo de tiempo que necesitaba para llegar puntual.

Abrió la puerta, se dio la vuelta para dejar bien cerrado. Asegurándose de esto último tomo recorrido hacia su institución.

—¡Hey! —.

Inconscientemente volteó, posiblemente no le estuvieran hablando a el.

—Buenos días, Perú —saludó.

Frente al castaño yacía aquella omega pelinegra de ayer, sus largos cabellos estaban trenzados en una cola baja, se veía bien.

—B-buenos días, Chile —titubeó.

La omega rió leve.

—Te ves bien, ¿Nuevo peinado? —preguntaba mientras sus ojos se mantenían sobre el cabello del castaño.

El de ojos gris sintió una sensación cálida en su pecho, ¿Era por la atención que estaba recibiendo de la omega? Vaya, se sentía bien que alguien haya notado algo tan simple como un leve cambio de peinado.

—S-si, no es la gran cosa, pero pensé que al ser viernes podría darme una manita de gato —respondía tímido, pero con una sonrisa en los labios.

—Mmh... te sienta bien, tu cabello se ve fa-bu-lo-so —elogió en lo que hacía una pose de diva.

Las risas del beta no se hicieron esperar, nuevamente sentía esa calidez sobre su pecho.

—¡Oh! La hora... —escuchó decir a la omega.

Cierto, tenían que apresurarse si no querían llegar tarde.

—¿Puedo acompañarte? —preguntó.

Perú no iba negarse, era muy de mañana y esa señorita ya había alegrado su día.

Asintió.

Sin más caminaron hacia su destino, la conversación fluyó natural e inclusive los silencios eran cómodos.

Después de tantos años conoció alguien con quien puede hablar libremente, bueno, casi. Aún le faltaba soltarse un poco.

(...)

La clase de música era su favorita, al ser alguien experimentado en el sector se le solía dar algo de preferencia en cuanto a los instrumentos.

Los instrumentos de vientos eran los que más solía elegir, en ese momento, tocaba una flauta.

Cerró ambos ojos con inconsciencia, quería disfrutar cada segundo que pasaba ahí sentado.

La dulce melodía se colaba en los oídos ajenos, llamaba la atención de todo aquel que pasaba por el pasillo. El bello cantar del instrumento deleitaba el oír propio del beta, le relajaba.

El beta tiene suerte.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora